La portada de mañana
Acceder
El PSOE convierte su Comité Federal en un acto de aclamación a Pedro Sánchez
Las generaciones sin 'colchón' inmobiliario ni ahorros
Opinión - El extraño regreso de unas manos muy sucias. Por Pere Rusiñol

El turismo que merecemos. Por Ana, por Flora, por Juana, por Juan

Julio Marante Pérez.

0

Todo palmero que se precie recordará, hasta el fin de sus días, el lugar donde se encontraba al 19 de septiembre de 2021 a las 15:13 horas de la tarde. Yo, sin ir más lejos, atravesaba el municipio de Alajeró en la isla de La Gomera. Como guía de turismo de Canarias atendía a un grupo de la Parroquia de San Pío del barrio de la Isleta. Cuando saltó la noticia íbamos camino del aeropuerto y nos detuvimos junto a la iglesia de San Salvador. Entre excitado y sobrecogido busqué la primera televisión que conectaba directamente con la noticia. Como palmero fui el primero en caer en la cuenta de que era mucho más que lava lo que se nos venía encima. Mil veces atravesé el malpaís del San Juan, teatralizando la forma en la que el magma se desvió sin afectar a la iglesia de San Nicolás, para terminar deteniéndome en la Plaza de la Glorieta, La Bonita. Quizás por eso, mi estado de excitación inicial pasó rápidamente a convertirse en preocupación y, con el paso de los minutos, de dolor.  Ese mismo domingo, mientras volaba desde la isla de La Gomera a Tenerife, atisbaba la columna de humo que asomaba tras la cumbre de mi isla, era tan real como imposible no ponerse en el lugar de los damnificados. 

El lunes 20 viajé temprano a La Palma. Recibía a un grupo que venía desde Ávila y al que el volcán les había dejado sin margen de maniobra. Como profesional, estaba decidido a entregarme al máximo para que disfrutaran de sus vacaciones. Como palmero, me resquebrajaba por dentro. 

Esa misma mañana visitamos el casco histórico de Santa Cruz de La Palma, desde el sur hasta el norte, terminando en el Barco de la Virgen. El grupo tuvo su tiempo libre para compras en la ciudad y tomar algo en los bares de la zona. A decir verdad, estaban muy sorprendidos porque el suelo no temblaba bajos sus pies y también muy interesados en conocer el café Don Manuel, del que habían oído hablar maravillas. Otros compraron unas camisetas sobre la lluvia horizontal que vendían cerca de los Balcones.  Por la tarde, tras almorzar en la Parrilla de Las Nieves, junto al Santuario de Nuestra Patrona, nos dirigimos a un hotel que, atestado de periodistas y guardia civiles, les devolvió a la realidad. 

El martes les llevé al fresco norte, les mostré uno de los pulmones de La Palma, el Cubo de la Galga, llovía pero bajo la frondosa capa de laurisilva virgen casi ni se notaba. Finalizamos la caminata con una cervecita fresca servida por doña Flora, en San Bartolo. Flora telefoneó, como siempre, a la señora que vende lotería, y algún numerito vendió. Desde San Andrés hasta las piscinas de el Charco azul, me gusta ir a pie, un camino precioso. Pasamos junto al horno de cal restaurado y plataneras, muchas plataneras. El mar azul, como siempre en Los Sauces,  pero algo revuelto. Pese a que había bandera amarilla algunos se dieron un buen chapuzón mientras otros tomaban una cañita en el bar del Charco. Antes de subir a la guagua hay quién se entretuvo comprando una botella de Ron Aldea, regalo para un cuñado contable.  Era la hora del almuerzo, Carmen y Tono nos tenían preparado un menú a base de papas, costillas y piñas junto a un buen escaldón en La Pradera, bajo la bruma de Barlovento, apetecía. Al regreso, la valla que nos impedía temporalmente el acceso a la cascada de Los Tilos nos devolvió a la realidad. Un cafecito en Casa Demetrio, donde Juana, y al hotel.  Llegando a la carretera general los turistas recuperaban “la cobertura” y tranquilizaban a sus familiares que, preocupados por lo que veían en la Televisión, telefoneaban sin parar. 

