El edificio de la logia Acacia número cuatro, que se derribó este puente de agosto, cuando todos mirábamos para otro lado, fue proyectado por Martín Fernández de la Torre y constituía una pieza arquitectónica casi única porque fue pensada expresamente para templo masónico, como les contábamos. En España sólo había dos ejemplos iguales, éste de Las Palmas de Gran Canaria, y el de la logia Añaza 270, en Santa Cruz de Tenerife, levantado en 1826. Tanto Añaza como Acacia pertenecían a la Gran Logia de Canarias, a la que se adscribían también Abora y Andamana. Con la caida de este edificio, la masonería pierde uno de sus emblemas, pero la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria pierde otro edificio singular, quizá porque sus responsables municipales tienen más querencia a los mamotretos comerciales y a la operación del istmo de Santa Catalina, tan cercano en lo geográfico al derribo de este fin de semana.