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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
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Año nuevo de abril

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Indra Kishinchand López

Hoy llueve y es domingo. Hay hombres grises tatuados en las calles.


Benjamín Prado

La vida también son las cosas que se pierden, las que ya no están porque así lo han decidido, las que no toman esa determinación pero para las que el silencio sí decidió que era demasiado tarde para existir deprisa.

La vida también son las cosas que se pierden y las que no se sabe si se tienen. La inseguridad, el abismo ante lo insólito, la certeza de un año nuevo en abril, la incertidumbre ante los 365 días anteriores que duraron más de dos años; y ahora parece que ayer fueron los 2000.

La vida es lo que nunca se ha tenido pero se ha intuido. El miedo a volver a caer, el rechazo, la cerveza de media tarde, andar Madrid de madrugada y sentir que son las seis de la tarde de un martes en mi ciudad. Andar Madrid un domingo por la mañana y recordar el día que soñaste que te perseguían en medio de pirámides de sal. Morir dormido y resucitar convencido de que estuviste allí, de que sucedió.

La vida es aquella vez que alguien me dijo que sería un invierno frío y me di cuenta de que el hielo eran ellos, de que la oscuridad son todos los que hacen daño a sabiendas de que enfrente no solo tienen espejos donde mirarse.

Últimamente recuerdo mucho aquel verano en que viajé en coches de desconocidos y dormí sola en un hotel mientras comía pizza. Sé que había una hija que conducía y una madre que fumaba hierba con el ansia de cualquier adolescente, como si aquel cigarrillo fuera su vida y tuviera que apurarla durante seis horas de viaje. No olvido al joven de 18 años que se sentó a mi lado enfundado en una camisa de cuadros y que se ahogaba con el humo y seguramente con el descubrimiento de que la madurez no siempre llega con la edad y hay algunos que siempre quisimos ser ajenos a los años.

De mi viaje anterior también recuerdo a un tipo que me ofreció dormir en mi cuarto como si la que tuviera que pedir permiso para besarle fuera yo. Ahora entiendo con un mínimo de arrepentimiento que las respuestas adecuadas siempre llegan cuando ya nada importa. Cuando viajas solo también le pides fotos a desconocidos pensando que tal vez tu familia quiera saber de ti, que sobreviviste a la soledad o que eres soledad.

Del resto de mi viajes no me apetece recordar nada hoy. Será porque quiero volver a sentarme frente al mar y no hacer lo que tenía planeado: no leer, no escribir, no pensar. Aquello que fue un fraude durante dos días era en realidad la demostración de que la inspiración no llega, únicamente, cuando se busca, sino que también hay momentos en los que no viene. Por mucho que se la espera.

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