LEER ESTE TEXTO EN CATALÁN
La Navidad, más que una festividad de alegría y celebración, para muchos niños y adolescentes es una fecha que desnuda las heridas de su vida. En los centros de protección, residencias y centros de internamiento por medidas judiciales, esta época pone de manifiesto lo que falta: el abrazo familiar, la calidez del hogar, y las tradiciones que definen la festividad. “Hay quienes nunca han vivido una cena familiar, ni han ido a un restaurante, ni han tenido regalos que lleguen cuando toca”, explica Julia Martínez, educadora social. Para estos niños, la Navidad no es sinónimo de abundancia, sino de una ausencia dolorosa.
La mayoría de los menores que llegan a un centro de acogida lo hacen tras situaciones límite en su entorno familiar, ya sea por medidas urgentes tras un episodio traumático o por una intervención del sistema de protección. En este contexto, la Navidad se convierte en un espejo implacable que refleja la falta de lo que más deberían tener: un hogar y un entorno seguro. Pepe López, educador social con más de veinte años de experiencia, señala que esta fecha muestra con mayor crudeza lo que estos niños no tienen: “Socialmente nos venden que la Navidad es familia. Para estos niños es justo al revés: es el momento en el que más se nota la ausencia de ese entorno.”
En los centros de medidas judiciales, donde los adolescentes llegan después de haber cometido delitos, la situación se agrava. La etiqueta de “conflictivos” no refleja la complejidad de sus historias, que incluyen violencia familiar, adicciones y una vida marcada por la vulnerabilidad. “Detrás de un robo, de una agresión o de una pertenencia a banda, hay vidas infinitamente más complicadas”, explica Marcos Piqueras, quien trabaja en un centro de justicia juvenil. Para estos jóvenes, la Navidad solo multiplica la frustración y la incomodidad, ya que son conscientes de lo que les falta: la oportunidad de pasarla con su familia.
Escasez de recursos
Los profesionales que trabajan en estos centros coinciden en que la escasez de recursos y la sobrecarga emocional de los equipos de trabajo complican aún más la situación. “La atención personalizada llega tarde porque faltan manos y tiempo”, afirma Pepe López. La falta de vehículos para actividades, presupuestos insuficientes para regalos o salidas navideñas y la sobrecarga de trabajo de los educadores sociales son problemas recurrentes en muchos centros de protección. Además, la presión emocional en estas fechas afecta tanto a los niños como a los profesionales, que intentan hacer frente a una realidad de escasos recursos.
Aunque las donaciones y las campañas solidarias son apreciadas, los tres profesionales coinciden en que no resuelven lo esencial. Pepe López lo expresa con claridad: “Deberían mantenerse todo el año, no solo en Navidad”. Para muchos de estos niños, la solidaridad externa, aunque valiosa, genera sentimientos ambivalentes, ya que les recuerda su propia exclusión.
Apoyo y acompañamiento
El mensaje clave de los educadores sociales es que la Navidad debe ser un recordatorio de que la protección no solo es dar cobijo, sino acompañar a los niños emocionalmente en su camino hacia la recuperación. Aunque no se puede sustituir a la familia, sí se puede generar un ambiente de apoyo, confianza y acompañamiento profesional que les permita sanar y sentirse valorados.
La sociedad tiende a mirar a los mayores cuando se habla de soledad, pero rara vez se dirige a los niños y adolescentes que pasan estas fechas lejos de sus hogares. Como señala Julia Martínez, “Cualquiera de nuestros hijos podría necesitar un centro de protección si mañana nos ocurre algo. No están castigados, están protegidos”. En estos espacios, a pesar de las limitaciones estructurales, el trabajo socioeducativo sostenido puede marcar la diferencia. La Navidad puede ser una fecha de dolor y vacío, pero también una oportunidad para recordar la importancia de acompañar a estos menores, no solo en esta época, sino todo el año.