No culpen al rinoceronte
Las situaciones complejas donde nuestra seguridad se ve afectada directamente suelen requerir de un espectro de acepciones, términos, situaciones y discernimientos tan amplios que saturan rápidamente nuestra capacidad de asimilar información relacionada con el conflicto que nos hemos visto obligados a enfrentar sin previo aviso.
Michelle Wucker, escritora de éxito, especialista en economía mundial y prevencionista temprana de situaciones de crisis aplica, consciente de la problemática existente en los modelos de riesgo actuales, un término perfecto para explicar con sencillez los problemas complejos.
Si anteriormente hablamos de los cisnes negros y su característica fundamental, la de encajar lo imprevisible en un modelo perfecto y complejo, esta vez hablaremos de un modelo totalmente contrario, el que usa explicaciones sencillas para problemas complejos y que, de ahora en adelante, conoceremos como rinoceronte gris. Este define el conjunto de peligros evidentes que sistemáticamente son ignorados y que representan amenazas que, de hacerse realidad, conllevarían un devastador impacto en el mundo.
Se usa este animal en concreto para definir este fenómeno ya que, tanto en los peligros actuales como en el acercamiento a los rinocerontes, la sociedad adopta una posición en la que, como solemos decir en los tiempos que corren, no se respeta la distancia de seguridad interpersonal. Es decir, realizamos actividades constantemente de manera indolente amparados en una inconsistente seguridad ilusoria, la misma que aplicamos constantemente en nuestra vida diaria. Dado que conozco esta carretera, puedo ir por encima del límite de velocidad. Debido a que manejo bien los cuchillos, no usaré guantes de malla. Aunque es preciso acudir al médico, me tomaré este antibiótico sin receta porque ya me ha funcionado otras veces.
Sin embargo, como en toda evolución, el método científico nos demuestra que las conjeturas subjetivas basadas en intuiciones y presentimientos son, en la mayoría de los casos, un cúmulo de decisiones erróneas que ignoran el rigor y los datos conocidos. Omitiendo que cuanto más tiempo y trabajo comporte una tarea, más fácil será que en algún momento surja algún contratiempo.
Esta pandemia que estamos viviendo lejos de ser impredecible y sorpresiva, ha sido vista durante años por los expertos como una amenaza que cada vez se ha ido haciendo más grande. Los epidemiólogos, durante mucho tiempo, han estado investigando sobre este peligro, poniendo sobre el tablero, entre otros muchos factores, la peligrosidad del cambio climático, la globalización, los riesgos transnacionales, la conectividad mundial y la resistencia a los medicamentos. No es de extrañar, por tanto, que de esta concatenación de omisiones, desaciertos e inexactitudes nazca nuestro indómito rinoceronte gris.
Dicho esto, no está de más mencionar que el Foro Económico Mundial anualmente sondea el mundo para conocer, medir y estudiar los riesgos con mayor probabilidad de desenvolverse en el mundo. Los riesgos, al igual que las sociedades, cambian y son dinámicos, pero, no obstante, algunos de estos siguen inalterables con el paso de los años, mostrando que a pesar de todos los avances que la humanidad ha logrado implementar en su vida diaria seguimos siendo vulnerables ante sucesos de especial singularidad. Esta quimera que vivimos anonadados en forma de pandemia parece algo totalmente inédito y súbito, no obstante, lo cierto es que el Foro Económico Mundial ha visto cómo se han ido relegando estos sucesos fuera del podio de los peligros más importantes del mundo, llegando la sociedad a esconder esta amenaza en el décimo puesto de la lista de riesgos globales.
A propósito de lo anterior, ya en octubre de 2019 el prestigioso periódico New York Times publicó la simulación del Departamento de Salud de Estados Unidos que planteó un supuesto que basaba su tesis en la aparición de un virus respiratorio originado en China. Este estudio venía a decir, en pocas palabras, que un virus respiratorio de estas características sería declarado pandemia por la Organización Mundial de la Salud. Además, hicieron números y propusieron que en Estados Unidos tendría el potencial de infectar a 110 millones de norteamericanos, con unas proyecciones de 7.7 millones de personas hospitalizadas que colapsarían el sistema sanitario y provocarían más de medio millón de muertes. Hoy, mientras escribo, Estados Unidos posee en torno a 5.8 millones de infectados y se acerca a los 200.000 fallecidos.
Ciertamente este estudio no fue más que otra señal de peligro ignorada. Otra investigación científica desatendida que sirvió para decorar el muro de ceguera y soberbia que se ha levantado en torno a esos riesgos sobre los que nos creemos invulnerables. En ese muro, cada vez más y más grande, se han apilado las recomendaciones para prevenir y preparar el abordaje a situaciones de calibre mundial. Las mismas que antes de ser amontonadas gritaban con desesperación tratando de que fueran atendidas el resto de las investigaciones y advertencias que, durante años, se acumularon y sucumbieron enterradas en la parte baja de este vasto muro a las decisiones erróneas de incrédulos que nunca creyeron someterse a riesgos que, desde hace décadas, son transnacionales. Condenando nuestra mejor arma, la información y el conocimiento, a la expatriación fatigosa y leonina del desatendimiento.
En definitiva, esta es probablemente una de las asignaturas que la historia nos tiene preparada como sociedad. Y es que en los momentos de relevancia mundial ha existido una incapacidad general, tal vez enraizada en la naturaleza humana, para contener, prevenir y enfrentar colectivamente eventos de graves consecuencias. No debemos permanecer, nunca más, inmóviles, afirmando que estos sucesos son cisnes negros cuando, si atendiéramos con seriedad, veríamos que hemos puesto nuestro futuro tras un muro construido sobre erratas y desaciertos que, por mucho que lo deseemos, no evitará que ese rinoceronte de dos toneladas que se aproxima como una avalancha de realidad lo derribe. Porque los errores que apilamos son murallas endebles, dinamita dentro de un cuarto donde saltan chispas, un espejo que refleja todo aquello que no queremos enfrentar.
Ya lo dijo Phil Crosby: “Es mucho menos caro prevenir errores que retrabajar, desperdiciar, o dar servicio de reparación”.
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