Espacio de opinión de Tenerife Ahora
Reflexiones de un más que posible mediopensionista
No me gusta que nadie meta mano en la alcancía de mis ahorros. Pero peor me sienta que el raterillo ramplón me tome el pelo al intentar explicarme que es mucho mejor sacar la pasta por la rendija, poco a poco, procurando que el vaciado se note lo menos posible, antes que tener que romper la vasija de barro para robármelo todo de golpe.
Cuarenta años de cotización máxima. Tan máxima como que, antes de que acabara el siglo anterior, ya se puso un tope superior a la prestación resultante por razones de solidaridad; pero las aportaciones mensuales no se redujeron un ápice.
Retrocedamos a la época en que el IRPF alcanzaba el 56%, y las hipotecas –entonces no existía el Euribor–, entre intereses y amortización de capital, llegaban al 15/16 %. Sin embargo, aquellos otros tiempos eran los de un salario digno para un puesto de trabajo digno. Dignidad que por entonces se podía alcanzar mediante el esfuerzo correspondiente. Que para una oposición de 100 plazas –no de funcionarios– se presentasen 5000 aspirantes, suponía que había que luchar, trabajar, estudiar, arriesgar y, sobre todo, valer, y así conseguir el privilegio de un puesto de trabajo que resolviese una vida laboral hasta la fecha de jubilación, a partir de la cual se percibiría la pensión correspondiente a 40 años de actividad durante los que se cotizaban mensualmente los “derechos pasivos máximos”. Lo que garantizaba una vejez tan digna como merecida por el rendimiento profesional que, si además coincidía con una vocación más o menos intensa, el privilegio no era el dinero, sino la fortuna de sentir que se haría gratis aquello por lo que, además, se pagaba de acuerdo con las capacidades y conocimiento.
La inversión tributaria, que ya pasó el fielato de los impuestos directos e indirectos, vuelve a sufrir el expolio de la doble imposición al tener que repetir una nueva cotización de IRPF cuando se rescata lo ahorrado (el porcentaje del 80% de “rendimiento por trabajo” contenido en el IRPF no debería aplicarse a las pensiones de jubilados, que obviamente ya no trabajan. Lo contrario es un robo, tan flagrante como las demás dobles imposiciones en sucesiones, patrimonio, donaciones, transmisiones patrimoniales, herencias…).
Se nos vende que las cotizaciones a la Seguridad Social tienen un mero carácter solidario. Es decir: “Paga tú para mantener a los pensionistas actuales, o lo que pagaste durante tu vida laboral no era ahorro tuyo, sino motivo de solidaridad”. Si así fuera, los planes de pensiones privados deberían ser también acciones de una ONG.
Es evidente que he cumplido con creces mi responsabilidad solidaria hacia una parte de aquellos 4.900 aspirantes que no aprobaron la oposición ni consiguieron encarrilar su vida por otros derroteros. Aunque los problemas humanitarios son responsabilidad de todos, es la Administración, a través de sus Servicios Sociales, quien debe resolver los casos de pobreza extrema y exclusión social. Sin embargo, la realidad demuestra que somos la sociedad civil, el pueblo soberano, los únicos capaces de resolver nuestros propios problemas.
Mientras, nos mienten con fatuos crecimientos económicos, con la artificiosa relación de puestos de trabajo precarios y esclavizadores, con éxitos mendaces en macroeconomía, con la bondad de unos recortes infames y con previsiones de futuro inmediato tan triunfalistas como falsos, cuando la verdad es un reforma laboral ignominiosa, el hambre, la pobreza infantil y exclusiones sociales en crecimiento imparable, y el IPC, la Deuda y el Déficit Público en la ruina tan absoluta como “a ver cómo nos libramos de la multa de la UE”.
Pues lo tienen fácil. Quedan 25.000 millones de euros en mi hucha de pensiones –aquella garantizada y protegida en el Pacto de Toledo–. Y siguen esquilmándola desde la impunidad más absoluta para salvar bancos fraudulentos que destrozan a la ciudadanía con sus desahucios o con las preferentes, mientras sus directivos y presidentes se van de rositas y con el riñón bien forrado por contratos blindados e indemnizaciones millonarias solo equiparables a las pensiones vitalicias de políticos, entre otras abusivas prebendas, que no tendrán problema aunque se vacíe la hucha.
Reflexiones emanadas desde un estado avanzado de jubilación. Afectado y preocupado por el porvenir que todavía me queda por delante. Pero lo verdaderamente alarmante es preguntarme que cuando a mí, entre unos y otros, ya me lo hayan robado todo, ¿qué será de los que vienen detrás, escalonados en sucesivas generaciones?
Por cierto: ¿Acaso el uso de fondos públicos por un funcionario, para un uso distinto al que está destinado, no es delito de malversación de caudales públicos?
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