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Manises tostados

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Román Delgado

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De todas las cosas sencillas, cotidianas y vulgares que me han ocurrido en las últimas horas, y dejo al margen las que uno siempre guarda con doble candado (también llamadas personales o íntimas), me quedo con la minitapa de manises tostados, ricos, muy ricos, que estos días me puso el amigo Andrés sobre la enésima barra de acero inoxidable que hay en esta ciudad repleta de hitos de la Gesta del 25 de Julio.

Eso sí que fue un hito, después de colas de coches, semáforos que no se dejan querer, inquietud breve e intermitente y caída hacia la costa desde la obrera y desempleada Ofra. Así llegué al lugar en que mejor sombra dan los laureles, dejé el trasto en su sitio oscuro y pensé: pa’rriba, para la torre, que no sé si saben que ya no trabajo en la cueva, o para la plaza, al lugar que en mi barrio, y en tantos otros, se decía que se podía ir a llorar y a escuchar misa, y a enamorar y a activar el magreo, y a fumar porros verdes o marrones.

Yo, antes de tirar de cierre electrónico, ya había decidido, casi desde la rotonda de la antigua tabaquera, que esta vez necesitaba el maní tostado y quizá no una cerveza, sino una Xero de las que ahora llevan nombre propio. No soy de los que se enganchan a tal mercadotecnia, pero debo reconocer que me asusté porque por un momento creí que la que Andrés me ofrecía era una con “Román”, y no, falsa alarma: era una con “Raúl”, y a mí es que este nombre no me gusta nada.

El platito de manises era microscópico, eso, un platito, y para saborearlos mejor y de camino jugar un rato con ellos, sobre la artística y posmoderna barra de metal, acompasé el consumo del refresco con la introducción del maní en la boca, de manera que casi compuse una pieza popular con sus acordes y ritmos. Fue algo muy sencillo, pero emocioné hasta a los que se hallaban a mi espalda con güisquis y cervezas, mucho más fácil, que se pusieron a aplaudir.

Así estuve un tiempo contento, hasta que, como era de esperar, ya solo quedaban dos manises y, con el último en la boca y el sorbo final de la Xero, concluyó la canción y la verbena. Coloqué el euro sobre el platito, que casi no cupo, y tiré para la torre, que es desde donde les he estado contando esta traviesa historia, ya llegando a la línea terminal, con todo resuelto para tirar de nuevo hacia los laureles.

Esta vez paso de manises y de Xero, que la luna me gusta mucho y pretendo irme a celebrar algo mágico con ella. Si alguna noche ven a alguien en su lomo, seré yo: el de los manises y la Xero, y no querré bajar, así que nada de bobadas con llamadas al 1-1-2. 

*Historia publicada en el libro PolicromíaPolicromía

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