Todos los mapas
Va la araña caminando por el techo. Dobla esquinas donde no las hay. Sus ocho ojos buscan cualquier saliente posible sobre los ángulos invisibles de esas paredes que imagina.
Pero avanza… siempre avanza.
Discreta, inconsciente de la poderosa seducción de su vestido, sueña con salir de esa habitación a la que ha llegado, no recuerda muy bien cómo, pero en su delirio teje finas tanzas en el cielo que ocurre entre las flores de un cactus, donde nadie la molesta.
En su mundo sin espejos ignora que todos los mapas están dibujados en su piel. Posee en el abdomen un estrecho río que separa Alaska de Portugal y en las patas delanteras dos penínsulas de luz roja le amanecen.
A la altura de la boca Colombia huele a café y, quizá por eso, sus más de cien siestas diarias no superan el minuto.
El hemisferio sur de su lomo también esconde un salar, un desierto, un glaciar…
La veo, por fin, deslizarse techo abajo sobre su propia seda. Pendular hasta llegar al estante donde duermen los atlas. Y allí la pierdo de vista… y eso lo explica todo.
Sueño con viajar a lomos de su picadura.
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