Espacio de opinión de La Palma Ahora
Nuestra Señora de la Soledad. La Virgen de los Ojos Rojos
“…¡Ah!, contempla á la madre desolada
los instantes contar su agonía,
con mortales angustias embriagada…
mírala sobre el Gólgota… ¡cuitada!
Allí, junto á la Cruz… ¡pobre María!...“
Rodríguez López, 1886
Domingo Carmona y Cordero, pintor y escultor, nació en Santa Cruz de La Palma el 25 de abril de 1702. Sus magníficas dotes artísticas pueden ser apreciadas en la sobrecogedora imagen de La Dolorosa (1733) -o también llamada Virgen de la Soledad, según consta en el Libro de la Misericordia-, venerada en la Parroquia de San Francisco de Asís de esa capital.
Lorenzo Rodríguez -alcalde y cronista- en su célebre obra sobre las noticias insulares, informa erróneamente de que, tanto esta Virgen como el magistral Cristo del Amparo del Santuario de la Virgen de Las Nieves, eran obras de Manuel Pérez Carmona. Lo cierto es que, desconocida la autoría del segundo, sí se sabe que la imagen mariana que nos ocupa es de Domingo Carmona. En palabras de Rodríguez Lewis, la imagen mariana -de 165 centímetros de alto- es “una imagen prototípica de esta advocación, con las manos entrelazadas, que creó el discípulo de Bernardo Manuel de Silva para la Cofradía de la Vera Cruz, de la que era miembro”.
En la actualidad desfila procesionalmente en dos ocasiones durante los actos de Semana Santa: en la noche del Jueves Santo, acompañando al venerado Señor de la Piedra Fría, y al magnífico Calvario en la procesión matutina del Viernes Santo. Esta última procesión estaba vinculada en esta ciudad a la Noble Hermandad de la Vera Cruz, desde su creación por la Bula del Papa Paulo III en 1558, así como también a la Cofradía de la Misericordia.
Durante su majestuoso desfile por las empedradas calles capitalinas, la imagen de la Virgen era transportada a hombros en un trono pintado de negro. En palabras de Fernández García, “como si se quisiera plasmar la máxima expresión de dolor y tristeza”.
La procesión se iniciaba a las seis de la mañana del Viernes Santo, después de que fuera así ordenado por el Venerable Beneficiado Rector de El Salvador y Comisario del Santo Oficio, don Cristóbal Manuel Martínez y Méndez, en sesión celebrada el 27 de marzo de 1785. Precisamente se dispuso en atención a que estaba prohibido hacerlo por la noche. Posteriormente se trasladó a las once de la mañana.
Hace ya algunos años que la Virgen no toma parte en el Vía Crucis del Viernes de Dolores. Tampoco en la procesión previa a la Semana Santa, en cuyas estaciones se rezaba el Santo Rosario. Ahora se efectúa con la imagen de la Virgen de La Luz de La Pasión, obra del imaginero palmero Pedro Miguel Rodríguez Perdomo.
A la impresionante escultura de la Soledad se la ha denominado, también recogiendo las palabras del desaparecido historiador Fernández García, “como la máxima expresión del ‘Stabat Mater’ en la que se logró plasmar el inmenso dolor de una madre: sus manos fuertemente contraídas y sus ojos arrasados en lágrimas que miran al cielo implorando consuelo para su hijo muy amado”.
En el mencionado Libro de la Misericordia, concretamente en las cuentas que presentó el Mayordomo Juan Antonio Vélez y Guisla el 22 de junio de 1733, se da cuenta de un donativo que da un devoto de 50 reales, como limosna para ayudar a hacer una nueva talla de la Virgen de la Soledad, por ser la que había muy antigua y estar muy deteriorada.
También allí se especifica que se sustituyó la antigua imagen por la que nos ocupa de Domingo Carmona, que costó 200 reales: “150 que llegó por la hechura del autor, y 50 que se gastaron en madera, clavos y lo que cobró el oficial que formó el cuerpo.”
Como nos recuerda el profesor Pérez Morera, el también autor de Santa Margarita de Cortona (c.1734) de la Venerable Orden Tercera recibió elogios de Juan Primo de Rivera, quien, en su diario de 1804, menciona a un célebre pintor llamado Carmona, “que años ha floreció en estas islas, el cual salió del país y estuvo en Inglaterra…”, del que había visto retratos y pinturas suyas muy estimables.
Se conoce la antigüedad de la primitiva talla mariana por el testamento que otorgó la noble dama isleña doña Luisa García de Aguiar, esposa del Regidor de la Isla, don Baltasar Pérez, en 17 de septiembre de 1563. Allí se lee: “mando un caballón de tafetán negro de gasa que tengo a la imagen de Nuestra Señora de la Vera Cruz que está en el Monasterio de San Francisco de esta ciudad.”
La familia García Aguiar dejó de sufragar los gastos de los cultos de Semana Santa. Se hizo cargo de ellos la Venerable Orden Tercera Franciscana, para “lo que se hizo petitoria pública”, excepto para los cargadores de La Dolorosa, que eran costeados por un tributo de 45 pesetas que se cobraba al año.
