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José Miguel González Hernández

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Para borrar los pecados cometidos, nada mejor que una buena penitencia, que tiene como finalidad una correcta curación espiritual. Por eso la denominan el sacramento de la conversión, porque retornamos al buen sendero después de que nos hemos alejado del pecado. Ahora bien, hay que tener en cuenta que antes debemos obtener el perdón, y eso solo se consigue a través de la confesión, aunque se pueden acortar los plazos si accedemos a la contrición con el fin de demostrar el arrepentimiento por haber obrado de forma calamitosa, siempre y cuando se tenga el firme deseo de no volver a actuar mal en un futuro.

Si ya hemos decidido llevar a cabo dicha confesión, se necesita hacer un escrupuloso examen de conciencia, en el que se demuestre sinceridad y repulsa ante los pecados cometidos. Ahora bien, debemos diferenciar si lo hacemos por reglas y convicciones propias o por miedo a las repercusiones. Ese hecho marca la diferencia porque el perdón en el primer caso se obtiene de forma automática, mientras que el segundo tiene un cierto tránsito.

Así, el arrepentimiento mira hacia el pasado, pero implica necesariamente un empeño hacia el futuro con la firme voluntad de no cometer jamás pecado alguno. La previsión del desliz futuro no impide que se tenga el propósito sincero de no cometerlo más, porque el propósito depende del conocimiento que tenemos de nuestras debilidades. Y todo esto ¿para qué? Para que podamos manifestar con libertad, de forma humilde y sincera todos los temas que nos atormentan y sobre los que no obramos de forma correcta.

Aunque parezca mentira, existe un listado de faltas más recurrentes, como es practicar cualquier modo de magia, blasfemar, tratar mal a tus semejantes, robar, cuando faltas sin motivo a tu trabajo, a la hora de murmurar del prójimo o incluso de calumniarlo, en el momento que cultivas pensamientos o deseos impuros, o faltar gravemente al propio deber, entre otras consideraciones. Todas estas faltas (y las que se han quedado en el tintero) tienen una diferente intensidad de efecto y, por lo tanto, de resolución. Ojo, si por vergüenza o por otros motivos te lo callas, no solo no se obtiene perdón alguno, sino que se comete un nuevo pecado, con lo que la sanción se incrementa.

Lo bueno que tiene todo esto es que daremos con algún tipo de absolución, siempre y cuando, como penitente, mostremos sinceramente arrepentimiento. Si, por el contrario, no estamos dispuestos a ejercer con profesionalidad y dignidad la penitencia, no teniendo el dolor o el propósito de enmienda, entonces no podremos acceder a la total absolución y, por lo tanto, debemos correr con las consecuencias.

Al final, todo esto se hace para recuperar la fuerza y avanzar hacia la paz y la serenidad de la conciencia. Es un medio extraordinariamente eficaz para progresar en el camino de la perfección, porque nos hace ejercitar las virtudes fundamentales de nuestra vida: la sinceridad, la separación del pecado y el deseo sincero de progresar. Y no. No estoy hablando de la Semana Santa. Estoy hablando de la campaña electoral.

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