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¿Votar o no votar?

Sebastián Hernández Vera

Son muchos los motivos que me invitarían a no votar en las elecciones de este fin de semana. No sólo por mi conocido escepticismo y desconfianza hacia los gobernantes sino fundamentalmente porque, como es ya tradicional, el contenido liberal o libertario en los diferentes programas casi es inexistente. En esta ocasión, además, se ha sumado el hastío, el hartazgo y el aburrimiento ante tanta corruptela, demagogia, populismo, sed de dinero y falta de escrúpulos morales y éticos.

Para los gobernantes las elecciones son vitales y su razón de ser es ganarlas. No existe otra prioridad para ellos, ni siquiera el bienestar de los ciudadanos. Muchos se la juegan, arriesgan su supervivencia y están dispuestos a todo. Unos perderán y otros ganarán. Tienen los nervios a flor de piel y cualquier crítica los desquicia porque todo lo ven a la luz de sus intereses personales. Durante estos días de campaña, por tanto, se ha incrementado el número de promesas, de todo tipo, por parte de las diferentes formaciones. Al igual que los buenos derrochadores y malos gestores siguen pensando como si no hubiera límite alguno de recursos, como si el gasto público pudiera ser infinito.

En nuestras pequeñas localidades las diferentes listas de candidatos a gobernar la forman personas que, en muchas ocasiones, pueden ser vecinos, compañeros, amigos o familiares. Los motivos para elegir a los mismos serán variados. Unos lo harán tras ser intimidados, otros en espera de alguna recompensa, ayuda, favor o puesto de trabajo. También los hay que lo harán por prejuicios, pasiones, costumbre o emperramiento ideológico; o incluso por la popularidad, amistad o simpatía del candidato. Y algunos, los pocos, se basarán en principios y valores así como en la razón, el sentido común y los análisis de los programas y personas, aunque tampoco es garantía de nada.

Lo que nos identifica a las personas no son las etiquetas, los eslóganes, los logotipos, las siglas o los apellidos. Son nuestras ideas y nuestros comportamientos y decisiones. Por eso es tan importante, a la hora de elegir una candidatura, repasar y recordar los inmorales, indecentes e indignantes abusos y tropelías a los que se han visto sometidos algunos ciudadanos por sus respectivos gobernantes.

Nada hay tan perjudicial e innoble para un pueblo y sus instituciones como que quienes están para ayudarnos y garantizar la protección de nuestros derechos (vida, libertad y propiedad) no sólo dejen de cumplir sus funciones, sino que además se vuelvan contra quienes deberían defender. Perseguir, acosar, hostigar y censurar toda manifestación de diversidad es motivo suficiente para haber abandonado sus cargos, ya sea por vergüenza torera o por dignidad democrática.

Cuando se atropellan los derechos de las personas resulta irrelevante pensar en términos de izquierdas o derechas, arriba o abajo. Prefiero pensar en autoritarismo o libertad. Sigo decidiendo ser libre y elegiré en consecuencia.

¿Votar o no votar? Ante este panorama desilusionante, ante este miserable espectáculo, el cuerpo pide no votar o hacerlo en blanco. Pero, por otra parte, eso reforzaría a quienes han venido haciéndolo mal. Lo más sensato, entonces, será votar por el menos malo para que no triunfe el peor. Y en el supuesto de que triunfara no será con mi contribución.

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