ENTREVISTA

Enrique Aparicio debuta en la novela con 'La mancha', una historia sobre cómo “despegar las narices del dolor”

Una mancha es una señal, en el cuerpo o en un objeto, que generalmente lo ensucia o lo echa a perder. Puede entenderse igualmente como una deshonra. Y la Mancha es también la mitad del nombre de una comunidad autónoma española, la que señala un territorio concreto del mapa, un medio rural cargado de tanto costumbrismo como estereotipos. De pueblos ni buenos ni malos. Simplemente llenos de aprendizaje.

A uno de esos pueblos, con el nombre inventado de Baratrillo de la Mancha, regresa el joven Valentín desde Madrid en 2013, cuando se queda sin recursos debido a la crisis económica.

Pero con este joven regresa también una “identidad marica” mal gestionada. Una mochila emocional llena de culpas, vergüenza, frustraciones y dolor. Y ahí empieza la historia de las dos manchas, la que duele y la que acoge, la que va con minúscula y la que va con mayúscula. El núcleo argumental con el que Enrique Aparicio (Esnórquel), periodista, escritor y podcaster natural de Alpera (Albacete) compone 'La mancha', su primera novela.

Enrique Aparicio ganó el Premio Fungible de Relato Joven en 2017 y el accésit del Premio Paco Rabal de Periodismo Cinematográfico en 2020. Con el autor, junto a Beatriz Cepeda (Perra de Satán), de los pódcasts '¿Puedo hablar!' y 'Maricapáginas', hablamos de Valentín, el protagonista de su primera inmersión en la narrativa, pero también de otros muchos temas que confluyen en su obra, que van desde la LGTBIfobia hasta el feminismo, la memoria histórica y la salud mental.

Después del periodismo, los relatos, el pódcast y los ensayos, ¿por qué llegó el momento de una novela?

Realmente publicar una novela era el sueño de mi vida. Siempre he sido muy novelero en todos los sentidos de la palabra y para mí escribir ficción, o algo parecido a la ficción, es lo que he querido hacer siempre. Me he entretenido mucho con otras cosas, pero lo que he hecho de manera más consistente durante toda mi vida es escribir. Lo que pasa es que es ahora cuando ha llegado un editor y yo ya tenía una idea de hace tiempo.

¿Una idea que ya venía de lejos?

Venía de muy lejos, pero estoy contento de no haberlo hecho antes. Hace 10 o 15 años habría escrito la misma historia pero habría sido muy distinta, porque tiene mucho de autobiográfico. La hubiera contado desde un punto de vista muy distinto. Siempre pensé que iba a publicar un libro para vengarme de mi pueblo, para devolver ese dolor que yo había sentido allí en mi infancia y en mi adolescencia, y me alegro mucho de haberme esperado, y de que 'La mancha', más que de venganza, tenga mucho de reconciliación. De tender lazos hacia esa infancia y esa adolescencia en un pueblo pequeño de la Mancha. Ahora, con mis 35 años, con la evolución y terapia que llevo encima, he logrado que el acercamiento sea mucho más positivo.

¿Quiere decir que la relación de una persona LGTBI con el medio rural pudo no ser fácil en los años 90 del siglo XX, pero con el tiempo se ve de otra manera?

En mi caso, se ve con todo lo negativo, pero también con todo lo positivo. Hace diez años ni siquiera concebía que el punto en el que estoy ahora fuera posible.

Entiendo que, aunque en parte es autobiográfico, Valentín no es Enrique Aparicio del todo...

Me hubiera encantado ser más como Valentín a los 25 años (risas). Él tiene esa edad en el verano de 2013, en plena crisis económica, cuando todo sucece. Me da mil vueltas en muchas cosas pero yo, como su creador, desde mis 35 años y en 2024 le doy muchas vueltas a él. En realidad es autoficción, que no es un género en sí mismo. Se puede hacer autoficción de terror o de ciencia ficción. Se trata sobre todo del recorrido que haces: partir de unas vivencias reales, tuyas o de otras personas, y de ahí te vas a la ficción. Esto lo decía Carmen Martín Gaite, que aparece en el epígrafe de la novela: “Aunque tú escribes con un protagonista que se parece a ti en todo, desde el momento en el que escribes la primera palabra, es un personaje de ficción”.

