Con visado y sin empleo estable, las mujeres africanas que trabajan en Tenerife haciendo trenzas en la calle

Una mujer espera clientela sentada en un banco

Nayra Bajo de Vera

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Desde la mañana hasta el anochecer, se sientan en bancos del Puerto de la Cruz, en Tenerife, con carteles que enseñan modelos de trenzas. De vez en cuando se acerca alguien, señala lo que quiere y en pocos minutos, por poco dinero, se va con un peinado nuevo. Entonces se reanuda la rutina, similar a la de los hombres a su lado que se dedican a la venta ambulante: extienden mantas blancas en el suelo donde exponen gafas, gorras, bolsos o figuras de madera y esperan a que alguien se acerque a comprar.

A lo largo de la Avenida Cristóbal Colón, en el Puerto, se sitúan a diario varios grupos de mujeres africanas, la mayoría senegalesas, a la espera de hacer trenzas por unos cuantos euros. Todas llegaron en avión con un visado, algunas hace más de 20 años. Aún teniendo la documentación necesaria, les sigue siendo complicado conseguir un trabajo, por lo que se dedican a trenzar cabello. Sin embargo, no dudan en que preferirían “cualquier otra cosa, lo que salga”.

Ñaña es una de las veteranas. Lleva 28 años viviendo en Tenerife con su marido, tiene dos hijas que han nacido en la isla y ha alternado distintos trabajos durante ese tiempo, pero ahora mismo está en paro. Cuando le sale algún empleo o un curso formativo, abandona temporalmente las trenzas hasta que se acaba el contrato. Los fines de semana también vende ropa y otros objetos en el rastro.

Su hija mayor de 21 años estudia en la universidad, mientras la menor, de 18, va al instituto. Su empeño es que sus hijas tengan las oportunidades que ella no tiene, a pesar de que sigue poniendo su currículum allá donde puede. Asegura que es duro pasar todo el día en la calle, pero se resigna con entereza y sin dramatizar su día a día: “Es muy difícil pero, si no tienes otro medio, hay que hacer algo. A mis hijas les da vergüenza. Dicen ‘mami, todo el día estás en la calle’, pero ¿qué tengo que hacer?”.

Al principio, cuando llegó hace casi 30 años, se enfocó en aprender español. En cuanto pudo defenderse en el idioma, empezó a hacer trenzas compaginándolo con formaciones que le ofrecía el ayuntamiento o distintas organizaciones. En aquel momento, apenas eran menos de diez mujeres las que, como ella, ganaban algo de dinero haciendo peinados en el Puerto. Ahora son muchas más, lo cual complica la labor, pero se apoyan entre ellas y trabajan por darles un futuro distinto a sus hijas e hijos. “Nos conocemos todos, somos casi como una familia. Los niños y las niñas están estudiando, los jóvenes están trabajando”, explica.

“No es un problema de papeles, todas aquí tenemos”

Al igual que Ñaña, la mayor parte de las mujeres que hacen trenzas en la ciudad llegaron a Canarias en avión después que sus maridos, muchos de los cuales también vinieron en avión. “Antes era distinto”, cuenta Ñaña, quien dice que las dificultades para obtener visados han aumentado en las últimas décadas. Eso no quita que otros hombres que han venido en patera se dediquen ahora a la venta ambulante en el Puerto. Ñaña conoce a unos cuantos, pero dice que ninguna de las mujeres ha llegado por vía marítima.

Todas ellas están de acuerdo en que su oficio es una forma difícil y agotadora de ganar dinero. Pasan muchas horas fuera de casa expuestas al sol sin tener garantías o un ingreso fijo: “Hay días que puedes tener 20 euros, hay días que no tienes nada”. Tal y como reflexiona Ami, que ya lleva diez años, es algo que depende mucho de la temporada del año y del número de turistas. También lo nota su marido, que unos metros más lejos vende figuras de animales talladas en madera.

Ami vive con su marido y su hija de cuatro años que va cada día al colegio. Desde hace un mes, su hermana la acompaña haciendo peinados, recién llegada de Senegal por una reunificación familiar. No tiene preferencia por ningún empleo en concreto, pero asegura que cogería cualquiera en lugar de seguir haciendo trenzas.

Fabi, que lleva 11 años en la isla, todos ellos haciendo trenzas en la calle, insiste en que no se trata de un problema de visado o papeles: “Todas aquí tenemos”. Es más, apunta a una de sus compañeras que tiene la nacionalidad porque nació en Tenerife. El problema, cuenta, es que no consiguen otra cosa. “Mejor salir a la calle que quedarnos en casa sin ganar nada”, razona.

Mientras habla, prepara el biberón para su bebé, acostada en un carrito. Saluda con una sonrisa a una pareja de vecinos del Puerto que pasea por la avenida. Ninguna de ellas quiere salir en una foto, pero hablan con cualquiera que se acerque y narran su rutina sin problema. Mantienen un ojo atento por si alguien se detiene a pedir que les hagan trenzas, aunque saben que todavía no ha llegado la temporada alta. En los meses de verano, probablemente, tendrán algunos ingresos más.

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