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Genealogía de una herida heredada: cuando el cine se convierte en espejo de la memoria familiar

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Freud dijo algo así como que para entender a un sujeto hay que fijarse en las tres generaciones que le preceden. Olga Alamán Dasí ha crecido rodeada de psicoanalistas que repiten la máxima del neurólogo —disculpen la hipérbole— unas tres veces cada hora. En las reuniones familiares, cuando alguno de los miembros de la familia inicia la secuencia, no es extraño que varios de los presentes alcen la voz al unísono para completarla. Ella está acostumbrada y, qué remedio, recurre habitualmente al enunciado para explicarse.

Los integrantes de esta familia, defensores a ultranza de la locución del padre del psicoanálisis, no imaginaron que la frase llegaría a alcanzar una nueva dimensión cuando Alamán, actriz, guionista y directora valenciana, se convirtiera en la protagonista de La invasió dels bàrbars. El largometraje, dirigido por Vicent Monsonís, es la adaptación cinematográfica de la obra de teatro homónima escrita por Chema Cardeña, que a través de dos hilos cronológicos —uno pasado, la posguerra; y otro presente, los años posteriores a la aprobación de la ley de Memoria Histórica de 2007— se propone dignificar a “aquellos que fueron sepultados por la Historia”.

[En la película] València. Año 1939. Año de la Victoria. Esperança, el personaje interpretado por la artista, es interrogada para conocer el paradero del cuadro de Ulpiano Checa que da nombre al filme. La conservadora de la obra del Museo del Prado se dedicó durante la guerra a trasladar a la capital republicana numerosos óleos de la pinacoteca para protegerlos de los bombardeos fascistas a Madrid. A pesar de los esfuerzos que, más allá de la ficción, llevaron a cabo personalidades como María Teresa León, algunas de estas pinturas desaparecieron tras la contienda. El paradero de muchas de ellas, como La invasión de los bárbaros —de la que se aseguró que fue destruida en un incendio—, está todavía por determinar.

La obstinación de un coronel por encontrar el cuadro de Checa supone el encierro de Esperança en la Prisión Nueva Convento de Santa Clara. “No cabe un rojo en las cárceles, los hemos metido en conventos”, se enorgullece en una escena el gobernador civil durante una recepción a altos cargos de la Alemania nazi de Hitler. Así lo corrobora la historiadora Vicenta Verdugo: “Ante la saturación de las prisiones, los franquistas habilitaron espacios donde poder meter a la gran cantidad de población detenida. Y en ese sentido, ellos improvisaron espacios. Generalmente, reutilizaban los conventos para utilizarlos como prisión, pues, tras la victoria franquista, la custodia de las presas se devolvió a la Iglesia, a órdenes religiosas femeninas, en una recuperación de la tradición de las galeras de mujeres”. En el caso de València, expone, ante el cúmulo de reclusas en la Prisión Provincial de Mujeres, el convento de Santa Clara, a cargo de la orden de las capuchinas, fue convertido en una cárcel.

[En la realidad] València. Año 1939. Año de la Victoria. El 29 de junio ingresaron las primeras 200 reclusas de la Prisión Nueva Convento de Santa Clara. Desde aquel día y hasta el 26 de abril de 1942, entre 2.700 y 2.750 mujeres fueron encerradas tras los muros del convento. Una de ellas fue Teresa Alcaine García, bisabuela de Olga Alamán Dasí. “Para mí ha sido un regalo interpretar a Esperança, no solo porque como actriz me den un papel protagonista en una película que creo que históricamente puede llegar a trascender, sino también porque este es más que un personaje por todo lo que implica a nivel familiar”, apunta la artista.

“Soy una miliciana roja”

En su casa existen pocos silencios. Desde bien pequeña, escuchó hablar de su bisabuela Teresa. Aunque tomó plena conciencia de su historia coincidiendo con su traslado a Madrid para estudiar Comunicación Audiovisual y Arte Dramático. Fue entonces cuando su familia “empezó a hablar más de los abuelos”. “Mi madre y mi tía —nietas de Teresa— se pusieron de manera muy activa a buscar información. Removieron cielo y tierra. A mí sí que era una cosa que me tocaba mucho, porque no podía comprender cómo podemos avanzar mientras hay gente enterrada bajo tierra. Era todavía muy cría, pero pensaba: igual el suelo que estoy pisando está lleno de muertos”, rememora.

En aquel entonces, su madre y su tía, Neli y Pilar Dasí Crespo, comenzaron a investigar para tratar de encontrar los restos mortales del marido de su abuela Teresa, Macario Crespo Cebrián. El matrimonio, y sus tres hijos, vivían en Teruel, hasta que el 19 de julio de 1936 fue detenido y encerrado junto a Gregorio Vilatela, Pedro Fabre y Ramón Segura en la Prisión Provincial de Teruel. Hasta su encarcelamiento, Macario Crespo fue militante de Izquierda Republicana y secretario del gobernador civil de Teruel. Sus nietas no han conseguido determinar el día de su traslado, pero saben —por unas cartas que Macario envió a Teresa fechadas el 8 y 9 de agosto de 1936— que su abuelo fue enviado al Cuartel de Aragón nº17 en Zaragoza. Fue asesinado. La documentación franquista de la época recoge la ejecución “por su significación marxista” y pasa a referirse a Teresa Alcaine como su viuda. Sin embargo, no existe rastro documental del paradero del cadáver de Macario Crespo Cebrián. Por muchas preguntas que han hecho, y por mucha ayuda que han pedido, les ha sido imposible localizar el cuerpo.