Alberto-José nos explica: “Este tributo fue en sus primeros tiempos para celebrar las novenas de Dolores y misa, que siempre se dijeron a la imagen hasta el año 1928. Más tarde no daba para pagar ni una cosa ni la otra, razón por la cual empezó a sufragar los gastos de los cargadores desde 1945 doña Isabel Fernández de Armas, Vda. De Rodríguez Martínez”.
Más tarde los descendientes de la familia de Aguiar retomaron la costumbre de asumir los gastos de la procesión del Calvario. Todavía se conserva la tradicional parada y descanso de la comitiva en la Calle Real ante la casa de esta familia.
El cinto de la Virgen luce un magnífico broche de oro y topacios, otro de plata con topacios en el puñal, una valiosa botonadura de oro y azabaches en las mangas, y gemelos también de oro, “joyas éstas que han pertenecido a la imagen desde antiguo”. El fastuoso traje de terciopelo negro de seda bordado en oro que viste en la actualidad se lo donó doña Rosario González Pérez.
“Destaquemos un gesto, una facción, un atributo y un color. La Virgen cruza sus manos y eleva los ojos al cielo, al tiempo que ladea ligeramente su rostro. Nos habla del dolor, no desesperado, sí asumido y profundo, no comprende, pero se fía de Dios. La facción indica, no obstante, lucha interior y arrobamiento. El puñal/espada hace referencia a la profecía de Simeón y el color negro nos recuerda su condición de viuda y la más que probable muerte de su Hijo.” Así nos la describe el cofrade Acosta Felipe.
También Carmona fue autor de los diez angelitos que acompañan a los pasos del Calvario y de La Soledad. Seis con la Virgen (ahora son cuatro) y cuatro con el primero. De los cuatro que se colocaban ante la imagen, dos estaban recostados sobre la peana, a ambos lados de sus pies, en actitud de aflicción “queriéndola acompañar en el llanto de su extremo dolor de madre” (Felipe Paz). Los otros dos -también con apariencia de niños desnudos- de pie y con mirada triste, se colocan sobre las esquinas de las andas procesionales portando los símbolos de la pasión: “un angelito llorando (porta un pañuelo de encaje), otro con la corona de espinas (acostados ambos), otro con un látigo y el último de pie con la escalera”. Ya no acompañan a la Soledad los que se colocaban detrás de la imagen.
La Virgen -de extremada belleza y dramatismo en su rostro- tiene sólo talladas y policromadas las partes visibles con tono marfileño. La cabeza está preparada para llevar peluca de pelo natural –costumbre del siglo XVIII- y las manos, “con los dedos finamente esculpidos y entrelazados a la altura del pecho en actitud de oración”. Nimbada por un sol o mandorla de madera sobredorada que nos recuerda a la profecía del Apocalipsis, la delicada pieza se sitúa en lo alto de unas andas doradas y policromadas imitando mármoles grises y cuelgas de terciopelo negro con cojines del mismo material amarrados a los tres varales.
El Diario de Avisos recoge un comentario de su corresponsal sobre la Semana Santa de 1956: “…y como si fuera poco, a tales desfiles se sumó una cantidad verdaderamente extraordinaria de fieles y el Jueves y Viernes Santos la nota españolísima de las mantillas llevadas con singular donaire por bellas señoritas en escolta de honor de la Santísima Virgen llorosa y estremecida…”
Son dos los ampulosos y ricos ropajes de terciopelo de seda que lucía la Virgen en sus dos mencionadas salidas procesionales. La noche del Jueves llevaba un espléndido hábito o saya granate bordado en oro, rostrillo de lamé plateado o dorado (usa ambos) y un gran manto azul, también de terciopelo y rematado con encajes dorados.
Nos recuerda Acosta Felipe: “sus ropas, ahora azules por su pureza, aludiendo a ese firmamento apocalíptico, y rojas por su martirio, nos unen así, de una manera misteriosa, con el Cordero de Dios, divino sufriente exento de toda culpa”. En algunas ediciones iba entronizada en las magníficas andas de baldaquino de plata pertenecientes a La Inmaculada y una gran mandorla o sol del mismo material.
“Por el Calvario va la Virgen vestida de luto y pena,
cambiando su manto azul por uno de seda negro,
pasó por San Juan, le dijo d’esta manera.
-María,¿ cómo no hablas, ni una palabra siquiera?
-¿Cómo quieres forastero que yo hable en tierra ajena,
si un hijo que yo perdí, más blanco que una azucena
lo veo crucificado en una cruz de madera?
Por un lado la mortaja y por otro la escalera,
y para subir al cielo como la primera estrella…“
«Soledad de la Virgen»
La mañana del Viernes, “la Virgen, ahora sí enlutada, parece aún más cansada, extenuada”. Como dice el imaginero Rodríguez Perdomo: “detrás del paso del Calvario, con luto de Viernes Santo, nimbada de áureo sol, María Santísima de Los Dolores será la viva representación del dolor más intenso. Trenzadas sus delicadas manos e implorando al cielo nos dirá: ’Ved si hay dolor mayor que el mío’… En María se concentra todo el dolor del mundo”.
