Espacio de opinión de Canarias Ahora
El centro de gravedad se desplaza: África en la competencia global
En pocas semanas he asistido a la presentación de varios foros que ponen de manifiesto el interés de instituciones públicas y empresas privadas por el continente africano. Un interés creciente que percibo primero a nivel regional, como la estrategia del Gobierno de Canarias, la apuesta de las universidades canarias (Bridge to Africa de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y el Campus África de la Universidad de La Laguna), o la nueva cátedra Juan Miguel Sanjuán dedicada a África, en la que participan ambas universidades canarias con apoyo empresarial.
También hay mucho movimiento a nivel nacional, empezando por la Estrategia España-África del Gobierno de España (que incluye una nueva Fundación), y siguiendo por la unión de las Cámaras de Comercio en Africo o el trabajo de la CEOE hacia el continente con base en las Islas, ambos con el objetivo de unir esfuerzos y generar más economía entre ambas orillas. Un buen amigo, gran experto en África y mejor conferenciante, me contaba el otro día que nunca había estado tan requerido como ahora para hablar del continente. Este interés creciente, pues, lo percibo en diversas iniciativas políticas, económicas y diplomáticas.
La pasada semana, en Madrid, desde Casa África y en colaboración con nuestro Ministerio, dedicábamos en el marco del V Encuentro de Periodistas una jornada a la desinformación desde la perspectiva geopolítica. Porque están pasando muchas cosas en y alrededor del continente.
En una era de competencia geopolítica creciente como la que vivimos, donde las normas y reglas del orden internacional están siendo desafiadas, África se percibe ahora como un espacio de disputa. La diferencia es que, si con la mentalidad colonial no se tenía en cuenta a los propios africanos, ahora sí es imprescindible hacerlo.
En ocasiones, lamentablemente, África ocupa el centro de la escena como un teatro de operaciones, como un campo de batalla. ¿Han oído alguna vez que el Sahel es el escenario de una guerra por delegación? El término que usan los expertos es ‘guerra proxy’, para explicar por ejemplo cómo un país como Rusia está usando la inseguridad en la región para desestabilizar a los países occidentales, generando incertidumbre en su flanco sur.
Y detrás de cada enfrentamiento, obviamente, está el dinero, el de los minerales: la pugna global por alcanzar o mantener el estatus de potencia mundial está ya directamente ligada a los activos estratégicos africanos. Solo hay que recordar aquí que el continente alberga aproximadamente un tercio de las reservas minerales del mundo y es fuente principal de elementos estratégicos como metales preciosos, diamantes y, crucialmente, las “tierras raras” y minerales críticos —cobalto, cobre, litio, manganeso, grafito— imprescindibles para tecnologías, defensa, vehículos eléctricos y transición energética. Solo la República Democrática del Congo (que precisamente sufre un grave conflicto con trasfondo geopolítico) concentra el 70% de las reservas mundiales de cobalto.
También es fundamental recordar que la creciente importancia geopolítica de África también se explica por el poderoso dividendo demográfico: África no solo es la región con mayor crecimiento poblacional, sino también la más joven, con cerca del 60% de sus habitantes por debajo de los 25 años. En 2050 uno de cada cuatro habitantes del planeta será africano, en 2100, uno de cada tres.
Este valor ha desatado una intensa rivalidad entre potencias globales y medias que buscan asegurar influencia y acceso a recursos que públicamente se presentan bajo narrativas de acuerdos de asociación. Vamos a hacer un repaso telegráfico a todas ellas:
Estados Unidos ha adoptado una estrategia marcadamente transaccional, centrada en los minerales críticos y acuerdos energéticos. El Corredor de Lobito, que conecta Angola, la República Democrática del Congo y Zambia con el Océano Atlántico, es ejemplo de esta apuesta por infraestructura estratégica. Sin embargo, la expiración de la Ley AGOA (la que permitía hasta este año la entrada de productos africanos en Estados Unidos) en septiembre de 2025 y el agresivo anuncio por parte de Trump de restricciones migratorias (el llamado segundo travel ban) han proyectado señales contradictorias, generando dudas sobre el compromiso real de Washington, calificado por algunos como “un desinterés agresivo”. Esta misma semana, Trump volvía a despreciar a Sudáfrica excluyéndola de las reuniones preparatorias del próximo G-20 (prosigue la increíble alusión al genocidio de blancos) y llamaba de nuevo ‘agujero de mierda’ a Somalia al tiempo que se dedica a mandar a su policía migratoria a perseguir somalíes que viven desde hace años en Estados Unidos. Difícil hacer amigos así, ¿no creen?
