Un mañana de esperanza
Hay momentos que nos cambian para siempre, hay ciertas circunstancias que marcan un antes y un después, que nos hacen replantearnos nuestro lugar, que nos obligan a tomar decisiones que nadie debería ni querría tener que realizar. Como, por ejemplo, qué salvar de tu hogar en quince minutos antes de que lo devore la lava; como, por ejemplo, tener que dejar atrás esa ecografía de tu primer embarazo colgada en la nevera, o ese álbum de fotos con el rostro de todos aquellos que se tuvieron que ir de tu lado. Hay momentos que surgen de manera individual pero que generan un rastro de dolor y desarraigo colectivo. Con todo esto que está pasando, con la situación de inseguridad y pérdidas generadas tras la erupción volcánica del pasado 19 de septiembre, el dolor se ha ido acomodando en gran parte de la población palmera.
El dolor por la pérdida del hogar ha dibujado una arruga de preocupación permanente en mitad de muchas de las frentes de nuestros vecinos; otra parte de la población, lidia con el dolor por perder el sustento y la estabilidad económica que producían sus campos y cosechas; una parte más pequeña e inocente de los habitantes se estará enfrentando, en algunos casos por primera vez, al dolor que pueden leer en la mirada de sus padres; el cuerpo de seguridad y todos aquellos que siguen luchando en primera línea cargarán con el peso del dolor de la impotencia, de la expectación, de la angustiosa seguridad al saber que no hay fuerza humana que frene el poder del magma; y otros muchos, considerados como afortunados por encontrarse en un municipio alejado de la erupción o en una isla hermana, se enfrentarán al dolor de la culpa, de la inutilidad al no poder hacer más, al dolor que trae consigo la lluvia de ceniza y el latido constante del volcán marcando el día a día, al dolor que todo palmero y todo canario siente al ver una de sus islas partida y sangrando lava.
Solo debes entender que el dolor es dolor, que nunca será igual para todos y que ese sentimiento es capaz de tomar diversas formas y estados, pero sobre todo, que nadie debe hacerte sentir que tu dolor es menos válido que el de la otra persona. Porque no será igual el dolor de tu amiga de la infancia, aquella que jugaba contigo a la pelota en esa calle que ya ni existe, que el dolor de tu primo, aquel que te tiraba del pelo en su casa ahora perdida entre la lava, que tu dolor por verles perder aquello que querían. Porque tu dolor es solo tuyo y solo tú puedes conocer el peso que ejerce sobre tus hombros, solo tú puedes entender el camino que han recorrido tus lágrimas, solo tú y nadie más.
Los sentimientos no son comparables ni medibles, son propios e individuales, y solo los puede llegar a entender aquel que los experimenta. Por eso, nadie debe hacerte sentir que tus problemas no son importantes; porque ese nadie, que señala y nos juzga, no conoce la situación detrás de la cara del problema, ni su gestión emocional, ni sus circunstancias personales; porque ese nadie, a menudo y bajo la influencia de muchos, se termina convirtiendo en todos, y tú acabas considerando tus problemas como algo secundario y sin importancia. Lo que hace que el dolor que sentías en un primer momento, no haga más que crecer, ahora alimentado por la inseguridad y la culpa, hasta devorarte.
Hay momentos que nos cambian para siempre, hay ciertas circunstancias que nos muestran el lado más humilde y amable del ser humano, que nos hacen entender el significado detrás de la unión y la empatía, que nos sacan una sonrisa y un halo de esperanza entre la tragedia de la pérdida. Como, por ejemplo, que el camino de la lava no llegue nunca a la distancia que han recorrido todos los camiones, desde diversas partes del país, con ayudas para los desalojados; como, por ejemplo, que el manto de cenizas no sea comparable a la lluvia de donativos que estamos recibiendo.
Hay momentos que nos enseñan que tras una erupción volcánica, se puede suceder una explosión de solidaridad; que tras el magma, la ceniza y la lava, nos quedará siempre el recuerdo de todas aquellas personas que convirtieron el dolor en ayuda, y la ayuda en esperanza. De aquellas personas que abrieron su corazón y su armario para dar todo lo que tenían a quien pudiera necesitarlo; de aquellas personas que acomodaron su hogar para poder acoger a los damnificados y, entendieron que la familia siempre se puede seguir ampliando; de aquellas personas que organizaron partidas y recogidas desde donde se encontrarán para aportar su granito de arena en la nueva construcción de nuestras viviendas; de tantas y tantas personas que nos demostraron que nuestra isla tiene la fuerza y el apoyo suficiente para seguir viendo, incluso detrás de la lava, un mañana lleno de esperanza.
0