El artista palmero Cabrera Benítez recibió el encargo hace unos años de restaurar esta sobrecogedora talla. Su exquisita labor consistió en “la limpieza de la policromía y recuperación de todo el trabajo ornamental que embellece su interior”. Esta intervención urgente fue necesaria, sobre todo, para tratar “la inquietante grieta que surcaba su frente, la cual, debido a las inclemencias del tiempo en sus salidas procesionales y a la humedad ambiental del maltrecho templo, había adquirido un cariz realmente preocupante”.. El propio escultor-imaginero decía que, “a pesar del tiempo transcurrido, no he podido olvidar el beso dulce y melancólico de esos ojos cuajados en lágrimas…”
Carmona había tenido mucho esmero en el acabado interno de su obra magistral. Felipe Paz nos informa de que “los brazos carecen de articulación; sus manos entrelazadas se separan de los brazos mediante un pasador para evitar posibles cambios de posición de las mismas. Está cubierto el candelero por una tela encolada decorada al óleo; incluso el torso y los brazos están pintados de igual manera, dándole un toque más digno a la hora de ser vestida, aunque todo ello queda oculto por las enaguas y ropa interior que van debajo del traje de terciopelo negro…”
Se cuenta que Carmona quiso plasmar en el semblante de la Virgen, el recuerdo que tenía de la imagen de una madre que asistió aterrorizada a la caída de uno de sus hijos dentro de un horno de cal en Breña Baja. El artista, impotente, fue testigo de aquel terrible suceso y no pudo hacer nada para salvar a la criatura. El rostro de angustia de la mujer le quedó grabado para siempre en su memoria y logró plasmarlo con todo el realismo en la cara de su Dolorosa.
Algunos de sus coetáneos veían en la cara de esta Virgen y en sus ojos, los de la desconsolada madre. Unos ojos azules –símbolo de pureza, vida, transparencia – que se han tornado ahora en rojos por la aflicción, la amargura, la impotencia… es el símbolo del martirio, de la pena. Están rojos de llorar sangre, porque las lágrimas ya se han secado.
Se dice que azules también eran los ojos de Carmona. Unos ojos que se tornaron rojos con el recuerdo de aquel funesto día. Desde ellos proyectaron y exteriorizaron este sentimiento en los de su mejor obra, en los de su Virgen –representación de la Madre Dolorosa del Cielo- , como sus propios ojos, como los ojos de su modelo –una madre dolorosa de la Tierra.
En estos últimos 285 años, varias generaciones de palmeros han sido atraídas por estos ojos azules, pero rojos de dolor. No en vano la llamaron la “Virgen del Pueblo”.
Ellos son el tema de las páginas centrales del programa de la Semana Santa 2009, foto de José Antonio Fernández Arozena, ganador del concurso Foto Cofrade 2008. Al preguntarle sobre el por qué del título “Rojos”, amablemente me aclaró: “rojos, porque son los ojos rojos de una madre que ha llorado”.
“…Turbia la vista y el semblante yerto
y la frente marchita y abatida,
vese por ciega plebe perseguida,
cual nave sin timon ni luz ni puerto:
gime angustiada, el corazon desierto,
viendo extinguirse su preciosa vida
y la sangre que corre bendecida
del cuerpo del Señor que yace muerto…“
J.M., 1864
BIBLIOGRAFÍA:
ACOSTA FELIPE, Francisco J.; CABRERA BENÍTEZ, Domingo; FELIPE DIAZ, Eddy; RODRÍGUEZ ESCUDERO, José G.; RODRÍGUEZ LEWIS, J. J.; RODRÍGUEZ PERDOMO, Pedro Miguel: [Programas] Semana Santa 2001 - 2008, Santa Cruz de La Palma, Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma; Cabildo Insular de La Palma, Consejería de Cultura, [2000-2008].
«El Diario», Diario de Avisos, (Santa Cruz de La Palma, 6 de abril de 1956)
FERNÁNDEZ GARCÍA, Alberto-José: «Notas históricas de la Semana Santa de Santa Cruz de La Palma». Diario de Avisos, (Santa Cruz de La Palma, 5 de abril de 1963).
HERNÁNDEZ Y HERNÁNDEZ, Cecilia. «Soledad de la Virgen», Romances Sacros y Oraciones Antiguas de La Palma, Cabildo de La Palma, C.C.P.C., 2006
J.M. «Los Dolores de María», El Time, (Santa Cruz de La Palma, 13 de marzo de 1864)
PÉREZ GARCÍA, Jaime: Los Carmona de La Palma. Artistas y artesanos. Servicios de Publicaciones de Caja Canarias, Excmo. Cabildo de La Palma, 2001.
PÉREZ MORERA, Jesús: «Valoración del patrimonio histórico-artístico de la Isla de La Palma». Arte en Canarias [siglos XV-XIX] Una mirada retrospectiva, Gobierno de Canarias, 2001.
RODRÍGUEZ LÓPEZ, Antonio. «La Muerte de Jesús», El Time, (Santa Cruz de La Palma, 25 de marzo de 1866).