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Las joyas de La Virgen y el volcán

Elsa López

Santa Cruz de La Palma —

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 “Si alguien que tiene bienes de este mundo ve a su hermano en necesidad y no le ayuda, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (3,17). En otra versión se dice: “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad y le cierra sus entrañas, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” Y más adelante insiste: “Si alguno dice: yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto”. Esta carta atribuida al apóstol San Juan estaba destinada a las comunidades cristianas de Asia Menor y en ella declara que «Dios es luz» (1Jn 1, 5), «Dios es justicia» (1Jn 2, 29), «Dios es amor» (1Jn 4, 7-8) y «Dios es verdad» (1Jn 5, 6-10). Es un texto en el que explica el compañerismo que deben tener los cristianos unos con otros. Por la forma de escribir ciertos pasajes se puede concluir que esas comunidades estaban atravesando una grave crisis por la aparición de algunos «falsos profetas» (4.1) que desvirtuaban con su enseñanza la pureza de la fe (2. 22). Pretendiendo estar libres de pecado (1. 8) no se preocupaban de observar los mandamientos, en particular el del amor al prójimo (2. 4, 9). Para San Juan, el auténtico creyente es «el que ama a su hermano»: sólo él «permanece en la luz» (2. 10), «ha nacido de Dios y conoce a Dios» (4. 7). El que no ama, en cambio, está radicalmente incapacitado para conocer a Dios, «porque Dios es amor» (4. 8).

No haría falta decir una palabra más a aquellos que entienden la palabra de Dios. Pero teniendo en cuenta mi poca formación en temas bíblicos y mi temor a no ser respetuosa con aquellos que amo y admiro, debo aclarar que estos datos los he copiado de textos más precisos. Porque lo que hoy planteo no es una cuestión de fe, es una cuestión que tiene que ver más con la caridad y la esperanza. El asunto está en boca de todos y se habla de ello por las esquinas y los portales de mi calle. Se dice que La Virgen de Las Nieves quiere entregar sus joyas a los afectados del volcán de Cumbre Vieja. Se dice que el rector del santuario, Antonio Hernández, quiere donar cadenas, medallas, cruces y pequeñas piezas que se guardan en el joyero de Nuestra Señora a aquellos afectados por el volcán y así poder remediar, de alguna manera, sus carencias. Unos están de acuerdo, otros no, y hay, incluso, quien se rasga las vestiduras en público poniendo en tela de juicio la idea y criticando al sacerdote que se ocupa del santuario de La Virgen y de sus cofres y armarios.

No sé bien lo que se pretende hacer con ellas: si se las ofrecerán directamente a los afectados, si adjudicarán esos bienes al ayuntamiento para que los funda y los convierta en oro líquido dándole a cada uno una parte, o si se venderán y con el dinero poder paliar la estrechez de aquellos que perdieron todos sus bienes. No lo sé ni me importa el medio o el modo en que esas riquezas lleguen a la buena gente que solicitan esa prueba de amor. Lo importante es que llegue. Y lo que sí sé es que una parte de esa otra gente que dice llamarse cristiana y se ha sentido ofendida en nombre de La Virgen por semejante idea, están muy lejos del Evangelio de San Juan. Algunos fieles de misa y escapulario se han levantado en pie de guerra contra el párroco y han puesto el grito en el cielo (nunca mejor dicho). ¿Las joyas de La Virgen de Las Nieves? Dicen, sintiéndose agraviados. ¿Con qué derecho? Es una irreverencia, una ofensa para aquellos que donaron esas joyas en su día como una prueba de afecto o en agradecimiento por un favor o un milagro que Ella les concedió. La iglesia no puede despojarla de tales prendas. Santa Rita, Rita, lo que se da no se quita… Ella es nuestra madre y nadie le quita un pendiente a nuestra madre para entregarlo a saber dónde y quién y cómo. Debemos protegerla de semejante escarnio.

Ha habido opiniones para todos los gustos. La mía es muy sencilla y obedece a un simple razonamiento cristiano. Si la Virgen es la madre de Jesús y ama a su hijo por encima de todo y Ella piensa que la palabra del hijo es la correcta, actuará con el corazón en la mano y, en nombre del hijo, entregará esos bienes a aquellos que les haga falta. Ella, generosa y llena de cariño por aquellos a quienes Jesús puso en sus brazos en un gesto supremo de generosidad (“Madre, he ahí a tu hijo”), repartirá entre ellos su amor y sus joyas. El segundo razonamiento es aún más cristalino: Si todos somos hijos de Dios, no pueden ser unos más beneficiados que otros a sus ojos; es más, aquellos que nada tienen deben ser protegidos y recibir lo que necesiten cuando lo necesiten. Y si Dios tiene riquezas debe repartirlas por igual entre sus hijos. Y si a Dios no lo vemos, pero a sus representantes en este mundo sí, éstos deben ser los encargados de cumplir con los deseos de Dios. Y tercero y último argumento: Si Ella, La Virgen de Las Nieves, es nuestra madre, Ella será la encargada de hacernos llegar su amor y sus bendiciones como lo haría cualquier buena madre atenta y conmovida por el dolor de sus hijos más humildes y, por lo tanto, será la encargada de protegerlos con su cariño y sacarlos adelante con su esfuerzo y los bienes que pueda aportarles.

Los razonamientos son claros. Luego podrán venir a rebatirlos doctores de la iglesia, modernos profetas de sacristía y devotos de salón, pero a Ella no pueden ni deben meterla en estos asuntos mundanos, y si alguno se pronuncia en contra de la voluntad de Dios expresada a través de sus apóstoles, debe hacerlo en su propio nombre y no poner en boca de La Virgen lo que jamás se le ha oído decir. Ella es diferente y sabe de lo que hablo. Y si la historia no miente, sabe también del dolor y la pérdida de un hijo; sabe de lo poco que valen collares, anillos y aderezos de brillantes cuando un hijo te requiere. Ella sabe todo eso y allí está, algo triste, quizá, en estos momentos, esperando que acaben discusiones y miramientos y salir en peregrinaje camino del volcán para ir al encuentro de aquellos que perdieron sus casas, sus trabajos y una buena parte de sus vidas (si, “sus vidas”, que vivir no es solo respirar y andar de pie). Y si Ella es como nos la muestran en las estampas, los cuadros y demás obras de arte que intentan reproducirla tal y como creemos que es, aparecerá ante ellos no cubierta de terciopelos, encajes y joyería, sino que se mostrará vestida de forma sencilla y sin abalorios, que ya sabemos que son los fieles los que, después de recibirla en la forma y representación que cada cual quiera darle y según sean las distintas culturas que nos la vayan a mostrar, la adornan y revisten con prendas y joyas con las que creen ensalzar y ennoblecer su figura.

Desnudémosla pues de tan nobles vestiduras y ornamentos y llevémosla vestida de luto o de esperanza a visitar a sus hijos más tristes. Llevémosla al oeste de la isla y que allí entregue sus joyas a aquellos otros que demandan su ayuda; a aquellos que esperan recibir todo su amor de madre. Y comiencen a caminar los que dicen adorarla y dejen de dar brillo a los bancos de la iglesia y de darse golpes de pecho en nombre de Jesús, que el camino es largo y nos aguardan nuestros hermanos.

(Elsa López.1 de nov.2021)

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