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Cataluña: no hay estabilidad que valga

Principales actores políticos de las elecciones catalanas

José A. Alemán

Los resultados dieron la razón a quienes pensaban que las elecciones de este jueves pasado no resolverían la situación catalana; no el problema o la cuestión catalana, sino la que tienen montada ahora mismo. Puede entenderse que, con el acaloramiento de la campaña, a Inés Arrimadas se le ocurriera que en cuanto ella llegara al Palau de la Generalitat, lo que daba por descontado o casi, mandaría a parar y colorín, colorado. La engañaron, sin duda, no sus buenas perspectivas electorales, que los resultados confirmaron al ser su candidatura la más votada, sino los nada brillantes de los socialistas de Iceta y el partigazo del PP de García Albiol. Si los socialistas no acaban de encontrar su lugar en medio del marasmo de la socialdemocracia, la patinada pepera parece ser la constatación de que Ciudadanos vino al mundo de la política para sustituir al PP que, en el tratamiento al problema catalán, apaleamientos incluidos, mostró la tradicional torpeza de la derecha española en el tratamiento del problema de la organización e integración territorial española. Torpeza que igual no es tanta porque siempre le ha resultado rentable.

Por el lado independentista habría también que señalar excesos y una inclinación tremendista a la que el Gobierno central echó más madera, como si dijéramos, al tratar de meter en cintura al catalanismo, primero mediante la judicialización de un problema político más que secular; después con un estilo de gobierno desconsiderado y ya, por último, cuando a los catalanes se les subió el gallo y perdieron de vista la perspicacia política y el seny del Honorable Tarradellas, con la acumulación de episodios que ha desembocado en lo que presenciamos ahora mismo. Es grave indicio, por lo sintomático, que un asunto como éste ya nos canse por repetitivo y comiencen a circular chistes sobre él.

Es posible observar en todo esto algunas curiosidades que encierran, por parte de los secesionistas, juicios diría que desenfocados más que equivocados. Uno de ellos, que los catalanes presenten su batalla como lucha contra el franquismo. Desde luego, no hay duda de que los procedimientos del Gobierno de Rajoy podrían justificar esa forma de “vender” el conflicto aunque sólo a quienes no padecieron la dictadura criminal del “generalísimo”. Quienes padecieron el franquismo saben lo que quiero decir y no sorprende que a quienes sufrieron la dictadura en sus carnes o en las de sus familiares asesinados no les gustara lo que venía a ser utilización del marco de sus dramas personales o tragedias familiares como arma política que caracterice el momento actual. Cosa que, además, es un error de bulto a mi entender, pues desvía la atención del funcionamiento de la democracia española que deja demasiado que desear. Desde la corrupción a la más que dudosa independencia judicial, pasando por las lacras de la injusticias y las desigualdades sociales, el desprecio por la ley de memoria histórica o la hipocresía de tener a flor de labios las invocaciones a una Constitución que el propio Gobierno ignora cuando le cuadra. Todo eso y más queda disminuido e incluso oculto cuando se acusa al Gobierno, al Régimen del 78 si se quiere, de franquista sin tener en cuenta las diferencias de los momentos históricos. Estos son asuntos que no se abordan, con propiedad, a mi entender, con imputaciones y gruesos palabros en momentos de cabreo. Se necesita para afrontarlos y darles explicación y salida racional un trabajo político dentro y fuera del Parlamento y un esfuerzo didáctico de los partidos que eleve el grado de cultura política y de exigencia ciudadana contra las taras impuestas o consentidas por los mismos gobiernos y sus partidos. Los mismos que luego, cuando entran en conflicto, piden a los ciudadanos que resuelvan la papaleta.

Y vuelvo a Cataluña. No creo que las elecciones, contra lo que afirmaban Arrimadas, Sáenz de Santamaría, que ya se ha ganado el título de ineféibol total, o el mismo Rajoy y la nueva “ola” pepera, de los Casados y Maillos, que ya nacieron viejos, vayan a solucionar nada. Porque se trata de posicionamientos tan encontrados que la única paz posible es la de los cementerios, por así referirme de forma figurada con la total erradicación del contrario. No se trata de enfoques distintos de un problema en el que podrían las partes confluir mediante acuerdos, pues esa oportunidad ya pasó: la cuestión es que entre unos y otros han dividido a la sociedad catalana llevándola, intencionadamente o por torpeza, a posiciones tan irreconciliables que no hay manera de poner de acuerdo a los dos bandos que acaban de revalidar institucionalmente su existencia enfrentada en las elecciones del 21-D. No creo casual que en el lenguaje político en relación a Cataluña se hayan consagrado caracterizaciones como la existencia de un “bloque constitucional” o “unionista” frente al “independentista”. Lo que ha hecho más difícil de lo que ya era romper el impasse. Aunque la victoria de Arrimadas hubiera sido lo bastante rotunda como para hacer retroceder a los secesionistas, o la de éstos suficiente para lo mismo en dirección contraria, no se resolvería el problema. Desde que el viejo conflicto de la organización territorial dejó de verse como cuestión política para meter a los jueces en el baile, se abrió un camino que resulta difícil de deshacer, de meter la marcha atrás.

Estos días he oído decir que Cataluña está perdida para España, que la cuestión catalana puede tener la peor de las salidas y otras por el estilo que hablan, bastante a las claras, de que estamos ante un clamoroso fracaso de la clase política española, que es también de la ciudadanía que ha tolerado su comportamiento. Si algo bueno puede salir de los resultados electorales del jueves es el descalabro del PP, suponiendo que encuentre eco fuera de Cataluña. No se comprende que un personaje como éste siga presidiendo una democracia del entorno europeo. Alguien tendrá que decir basta.

Respecto al Gobierno central y a los intereses que le mueven he hecho referencias en trabajos anteriores que no es necesario repetir aquí. Por el lado catalán, es evidente que hay sectores de opinión que desprecian olímpicamente a los españoles muy al estilo del nacionalismo reaccionario y xenófobo que tantos males trajo a Europa. No se comprende que los dirigentes catalanes no hayan repasado la historia del continente para comprender que para la UE el nacionalismo es la bicha; y que entre los elementos constitutivos de la unión figura no la independencia de las partes, de los Estados miembros, sino la interdependencia que tiene de contraindicación precisamente la separación de cualquier parte del territorio. Fue un clarinetazo, sospecho, la manifestación catalana de Bruselas a la que se adhirió con sus insignias y eslóganes la flor y nata de la ultraderecha antieuropeísta y xenófoba que está dando que pensar a mucha gente. Entre otras cosas le ha servido para reparar en que buena parte de los secesionistas acusan de franquista al Gobierno pero lo hace de una forma que parece acusación dirigida al grueso de los españoles considerados enemigos de Cataluña. Hay perversidad en ese modo de manejar cuestiones tan delicadas de cara a conseguir galvanizar a los catalanes contra los españoles sin compadecerse de quienes tienen a sus ojos la desgracia de serlo.

Por último, insistiré en la idea de que las elecciones catalanas sólo han servido para poner de manifiesto que el artículo 155 de la Constitución no sirve para nada. Y que es posible que Puigdemont se equivocara al no convocar elecciones cuando pudo hacerlo. Pero también es posible que no lo hiciera para llevar las cosas al punto en que están. Habrá que estar atento a esta posibilidad. De momento, es evidente que no se ha restablecido la estabilidad en Cataluña.

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