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Sucede que Luis Cobiella

Ignacio Hernando Piedra

Sucede que es año de Bajada aquí en La Palma, y sucede que Luis Cobiella no está.

Sucede que Luis Cobiella no está para lanzar el verso que no esperabas.

Sucede que Luis Cobiella no está para desenvolver el complicado trasfondo de un concepto simple y dejarlo desnudo y hermoso ante ti.

Sucede que no está para pintar con sus notas una imagen total, perfecta, casi tangible, en tus oídos.

Sucede. Sé que esa palabra le gustaba a Luis y no recuerdo por qué.

Pero ¿realmente sucede que Luis no está?

¿Acaso puede no suceder el verso cuando es inesperado? ¿O es más bien esta una propiedad exclusiva de lo que ocurre (sucede) sin que pudieras preverlo?

¿Pueden no existir las notas en tus oídos, si sucede en tus ojos la imagen táctil que ellas dibujan?

Son tantas las formas en las que Luis vivió, que es imposible darlas todas súbitamente por terminadas: su música, sus poemas, sus reflexiones… Sus recuerdos.

¿Cómo vas a reducir a tan poco al poeta que prosificaba el verso, al ensayista que versificaba la prosa?

Es inútil encasillar al científico que estudiaba a Wagner, al músico que veía el modelo atómico de Bohr en la escala musical…

Todas estas y otras facetas hacen que Luis Cobiella siga “sucediendo” de alguna u otra forma para cada uno de nosotros:

Para los familiares y amigos cuyos cariños le acompañaron en los difíciles últimos días, para sus nietos que le volcaron su amor, para sus hijas que se deshicieron en atenciones,… Para Concha (su Concha) a la que un eco de la voz de Luis le sigue diciendo en cada rincón de la memoria –Te veré eternamente-.

Estas personas que fueron la medicina que si bien no pudo sanar su cuerpo, mantuvo sano su espíritu, verán a Luis en aquello que más les recuerde a él.

Pero creo que es indiscutible que todos veremos a Luis Cobiella justamente ahora, y al menos otra vez cada cinco años, en tiempo de Bajada.

No solo por su gran aportación a la tradición cultural de estas fiestas o por su grado de implicación con ellas, sino incluso meramente por la ilusión que en estos días se respira en las calles de La Palma. Por esa alegría inocente que las inunda.

Es algo casi infantil; la única manera de sobrellevar la inminencia de lo que durante tanto se tiempo se ha estado esperando con tanta ilusión y cariño.

Nos reencontramos con el niño que una vez fuimos y sale a la luz la cara más amable de cada uno que defendía Luis (-la más amable, la más fácil de amar- nos recordaba él para que la cotidianidad de la palabra no borrara su significado).

En realidad creo que es algo inherente al buen palmero (al buen isleño en general) no subestimar la grandeza de las cosas pequeñas. Una característica que en otras geografías puede quedar más olvidada con el paso de los años, pero no aquí.

Sirve ello de hilo conductor entre el adulto que somos y el niño que fuimos “cuando éramos tan pequeños que hasta La Palma nos parecía grande” (como decía Luis en la última intervención pública).

Y no es ingenuidad, pues hasta los científicos lo dicen desde hace ya tiempo: “El Universo es finito, pero ilimitado”.

Pues bien, La Palma es finita (¡y mucho!), pero ilimitada.

Ilimitada si uno pretende descifrar lo que se esconde en lo abrupto de Las Breñas. Ilimitada si se pretende presenciar cada nuevo modelado de paisaje en Fuencaliente; si se pretende conocer la extensión toponímica de Las Manchas hasta El Time, o conquistar lo más recóndito de Buracas…

La Palma se nos hace enorme cuando así la abordamos y eso nos hace sentir muy pequeños. Niños.

Es en esos momentos de ternura en los que para mí “sucede” Luis Cobiella; el hombre con el que era imposible coincidir en una sala y no salir con una renovada fe en la humanidad.

Por eso sé que le veré cuando esperemos impacientes el comienzo del Carro. Cuando terminen de afinarse nerviosos los instrumentos para el Minué. Y cuando la gente se levante y aplauda emocionada al ver que otro año más “por la gracia de su mano y por lustral don de amor, cabe un hombre en un enano, cabe el mundo en una flor”.

Del mismo modo que sé que en esos momentos, el eco de un susurro de cada palmero recorrerá la isla repitiendo: “Luis, te veremos, te oiremos, te pensaremos… ETERNAMENTE”.

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