Se ha abierto un apasionado debate en determinados círculos sociales acerca del modo en que la Justicia está tratando a los dos únicos encarcelados de la Operación Eolo, el ex director general de Industria, Celso Perdomo, y su novia, Mónica Quintana. El debate se genera no porque sea inusual la detención en calabozos policiales, que se da cada día, sino porque ésta es una de esas pocas ocasiones en que se descubre la crudeza de una detención porque afecta a gente de la clase media o acomodada. Los más expertos hablan de la presión psicológica ejercida sobre Perdomo y Quintana con el fin de que cuenten todo lo que saben y mencionen aquellos posibles nombres que también pudieran haber tenido que ver con la trama. Testigos de la declaración del ex director general aseguran que se comportó incluso de modo chulesco en alguna ocasión, pero nada ha de reprochársele si él cree que esa es su mejor defensa. Pero los que conocen a Celso, los que han compartido con él horas en Industria, saben que ni es tan fiero el león como lo pintan ni es hombre que aguante muchas presiones. Lo recuerda especialmente Luis Soria, su ex consejero, que sabía cómo tratarle.