Escapada a Marruecos: soltando velos

Fortaleza de Morocco en Marruecos. (DP).

Eva González

Marrakech —

Esta es la primera entrega de una serie de cuatro artículos que sólo pretende recoger impresiones a pie de calle, como papelitos que se caen de los bolsillos a los que no damos importancia, letras pequeñas que se salen del contexto y suelen quedar olvidadas en cualquier calle que, a veces, nos ayudan a entender el texto completo que otros leerán de manera oficial. Me he limitado a observar, a sentir, y desvelar pequeñas verdades sin aparente importancia, pero que considero cuanto menos reales y dignas de ser contadas.

Hay tantas maneras de saltar al territorio vecino… Canarias Ahora lo ha hecho de la mano de In&Out YogaHolidays, de una forma diferente. Sin guerras, sin asedios, sin intención de socorrer, cambiar o imponer. Dejando de lado las fronteras, las diferencias y la distancia cultural para poder ampliar la mirada. No somos tan distintos, ni es verdad todo lo que había oído. Una vez más, observar con los sentidos y alejarse del punto de vista extendido me distancia de la supuesta realidad. Se dicen, se cuentan, se afirman cosas como la propia existencia de Alá. Esto ocurre en todas partes, si no es Cristo, es Krishna y si no, aún peor que la religión, nos aferramos a prejuicios, capaces de distanciarnos hasta lugares demasiado lejanos. Una semana en Marruecos, doce canarios, una palestina y un alemán practicantes de yoga conviviendo con los bereberes, escalando sus montañas, comiendo su comida, practicando yoga, tanto los que están como los que llegamos, tal como somos. Compartir vivencias y caminos no nos ha provocado ni una sola mala digestión, volvemos cargados de sueños. Aprendidos, compartidos, esperanzados y sobre todo, habiendo visto, si no todos los colores que existen, muchos más de los que estamos acostumbrados. Claro que para percibir esto, hay que dejar a un lado intereses particulares, razones y diretes y por fin, creer en nosotros, las personas. Tamaño desafío tenemos por delante…Igual que creamos fronteras, leyes y conquistas, podemos deshacerlas.

Hacer y deshacer, escribir y borrar mil y una veces si hace falta. Renacer a Alí Babá y reconocer que los 40 ladrones por fin han muerto. Recuerdo así la astucia con la que se salvó del destierro la chica que contaba las historias. Ese es el objetivo, caminos, interpretaciones hay muchos y más de mil noches, palabras, lecturas y viajes harán falta para crear lo que nos hace más humanos y nos une y saber que existe la rosa del desierto, aunque no la veamos, ya la olemos. Los viajeros de esta aventura agudizamos el olfato nada más pisar suelo. Se activan todos los sentidos en tierra marroquí, no sé si es la diferencia aparente que nos pone en alerta o el contacto con la naturaleza. Estamos llegando al Valle de Imlil, la guagua avanza sobre una carretera sin quitamiedos. Este pueblo situado a los pies del  Parque Nacional del Toubkal acoge a unos dos mil habitantes, y es el último al que se puede llegar en vehículo. Los aït mizane, instalados en la vertiente Norte del Alto Atlas Occidental, se distribuyen en distintos pueblos llamados douares, viven en las faldas de las montañas en alturas superiores a los 1700 metros y las ocupaciones mayoritarias son la agricultura y el pastoreo. Desde hace unos treinta años ha venido desarrollándose el turismo.

Bajamos de la guagua que nos ha traído desde el aeropuerto de Marrakech, saco la cámara mientras algunas personas se encargan de pasar nuestros equipajes a las mulas. Nos encaminamos hacia la casa donde nos hospedaremos las dos noches siguientes. Niños, mujeres cargadas de paja, mulas transportando mercancías o personas, nogales, almendros, la tierra rojiza del lugar se levanta, parece saludarnos al paso. Enfoco la cámara y veo cómo se enfurecen algunas miradas, al principio me desconcierta, luego me comenta Omar, nuestro guía, que a los marroquíes y bereberes o imazighen, como se hacen llamar ellos mismos que significa hombres libres, no les gusta ser fotografiados, para ellos es como una intrusión en el alma. Sabiendo esto intento ser discreta o pedir permiso, hay también a quien no le importa. Solventado el asunto seguimos avanzando, subimos por la ladera donde todo queda a la vista, no hay velos que tapen la vida sencilla, las tareas diarias se realizan sin horarios estrictos y siempre en consonancia con el medio natural. Niños que llevan mulas atadas, mulas que llevan niños en su lomo, sacos de trigo y cebada sobre las espaldas de las mujeres, encargadas de las labores domésticas y del campo. Después de media hora de caminata, transitando por poblados de suelos empinados sin asfaltar, llegamos a la casa de Lahcen, cabeza visible de la familia para la que trabaja Omar, nuestro guía. Nos abren las puertas y nos encontramos un salón con las mesas montadas, cojines de colores, alrededor del salón central varias habitaciones con colchones a ras de suelo, todo limpio y ordenado, en breve llegarán varios tayines, así se conoce al guiso de carne y verduras del norte de África, así como la cazuela de barro donde lo preparan y lo sirven en la mesa. Las mujeres de la familia lo han cocinado y nos lo sirven sonrientes.

