Escapada a Marruecos: Mil y una palabra no bastan
Organizar mi abecedario para describir las sensaciones que produce la visita a un país como Marruecos no es sencillo, quizá la plaza Yamaa el Fna en Marrakech, donde pasaremos la última jornada de esta aventura, sea un buen sitio para recapitular lo visto y vivido. Miles de personas se dan cita en este espacio que dobla la realidad según va cayendo la noche, otras muchas simplemente la cruzan pero no creo se vayan indiferentes, seguro que despierta el interés o la curiosidad de quien pone en ella un pie. Y aunque no den las palabras para definirlo, se intenta. Desde todos los puntos, en todos los sentidos y direcciones, en varios idiomas, porque tan variada como la multitud que por ella pasa, son las palabras que de allí salen en boca de los cuentistas y narradores o en boca de los que la visitamos. Palabras cruzadas, turistas, locales o violentas, con las que ajusticiaban a la fémina repudiada e invadían la plaza por la que mejor no volviera a pasar. De esto ya, hace tiempo, leyendas de ayer y hoy, sucesos de la vida misma que se cuentan como fábulas con las que embelesan al paseante. Historias a medio contar, historias aún no contadas pasan cada día por esta plaza.
Y es que la plaza Yamaa el Fna es diáfana y de grandes dimensiones que se hacen inabarcables a la vista. Ver la riqueza de gentes y actividades que allí se dan cita ya sorprende. Dicen que aquí, no todo es fácil de reconocer, que lo verdadero y lo falso se confunden en este tránsito de gente. Pero a mi me recuerda al mar, es su gran variedad de elementos y compuestos químicos llamados sales los que le permiten ser. Oleadas de marroquíes, feligreses que acuden a la llamada del rezo de las distintas mezquitas que la rodean, mercaderes y viajeros, turistas europeos, asiáticos, bereberes, saharauis…hacen negocio, pasean, entretienen, ofrecen sus productos y dan un nuevo sentido a un escenario cuyo nombre hace referencia en castellano a asamblea o reunión, el cual se debe a que en el pasado este lugar era un gran arenal donde se exponían los cuerpos y las cabezas cortadas de los ejecutados.
Pero hoy el ambiente que allí se respira no tiene nada que ver con ejecuciones de ese tipo, tampoco con la elegancia y fascinación que transmiten algunos de los monumentos o ejemplos de arte y arquitectura de Marruecos, para ello podríamos fijarnos en La Madrasa de Ben Youssef o la mezquita Kutubia cuyo alminar mide sesenta y nueve metros de altura, el edificio más alto de Marrakech (está prohibida la construcción de edificios más altos) y sirvió como inspiración y modelo para construir La Giralda en Sevilla.
Pero ya digo que en la Plaza, no es ese tipo de belleza y de alturas las que nos llaman la atención, quitando el alminar de la mezquita Kutubia que si atrae la mirada, todo pasa a ras de suelo, en esa gran planicie donde todo se mezcla con polvo, siroco y humo. Aquí hay otro tipo de encantamiento, el de las serpientes que se dejan domesticar, cobran vida las tradiciones populares, vemos y oímos a narradores, poetas, músicos bereberes, bailarines y jugadores. Todo ocurre a la vez, rápido y en medio de gran alboroto. Es una fantasía que se multiplica por la riqueza cultural y la actuación en vivo de los protagonistas. Estos tíos son ricos, los mires por donde lo mires…las miles de piecitas en los mosaicos, la cantidad de colores, olores y sabores, el buen uso que dan a las miles de especies, la variedad en los instrumentos musicales, las lenguas y dialectos que son capaces de mantener vivos, …difícil no encontrar el placer de los sentidos en tan amplia muestra.
La magia de la transmisión
Y es que en este pequeño mundo al que llaman plaza de Yamaa el Fna se reproducen hábitos y costumbres a modo de muestrario. A veces puedes diferenciar la procedencia de los marroquíes que por aquí pasan o se buscan la vida, no son iguales el magrebí occidental y el oriental. El primero, más rural, me recuerda a Omar, guía con el que hemos recorrido los pueblos bereberes en este viaje, de raíz y cultura amazigh; el oriental, de carácter más árabe.
Se dice que el occidental muestra más apego al terruño, destaca su viveza de ingenio, su astucia, su socarronería y sentido de la oportunidad, necesario para obtener de cualquier circunstancia mínimamente favorable provecho por pequeño que sea. Su apariencia es descuidada y corriente. El oriental es un hombre de ciudad, esmeradamente educado.
El héroe magrebí-occidental reacciona duramente ante la traición y el desamor; por lo general, rompe los vínculos que tenía con los conspiradores, castiga y mata. El magrebí-oriental, como su modelo árabe, es mucho más comprensivo, suele perdonar y suele ser traicionado una vez más, hasta que reacciona.
