La exuberancia de un jardín canario
Tras una reja de madera se puede atisbar toda la exuberancia de un jardín canario. Se trata del patio situado en la casa de Ruíz de Padrón en plena calle Real de San Sebastián de La Gomera. Hasta ahora los curiosos podían disfrutar de este rincón si se atrevían a pasar el zaguán en los días o momentos en los que éste permanece abierto. Pero desde hace algún tiempo se permiten la visitas a ciertas horas, siempre y cuando no se rompa el equilibrio de la vida normal de la vivienda y sus habitantes. En el jardín se pueden encontrar todas las características de los patios canarios en su expresión más desbordante. Destaca una palmera enorme que debe sumar ya cientos de años. No menos llamativo es el balcón típicamente de las Islas, por supuesto de madera, al igual que las escaleras y las numerosas puertas de esta enorme mansión. Todo en la casa de Ruiz de Padrón es típico canario y a la vez totalmente original.
La variedad de plantas es incontable y cada detalle aunque parece descuidado en realidad tiene su propio orden y sentido. Mantener y cuidar un jardín como éste no resulta desde luego sencillo. Más bien todo lo contrario. Requiere de la atención permanente de una persona que esté pendiente de los mínimos movimientos que cada planta quiera transmitir. A la vez que se disfruta de este patio canario, también se puede conocer la figura de de uno de los gomeros más ilustres que residió en esta vivienda hasta los 16 años: Antonio José Ruiz de Padrón. Parece que gran parte de la vida de este religioso y político la pasó añorando su Gomera natal. No es extraño si se observa esta enorme mansión canaria y su jardín, cuya belleza quedaría aumentada por el paso del tiempo, la distancia y la nostalgia.
Ruiz de Padrón nació en esta vivienda el 9 de noviembre de 1757. Primero estudió de niño con los franciscanos y de aquí marchó a La Laguna donde fue nombrado sacerdote. Ingresó en la Real Sociedad Económica de Amigos del País, interesándose por la Ilustración. Marchó también a La Habana pero al final recaló en el sur de Estados Unidos a causa de una tormenta. Durante su estancia en tierras americanas conoció a Benjamín Franklin y George Washington, quienes según la leyenda, se quedaron sorprendidos por las ideas de libertad de las que hacía alarde. Esta ideología le trajo más de un disguto a su vuelta a España y supuso su reclusión perpetua en un convento tras la llegada del Absolutismo.