He buscado testimonios de otros maricas de la historia que habían dejado en sus obras mucho de sus vidas. Es una humilde aportación a ese linaje

¿La ficción arranca en cuanto es literatura, no?

Eso es. Aunque uno se base en algo, en el momento en el que recortas la figurita y la metes en ese cajón, en el momento en que te haces un teatrillo y te pones a jugar con ello, ya haces una ficción. 'La mancha' es una novela, no son unas memorias, no es una autobiografía, no es una estampa de vida. Tiene algo de testimonial y es bueno que lo tenga. He buscado testimonios de otros maricas de la historia que habían dejado en sus obras mucho de sus vidas. Es una humilde aportación a ese linaje de esos libros que yo he buscado con desesperación para encontrar modos de vida que no estaban a mi alcance.

La ficción se refleja también en la localización, un pueblo inexistente llamado Baratrillo de la Mancha. ¿No es Alpera pero sí la tierra manchega?

No, no lo es. Pero sí es la Mancha. Inventarte un sitio de ficción que funciona como real lo han hecho muchos escritores. Para mí era casi una coquetería literaria. Baratrillo funciona con las reglas de la Mancha real y está en una zona concreta muy cerca de Alpera, por su cercanía Almansa, a València y Alicante.

¿Esa licencia, casi cervantina, da más libertad?

A mí me permite mucha plasticidad. No tengo por qué ceñirme a que el pueblo sea uno en concreto. Puedo transformar lo que me interesa porque es lo que obedece a la lógica y a la estructura de la ficción. Para ello tienes que ser lo más libre que puedas. Para mí el reto fue la parte más técnica de la narrativa, que es la que menos se percibe. Y si no se percibe es un éxito, porque significa que está bien hecha.

¿Qué ha vertido y qué ha aprendido de su tierra manchega al construir esta novela?

He aprendido mucho porque al documentarme para la parte histórica hablé con África Sánchez, una señora de 95 años con una memoria milagrosa. Se acuerda de todo. Charlas de tardes y tardes con ella fueron mi documentación. Y luego también el habla manchega. Tenía claro que quería reflejarla y en ese sentido hay una humilde propuesta de cómo se escribe, para que se perciba que eso es habla manchega.

Para ello he buscado referencias de la tierra pero también de fuera; y que se pueda saber el significado de expresiones o palabras conforme a su contexto. Creo que es un juego muy chulo para los lectores que no sean manchegos o que lo sean pero no conozcan esos giros. Hay un cierto ánimo de generar incluso literatura manchega. No es que la vaya a inventar yo, pero sí como una humilde aportación frente a una sintaxis y una ortografía estándar del castellano.

¿Por qué ese título de 'La mancha' en minúscula, por darle ese doble sentido?

Sí, es un juego de palabras entre el sustantivo y el topónimo. No fue el primer título, pero ahora me parece el perfecto. Apareció cuando la escritura la tenía bastante avanzada y fue casi una revelación. Ayuda a construir lo que explica Valentín cuando habla de su pueblo, de sus vivencias, de cómo intenta reconstruir su infancia y su adolescencia después de haberle prendido fuego y haber quemado todos los puentes cuando se fue la universidad. Una mancha es aquello que uno tiene, que cree que le señala, que debe ocultar, que le va a hacer valer menos que los demás, pero también puede ser una marca de nacimiento o algo que nos dé identidad y nos diferencie de los demás. Y de repente, puede ser algo que uno lleve por bandera. Me servía muy bien esa “mancha” porque a su vez sitúa el territorio.

Queda completada además con la ilustración de la portada. Ahí su significado sí es el territorio manchego.

Es de Miguel Sánchez Lindo. Es un típico paisaje manchego atemporal, porque podría ser de los años 20 del siglo XX o de ayer mismo. El título y la portada es una invitación muy reconocible a un universo donde a lo mejor luego te vas a encontrar cosas no tan reconocibles. Lo identificas, pero causa extrañeza.

