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OPINIÓN | 'Una juventud frustrada', por Enric González

La hipocresía de acompañante

Marta Romero Medina

Aporofobia. El año empezó con una nueva palabra. Al oírla me vinieron a la cabeza términos de biología, pero nada más lejos de la realidad. El término fue acuñado por una catedrática para referirse a un hecho que ya en los 90 ella supo vislumbrar en la sociedad: la fobia a los pobres. Sí, y tan real y creciente es esa fobia que nuestra academia de la lengua ha decidido introducir en nuestro diccionario una palabra certera para designarla.

El nombre es raro, su definición alarmante. Al oírla a la cabeza me vino, pero cómo fobia si somos una sociedad que lucha contra la pobreza. Y hete aquí el quid de la cuestión. La superficialidad de esa lucha. Sólo desde la hipocresía en la que nos hemos acostumbrado a vivir y desenvolvernos se puede entender esto. Y es que vivimos tiempos difíciles, fáciles y difíciles, las antítesis y paradojas están al orden del día.

Estamos en la era de lo etéreo, nada es lo que parece, porque la ciencia ha avanzado hasta niveles insospechados hace solo unas décadas, pero la mezquindad humana se ha mantenido intacta, porque lo impactante se hace viral en un microsegundo, mientras lo importante permanece cada vez más oculto, porque tenemos libertad pero falta tiempo y valentía, porque tenemos voz y voto, pero cuanto menos la utilizamos pensamos que menos preocupaciones tendremos, porque podemos decidir pero seguimos dejando que decidan por nosotros.

Porque hace un par de años en un parque vejaban unos adolescentes a una niña de 12 años, lo grababan vanagloriándose de lo que hacían, y en aquel vídeo de la vergüenza aparecían como sombras los adultos que pasaban por atrás y no decían nada, literalmente miraban para otro lado.

Tenemos tantas alfombras, tantos escondites, tantos mirar para otro lado, tantas máscaras y juegos de luces para no mirarnos a la cara y analizarnos como individuos y como sociedad que hace tiempo hemos olvidado quiénes somos, qué queremos, para qué trabajamos. Y así nos va. No tan mal, dependiendo de a quien. Pero sin duda con más honestidad nos iría mejor a muchos más. 

La aporofobia duele, la palabra y lo que designa, pero más duele lo que esconde, lo que dice de nosotros sin decirlo a la cara. Hipócritas, nos está llamando desde el diccionario. Con las máscaras de humo y las pantallas de realidad paralela todo intento de mejora corre el riesgo de quedarse en eso, un simple truco de magia. Ni aporófoba, ni maga, ni inocente, ni culpable.

Sí preocupada por la deshumanización que viene en el maletero de este coche que es el mundo desigual en que vivimos. La hipocresía al volante no liderará nunca el rumbo hacia un mundo de más autoconocimiento, de mayor comprensión y respeto, hacia un mundo mejor. La aporofobia no es una buena noticia, pero sí lo es ser capaz de poner nombre a la realidad tal y como es para afrontarla sin ambages. Así que bienvenida sea la nueva y vergonzosa palabra.

Aporofobia. El año empezó con una nueva palabra. Al oírla me vinieron a la cabeza términos de biología, pero nada más lejos de la realidad. El término fue acuñado por una catedrática para referirse a un hecho que ya en los 90 ella supo vislumbrar en la sociedad: la fobia a los pobres. Sí, y tan real y creciente es esa fobia que nuestra academia de la lengua ha decidido introducir en nuestro diccionario una palabra certera para designarla.

El nombre es raro, su definición alarmante. Al oírla a la cabeza me vino, pero cómo fobia si somos una sociedad que lucha contra la pobreza. Y hete aquí el quid de la cuestión. La superficialidad de esa lucha. Sólo desde la hipocresía en la que nos hemos acostumbrado a vivir y desenvolvernos se puede entender esto. Y es que vivimos tiempos difíciles, fáciles y difíciles, las antítesis y paradojas están al orden del día.