Miércoles, tercer día. Los senderos de la Caldera de Taburiente permanecían temporalmente cerrados así que nos acercamos hasta Tijarafe, algunos desayunaron bocatas en el Bodegón San Antonio y bajamos andando hasta el Proís de Candelaria, abajo se dieron un chapuzón. Una señora me comentó que había visitado medio mundo, pero que pocos lugares le habían sorprendido tanto como el Proís de Candelaria. Almorzamos en el Kiosco Teneguía, en el Puerto de Tazacorte con Ana, tan hospitalaria como siempre. En sala, Lauri, Arnelys y Juan, cuyos ojos vidriosos me devolvieron a la realidad . A los turistas les sorprendió que la ensalada llevara tanto aguacate, ¡Nos tratan como a reyes! decían. Por la tarde noche, de camino al hotel, el rojo del volcán, el ruido, el asombro y la tristeza. 

El jueves salimos temprano, subíamos al Roque de los Muchachos para que conocieran, desde lo alto, nuestro Parque Nacional. Junto al Pico de la Cruz señalé a lo lejos y les dije que tras el humo del volcán se escondía la isla de El Hierro. Bajamos por Garafía y almorzamos donde Toña, en el Pino de la Virgen, Puntagorda. Nunca habían probado un caldo de trigo. Les comenté apenado que si hubiera sido sábado podríamos visitar el mercadillo de Puntagorda, como siempre hacemos, pero que lo dejaríamos para la próxima visita, siempre hay que dejarse algo como excusa para justificar el regreso. Ya en el mirador de El Time, las cámaras, la ceniza  y Roberto Brasero en directo, nos devolvieron a la realidad. Ese jueves, tras dejar a mis turistas en el hotel, me encontré con Goyo, es muy buen amigo. Goyo conduce una guagua de las naranjas,  esperaba a unos turistas para un traslado. Le pregunté por su bodega en Las Manchas, su tesoro. “Por ahora ha escapado, pero cualquiera sabe”. Me comentó que, temporalmente se hospedaba en Puntallana, “allí no se siente nada, parece que no pasa nada”. Siempre me gustó atravesar con Goyo al volante el barrio de Las Manchas, se deleitaba en cada curva y cuando llegábamos a la ermita de Santa Cecilia, nunca fallaba. “Julio, ¿tú sabes que ahí me casé yo?”. Claro que lo sabía. 

El viernes el grupo se me partió en dos, unos a hacer un sendero por los barrancos del norte con una compañera guía de turismo. El resto me los llevé a ver el Volcán de San Antonio, previa visita  a Vanesa y Eduardo para café y almendrado en el Bar Parada. ¿Los senderistas? Regresaron hablando maravillas del barranco de Gallegos, casi habían olvidado que no pudieron andar por la Caldera de Taburiente. Los que vinieron conmigo quedaron impresionados por el cráter perfecto del San Antonio. Ya en costa, la ceniza negra sobre las salinas de Fuencaliente nos devolvieron a la realidad. 

Mi grupo de abulenses se despedía de La Palma el sábado 25 de septiembre pero, debido a que las compañías aéreas no operaban en ese momento, tuvieron que partir el viernes de madrugada en el barco. Se despidieron de nosotros tras cinco días disfrutando de los encantos de nuestra isla, con responsabilidad y tranquilidad, pero sabiendo que, desgraciadamente, les había tocado vivir un momento tan histórico como lamentable. Mientras subían al barco prometían que volverían y que recomendarían esta isla bonita que “solo merece cosas buenas”. Quiero pensar que así es, merecemos este turismo responsable y respetuoso, el que siempre ha estado, el que está y estará. Gentes que se llevan experiencias, vivencias y el sabor de cada pueblo. Gentes que se llevan un poquito de Flora, de Juana, de Carmen, de Goyo, de Juan y de tantos otros que se cruzan en los caminos que vertebran nuestra isla. Gentes a las que agradecer el hecho de que nosotros también ganemos. 

Me despedí de José, el conductor de la guagua. Mientras, egoístamente satisfecho, pensaba que había conseguido salvar la situación, aunque llevara roto por dentro exactamente desde las 15:13 horas del 19 de septiembre, momento en el que yo atravesaba Alajeró y la lava reventaba El Paraíso. 

Etiquetas
stats