Valentín tiene esa mancha, tiene muchas heridas y culpas, pero regresa al pueblo, derrotado y con toda esa mochila emocional. ¿El medio rural le sirve aquí como aprendizaje para lidiar con todo ello?

Si hubiera que reducir químicamente la esencia de la novela, sería esa. Que la herida, la mancha que uno lleva, como a veces la ves desde dentro, te parece total y absoluta, todo tu universo. Para Valentín, ese dolor, esa culpa, ese miedo, también es su hogar. Es un hogar que odia pero también es donde se maneja. Sucede con personas del colectivo LGTBI, pero no solo del colectivo, sino también con gente que es señalada por estar fuera la normas por razones muy diversas. Si creces dentro de eso, te adaptas.

El protagonista atraviesa su adolescencia dentro de ese dolor, con el esfuerzo físico y emocional por que los demás no se den cuenta de que es homosexual. Se ha hecho adulto con esa presión. Se ha hecho adulto dentro de esa jaula. Por eso se va a estudiar a la universidad y abandona esa jaula. Cuando regresa, empieza a darse cuenta de que se fue con un desgarro impresionante y que allí se ha dejado todo su pasado, incluidos todos los errores que ahora tiene que reconocer.

Es la historia de cómo reescalar un dolor, reescalar una herida, de verlo con perspectiva, porque a lo mejor es él mismo el que sigue reproduciéndolo

Es decir, la Mancha como lugar reencuentro con 'la mancha', con el dolor.

Efectivamente. Va a aprender a despegar mínimamente las narices de ese dolor y a mirar un poco lo que tiene alrededor, que es gente con sus dolores, ni mejores ni peores, y a lo mejor encuentra pistas, información, conocimientos, enseñanzas y referencias de cómo vivir si te sitúan fuera de la norma. Cómo coger leyes que te han aplastado y poder reescribirlas. Es la historia de cómo reescalar un dolor, reescalar una herida, de verlo con perspectiva, porque a lo mejor es él mismo el que sigue reproduciéndolo y si se da la vuelta a lo mejor no hace falta estar mirando la mancha todo el rato.

Ahí cumple un papel fundamental el personaje de Ramona, esa segunda voz que aparece en la novela. ¿Cuál su función?

Sin desvelar demasiado, es una mujer de otra época, que se comunica por escrito y con muchas limitaciones. Ha tenido muy escasa educación, pero eso no le impide dejar constancia, mediante un pedacito de realidad que le cae del cielo, de sus pensamientos y de su vida. Lo hace con mucha pureza en ese habla manchega. Tiene una relación con Valentín que se irá descubriendo a medida que conoce a otras mujeres cuyas huellas siempre habían estado ahí y que no había descubierto, por el egoísmo de su propio dolor.

¿Las mujeres manchegas como cura?

Cierto, porque hay muchos personajes femeninos que se van descubriendo. La Mancha es una sociedad matriarcal al menos en la parte íntima, de la comunicación. Y la identidad marica forma parte de eso y le da la llave de algunos secretos. Entre todas ellas, Ramona es la forma que he tenido, como escritor, de salirme de mí mismo. Quería que esta no fuera una historia de una sola voz. Eso le da a la forma lo que quiere presentar el fondo, que es “chico, date un paseo, sal un poco de ti mismo, escucha a los demás”.

Ya hemos hablado de LGTBIfobia, memoria histórica y feminismo como componentes de la novela...

(Risas) Y menos mal que he podido publicar una primera novela hablando de estos temas. Es para celebrarlo. Me gusta insistir en que es la novela de un marica que tiene su adolescencia en los 90, pero no es un libro sobre bullying, no hay una violencia demasiado explícita, la hay interna. A las personas de mi generación y aledañas no nos han metido en el calabozo ni nos han condenado al infierno siendo lo que somos, pero ¿por qué nos sentimos tan mal? ¿Por qué no hemos tenido una adolescencia plena? ¿Por qué hemos tenido que salir del armario, que es ya un archivo histórico? ¿Por qué esa necesidad de confesar lo que eras como si hubieras cometido un crimen o como si tuvieras una enfermedad mortal? ¿Por qué esa carga que muchas personas siguen arrastrando? ¿Por qué a mí me ha costado años de terapia tener una autoestima estándar?