Tras múltiples registros, vejaciones y maltrato, Teresa Alcaine García se hundió en el lecho y, durante meses, se alimentó únicamente de “litines republicanos”. Hasta que, transcurridos dos años, reaccionó con motivo de la reconquista de Teruel por el ejército republicano. Recuperó 30.000 pesetas que había escondido en una barra de cortina y se instaló junto a sus hijos en el barrio valenciano de Ruzafa, donde vivía su madre. Tiempo después, fue encerrada en la Prisión Nueva Convento de Santa Clara. Su delito: “Evacuada de Teruel a Valencia por los rojos, cuando entraron en aquella ciudad, se dedicó a denunciar personas afectas al G. M. N. [Glorioso Movimiento Nacional] que como ella habían sido evacuadas [...] Fue también testigo de cargo en algunos juicios contra derechistas de Teruel”. Así consta en el Consejo de Guerra instruido contra ella y otras personas por motivos similares, donde se la acusa asimismo de mostrar “una conducta regular”, ser “persona de ideología izquierdista” y “hablar mal del G. M. N.”. Fue condenada a seis años de prisión menor. No obstante, se decretó su libertad antes de cumplir la totalidad de la pena.

Olga Alamán nunca conoció a Teresa Alcaine. Sin embargo, en uno de los momentos de mayor tensión de la película, puede adivinarse la sombra de su bisabuela. “Soy una miliciana roja”, le espeta sin ambages su personaje, Esperança, al teniente que la interroga.

Carga familiar

Pilar Dasí Crespo es una de las más firmes defensoras de su familia de la máxima de Freud. Ella, como su abuela, fue privada de libertad. En su caso, fue internada con 19 años en dos reformatorios del Patronato de Protección a la Mujer por mostrar “una conducta irregular” al “desenvolverse en un ambiente quizá superior al que le corresponde socialmente”, llegar “muy tarde a casa” y “tratar con chicos melenudos de la nueva ola”. Para ella, no hubo juicio. Ni sentencia. Ni condena. Pilar tardó décadas para hallar los significantes que le permitieran testimoniar sobre su propia experiencia de encierro.

Por el contrario, siempre escribió sobre los otros. Sobre sus otros. Hace años, redactó Homenaje a mi abuela Teresa, texto en el que confiesa sus deseos, desde bien niña, de ser enfermera, “para curar las heridas familiares”; azafata o peluquera, “para saber del mundo, para saber de cabezas”; o matemática, “para entender los matemas que sostienen la realidad social, personal, familiar”. Unos deseos que, encaminados finalmente a su dedicación al psicoanálisis, tenían un origen común: “El marco de una familia que había reordenado su destino por efecto de la guerra civil”. En aquel homenaje también escribió: “Mis primeros recuerdos [de mi abuela] son los de un cuerpo desbordado por el dolor, por un duelo interminable por la muerte de su marido, por una melancolía que mantenía a duras penas el vínculo con los objetos que le rodeaban desde hacía más de 20 años, después treinta y muchos más hasta que murió en la misma posición. […] le curaba desde muy niña las úlceras de las piernas, las hernias de su barriga y me interrogaba sobre las heridas del alma. Hablaba de su marido como si se hubiese ido ayer a un negocio en otra ciudad y eso era inmodificable”. Por ella —“y por otras mujeres importantes de mi vida” —, Pilar Dasí decidió llamar a su hija Teresa.

Olga Alamán Dasí está segura de que las historias de su bisabuela y su tía han atravesado su vida. “Creo que tiene que ver con mi rebeldía ante situaciones injustas. Tengo un olfato muy extremo para ver injusticias. Para mí eso es clave y tiene que ver con mi familia, con todo lo que me atraviesa de ellas. Hay una carga familiar evidente”, reflexiona. En este sentido, La invasió dels bàrbars comparte otro rasgo fundamental con su familia: el matriarcado. En la cinta, son ellas quienes hacen avanzar la trama, quienes toman decisiones, quienes actúan. En su familia, son las mujeres quienes sostienen, pero también construyen, los cimientos familiares. “Es verdad. En la película son las mujeres supervivientes las que se ocupan, de lo bueno y de lo malo, mientras que los personajes masculinos son un poco anecdóticos, están ahí porque están. Y sí, hay un paralelismo con mi familia, porque es una familia de mujeres total”, sostiene. Pilar Dasí matiza que, en la película y en su familia, “hay mujeres fuerte que sacaron adelante este país”; pero en su entorno ellas “también estuvieron atravesadas por el amor de y hacia los hombres que, aunque vencidos, ocuparon su lugar”.

Y es que, al fin y al cabo, la cultura —el cine, en este caso— es una herramienta para explorar en las historias familiares. Para encontrar esa verdad negada durante décadas. “El cine es un arte que realmente se engloba en todo, tanto en imagen, como en texto o en intención. Y estoy totalmente de acuerdo con mi personaje, ¿cómo vamos a evolucionar si no hay un pasado, no hay un presente, no hay un futuro? ¿Si no somos seres pensantes? La cultura está precisamente para eso, para hacernos seres pensantes y con criterio”, concluye la actriz.