China, por su parte, parece tener muy claro dónde centrar el esfuerzo de su partida. El país asiático se ha consolidado como principal socio comercial y líder en el control de la cadena de valor de los minerales críticos africanos, dominando el 87% del refinado global, según leíamos esta semana en un informe del Africa Center. A través de su iniciativa geopolítica de la Franja y la Ruta (Road and Belt), Pekín ha invertido en puertos, ferrocarriles y redes eléctricas que conectan recursos africanos con mercados internacionales.
La Unión Europea ha perdido peso en África y trabaja por compensar una crisis de imagen fuertemente perjudicada por la desinformación, pero cree haber dado algún paso positivo en la reciente Cumbre con la Unión Africana en Luanda (Angola). El programa Global Gateway moviliza 150.000 millones de euros hasta 2027 para proyectos verdes y digitales, con el Corredor de Lobito también como insignia. Europa ha defendido abiertamente una mayor y permanente presencia africana en organismos internacionales, pero en este ámbito de las relaciones euroafricanas, es fundamental escuchar al profesor Carlos Lopes, quien sostiene que si realmente Europa apuesta por una relación de iguales, debe entender que África se encuentra en una encrucijada histórica, debe apoyar las apuestas africanas como la gran zona de libre comercio (AfCFTA) y construir una verdadera asociación basada en la equidad, el respeto mutuo y objetivos pragmáticos.
Rusia opera con bajo coste y alta influencia, apoyándose en el llamado Africa Corps para consolidar su presencia en el Sahel y ofrecer asistencia militar a las juntas golpistas de Mali, Níger y Burkina Faso. Es el principal proveedor de armas en África, con 14.600 millones de dólares en ventas en 2021, y busca ahora acceso a puertos en el Golfo de Guinea. Además de garantizarse oro y materias primas para financiar su guerra en Ucrania, Moscú ha entendido que el Sahel es un teatro de operaciones muy efectivo para generar intranquilidad en Europa.
Turquía, por su parte, se ha convertido en un actor intermedio decisivo. Ha multiplicado su presencia diplomática (cuenta ya con 44 embajadas en África, cuando en 2009 tenía 12) y comercial, alcanzando 37.000 millones de dólares en intercambio en 2024 y aspirando a 50.000 millones en 2025. Su modelo de cooperación, libre de cargas coloniales, y su oferta en seguridad —su éxito internacional con los drones— le han permitido posicionarse como socio alternativo atractivo. Turkish Airlines, con 61 destinos africanos, es símbolo de esta expansión. Qué envidia da la diplomacia blanda que ejerce una aerolínea como la turca o la marroquí cuando uno tiene en cuenta que Iberia ya prácticamente no vuela al continente africano.
Junto a estas potencias, emergen actores como Emiratos Árabes Unidos, India, Brasil y Arabia Saudita, que llenan vacíos dejados por actores tradicionales. El comercio del Consejo de Cooperación del Golfo (Emiratos, Arabia Saudí, Catar, Kuwait, Bahrein y Omán) con África se duplicó a 121.000 millones entre 2016 y 2023, y los EAU lideraron la inversión en nuevos proyectos en 2024. Estas potencias medias ofrecen infraestructuras con menos condicionalidades, seduciendo a gobiernos africanos que buscan diversificar alianzas. El papel de algunos ellos, sin embargo, está siendo cuestionado, como el de Emiratos y su intervencionismo en Sudán, muy condicionado por el acceso al oro.
El año 2026 será decisivo. La geopolítica de los minerales críticos se intensificará, y el continente deberá transformar el modelo extractivo en uno que genere valor añadido local.
Como ya he escrito otras veces, África no es un peón en el tablero geopolítico: es la pieza central que define la partida. Su riqueza mineral, su energía demográfica y su posición estratégica la convierten en el espacio donde se juega el futuro económico y político del siglo XXI. Las potencias deberán competir no solo con promesas, sino con alianzas basadas en calidad y equidad. Tal y como dijo Pedro Sánchez en Angola, la multilateralidad no es una opción: es la única vía para garantizar que esta pugna por África se traduzca en desarrollo compartido y estabilidad global.
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