A Valentín le ocurre todo eso, ¿es lo que a veces se denomina una homofobia interiorizada?

Es exactamento eso, pero le ocurre sin ser consciente de ello. Esas palabras no se nombran en la novela. Como no se nombra el feminismo pero va a saber que fijándose en las mujeres y en su resiliencia, puede aprender muchas cosas.  

Todo ello en un contexto de crisis económica, que es lo que le oliga a regresar al pueblo.

Claro, el protagonista escoge una carrera para ascender “de clase”, entre comillas, porque ha visto a sus padres trabajando muy duro en el pueblo. Tiene muy buenas notas en su carrera, pero en 2013, con la crisis, tiene que volver porque no hay trabajo. Es otra culpa. Sus padres han sacrificado sus vida para que llegara ahí, y donde ha llegado no hay nada. Eso se suma a la frustración y la culpa cuando llega el reencuentro con su árbol genealógico. Como ha hecho un gurruño y lo ha dejado todo abandonado, no distingue ya una cosa de la otra. Se encuentra todo a la vez porque lo abandonó todo a la vez.

Es curioso porque es un ‘sexilio’ invertido. ¿Con ello quiere romper también el estereotipo de que en la ciudad todo mola y en el pueblo todo es horrible.

Valentín vive el irse como una liberación. Y yo lo viví así. Me fui a la universidad en València y luego hice el Máster en Barcelona. Estaba en un lugar donde no me conocía nadie y donde puedes borrar lo que no te gusta de lo que traes. Tienes que hacer vínculos como los haría un adolescente traumatizado. Es decir, lo haces mal. Te acostumbras a esconder cosas de ti mismo. Por eso es la historia de un sexilio que sale mal, aunque no del todo, porque extrae muchas lecciones.

Todos estos elementos ha ido apareciendo alguna vez en el pódcast que realiza con Beatriz Cepeda. ¿Ahí ya estaba pensada la novela?

Ya estaba por ahí, sí. En el pódcast hicimos programa que se llamaba 'De pueblo' donde yo contaba muchas de las cosas que azuzaron la hoguera donde me senté a escribir la novela. Me llegaron cientos de mensajes, fue increíble. Creo nunca haré nada que genere tanto feedback y tan inmediato. Me di cuenta de que había mucha gente que estaba atravesando esa situación. Lo más curioso es que al final hay hechos que viviste con una enorme tensión y ansiedad, por las miradas que podían ser inquisitivas o no, y con el tiempo te das cuenta de que a lo mejor no era así. A lo mejor una vecina simplemente te conoce, te mira y se interesa por ti o por tu familia.

Quizás al final los pueblos son todo: hay malos y buenos en todas partes ¿no cree?

Claro, los pueblos son todo a la vez. Ni son lugares horribles donde hay violencia y crímenes, ni lugares transformadores y maravillosos. O ni lo uno ni lo otro. Hay gente buena, mala y regular. Ni hay que idealizar un pueblo ni convertirlo en algo invivible. De hecho, le puse al pueblo de ficción el nombre de Baratrillo porque 'báratro' es un sinónimo de infierno. Al hacerlo pequeñito pues ya no parecía tan grave, es más manejable (risas).

¿Hay también terapia en el libro? ¿Estamos abriéndonos a hablar más de salud mental?

Afortunadamente está más normalizado y me alegra mucho de que el libro pueda contribuir a eso. En 'La mancha' hay un telón de fondo de todo eso porque el protagonista está muy lejos de entender que necesita ayuda profesional y que las cosas que le pasan obedecen a unos traumas que debe trabajar. Pero no podría ser la novela que es si yo no hubiera hecho años y años de terapia, y no solo de terapia, sino también de hablar de ello y compartirlo con mis amigas. No vas a terapia y te curas. Lo que sale a flote hay que trabajarlo a tiempo real porque no hay atajos.

Mi abuela decía que “donde falta conocimiento sobra malicia” y no hay verdad más grande. Curarse la mente requiere saber. Saber mucho y saber trabajarlo. Y espero que este libro ayude con eso.