Estos arquetipos están presentes en la literatura magrebí de marcada tradición oral y son ellos mismos quienes se cuentan en esta Plaza. Rozar la compleja y rica realidad es mucho más difícil a través de los datos que a través de una buena historia y eso en este país, se sabe y se transmite.
Y es que la tradición oral reina a sus anchas en esta Plaza. Las fábulas, los refranes y las adivinanzas contienen temas religiosos y contenidos más o menos encubiertos. Y, al tiempo, cumplen unas funciones pedagógicas claras de adecuación al mundo. Las fábulas ofrecen enseñanzas y reflexiones morales. Las adivinanzas son por lo general un juego de agudeza y los refranes y proverbios la sentencia de un conocimiento concentrado por la práctica y la observación, un espejo (1).
Todo ello y mucho más forma parte de la identidad de la comunidad, es su patrimonio, la imagen de la cultura y del pensamiento de sus mayores, el lazo con el pasado y la suma de experiencias a transmitir para el futuro. Al mismo tiempo que una garantía contra la invasión de otras culturas. Eso no riñe con la convivencia con otras culturas, pero permite precisamente la no desaparición de las identidades. Por ejemplo, mientras escucho a un cuenta cuentos veo pasar un judío, se le reconoce por la vestimenta y en este caso la barba, aunque no todos la llevan. Hoy apenas quedan judíos en Marraquech, pero ha sido el país árabe más tolerante con la comunidad judía. Y en la literatura también está presente el arquetipo del judío, personaje que aparece en la narración con rasgos contradictorios, es un frecuente figurante secundario, descrito como miembro de la sociedad, activo, rico y como hábil profesional y artesano, o como mago y alquimista.
No sé si los cuentos dan vida a la Plaza o la Plaza da vida a los cuentos, al final es un espacio donde se mantienen vivas las tradiciones, las palabras y conviven muchas culturas, desde musulmanes a judíos y marroquíes consiguiendo un escenario donde la multiculturalidad es un hecho.
Última tarde en Marruecos
Cuando el sol está en su cénit la plaza se quede desierta. Algunos se refugian en el zoco, el más grande del Magreb, pero la mayoría se reserva para el espectáculo que supone cada atardecer en esta Plaza. Hay varias terrazas elevadas en un primer o segundo piso, no más, desde donde se puede observar la vida de la plaza y el sol ocultándose. Mientras cae la noche se encienden las parrillas, la plaza se llena de una nube de humo con olor a asado, cientos de puestos con comida colocados a modo de ristra se llenan de turistas y locales, la única pega que encontramos fue no poder acompañar los platos con una cervecita. En Marruecos, la venta de bebidas alcohólicas a los musulmanes está prohibida y su consumo público está penado con hasta seis meses de prisión. Hay zonas donde estas leyes no imperan, por estar alejadas de las mezquitas, por ejemplo Gueliz, la zona nueva de Marrakech representada en las grandes avenidas Mohamed V y Mohamed VI, donde se han construido varios hoteles y se han instalado las ya conocidas marcas comerciales. Aquí si se puede copear pero sin tanto sabor, al menos así lo encontré yo, alejados ya de todo tipo de autenticidad y de lo propio del país. Es una zona más moderna que la turística de Gran Canaria, ejemplo Playa del inglés, pero en esa línea que ya conocemos donde nada difiere ni en decoración ni en oferta de entre tantos otros negocios o locales y si lo hace, no alcanza a transmitir nada de lo local.
Después de unas cervezas volvemos a la Plaza, damos un último paseo antes de partir hacia el aeropuerto de Menara. Me siento a fumar un cigarrillo en la acera, es habitual ver gente sentada en la calle, y hago breve repaso de este viaje, parece concentrarse ante mis ojos, a pequeña escala todo lo visto. Han sido pocos días y muchas sensaciones, bajo la madeja de pensamientos, desde esta acera en la calle Moulay Ismail veo pasar a la gente, Marruecos, ciudad hecha de hilos de colores, muchos teñidos durante años por judíos, franceses, españoles…Marruecos, lejos del discurso mediático, exuberante, rica y muy viva, mosaico inacabado, alfombra eternamente en el telar. Mis divagaciones se acallan con uno que recita a pocos metros, no le entiendo, le pido a Katia, una de las viajeras de esta aventura que me traduzca, es palestina y pilla algo…pero no conseguimos traducir. Me acerco al que habla y le pregunto, me pide dírhams, le doy casi todo lo que me queda, me guardo alguna moneda para llevarme de recuerdo, manía, consigo entenderle que recita a Darwish, elijo estos versos para despedirnos de Marruecos, un mundo de variables, un múltiplo de la raza humana, un escenario variopinto y lleno de posibilidades.
Y es que no habrá fin, habrá más viajes con In- Out Yoga Holidays a los que si quieres te puedes sumar. Shukran.