José Santiago, coordinador de In&Out Yoga Holidays, les pide que traigan algunos sólo con verduras y se asienta con alguna dificultad la norma para el resto de días. En el grupo hay veganos y no se adaptan al menú. Después de algunos comentarios y discrepancias y gracias al diálogo se establecen menús veganos y carnívoros. Los autóctonos no preguntan, aceptan y hacen. Pero yo si quiero saber más de ellos, pido permiso y me permiten bajar las escaleras que da a la vivienda familiar, donde residen más de diez personas de la misma familia. En un saloncito está la abuela viendo la tele, sentada en cojines sobre el suelo. No es común la existencia de televisores en el Valle de Imlil, pero los hombres de esta familia llevan más de 30 años en contacto con extranjeros, haciendo de guías turísticos y eso les ha llevado a adoptar hábitos poco frecuentes en su entorno. La señora sólo habla su dialecto,  el tachelhit, una de las tres variantes del tamazight, idioma genérico de la zona. Se muestra apocada y tímida, en la cocina varias mujeres y niños hablan y revolotean con nerviosismo ante la cámara de fotos, les inquieta la grabadora y nos comunicamos mediante dibujos, signos, gestos y demás ocurrencias, mientras continúan haciendo sus labores. Mina, mujer de Omar de 27 años, no estudió, pero sus hijas ahora si van al colegio. Mientras Omar se relaciona sin ningún problema con todos nosotros, ella sale poco de casa, sólo para realizar su rutina de labores, compra y trabajo en el campo. No muestra brazos ni piernas y si le preguntas sobre el tema de la vestimenta se ruboriza. El resto de mujeres y adolescentes que están en la casa, al preguntarles por sus hobbies, confiesan emocionadas que les gusta el fútbol y que lo practican en el colegio.

Es curioso el contraste entre la filosofía de In&Out YogaHolidays y la forma de vida en el Valle de Imlil. Aunque el contacto de la naturaleza es sagrado para ambos, se lleva a cabo de maneras totalmente diferentes. Es enriquecedor, el compartir casa con tan diferentes vivencias y costumbres. Quieras o no, queda un poso dentro de cada uno de nosotros que invita a la reflexión, se ponen de manifiesto ciertas diferencias y se abre una brecha a la que no te queda otra que mirar, los más atrevidos caen en ella y lo sorprendente e inesperado llega, raro es que haya caída con golpetazo, generalmente es la comprensión y la apertura de miras, claro que eso depende siempre de quién y cómo lo lea.

Alberto Jorge, profesor de yoga y director del Centro Power Yoga Canarias que nos acompaña en este viaje nos avisa que empieza la práctica. No tenemos ni idea de lo que les va a parecer a los locales, dudamos si invitarlos, de repente les parece ridículo. Esta población no posee la cantidad de cosas y estrés que nosotros tenemos encima, y aunque como todos los humanos necesitan silencio y conexión con ellos mismos, lo tienen en sus quehaceres diarios en el entorno natural en el que viven. A los pocos minutos comenzamos la clase de yoga en la azotea, al aire libre. Vienen niños del pueblo y se apuntan, también algunas mujeres de la casa, por supuesto sin cambiar su indumentaria. Les provoca mucha risa, desconocen y les parecen extraños los movimientos y posturas que adoptamos, pero no les causa rechazo, sino diversión.

Algunos se mantienen la clase entera, pocos de ellos en silencio, la emoción les impide mantener la calma, todo es nuevo, diferente y extraño. Los habitantes del valle de Imlil, bereberes, han sido influenciados por la cultura francesa y árabe, conservan el dialecto y la tradición que han transmitido sus mayores de manera oral. En las escuelas no se estudia su dialecto ni se practica fuera de las familias, pero aun así, no todos hablan francés salvo los que salen a comerciar o se dedican a guiar al turista. El idioma no impide que adopten las posturas y se integren en la clase de yoga. Algo más de una hora en la que todos hacemos la misma práctica sin distinciones, salvo la ropa. Alberto Jorge es un profesor exigente, no todos pueden seguir el ritmo, pero como defiende el yoga, lo importante es la práctica. Asanas, pranayama y meditación, son las tres partes fundamentales que trabaja In&out YogaHolidays, a diferencia de la mayoría de occidentales que se han centrado en la parte física, olvidando la parte espiritual y la respiración. Al final de la clase nos espera el té y unos pastelitos cocinados en la casa. Los disfrutamos, reponemos fuerzas y nos vamos al pueblo a dar un paseo. Las mulas son el medio de transporte en estas laderas por donde no circulan vehículos, en esta zona de África quien tiene una mula tiene un tesoro. Pero nosotros vamos a pie, calentando los músculos para la próxima subida al Toubkahl, donde nos enfrentaremos cada uno a sus propias fuerzas y divisaremos desde otra perspectiva estas tierras. También se lo contaremos. Pero será a la vuelta del pueblo, donde no sé si resistiremos sin juzgar, viendo las cabezas de cabras cortadas y expuestas sobre cajas, los animales colgando luciendo sus carnes brillantes y ensangrentadas, una imagen grotesca para los visitantes con la que de momento hay que convivir. Nos fijaremos en los tajines, de forma cónica y la mayoría hechos a mano, mientras la cosa cambia. Los atardeceres y la vegetación que adornan estas tierras rojizas, queda mucho por recorrer, sólo estamos empezando. Mientras tanto, ¡buena suerte!

Ahora que estamos solos y no nos escuchan los coordinadores quiero reconocer que sí, si fumé algún porrito que otro, la calidad del chocolate en Marruecos es excelente y no me pareció correcto pisar el territorio de donde procede el 70% del hachís que se distribuye en el mundo sin probarlo. Recomendado a todo aquél que no le dé amarillo.

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