Seriedad y rigor pide Feijóo para encarar y decidir el porvenir de la política valenciana. Como casi todo en este asunto, llega tarde. Como llegaban con retraso las alertas que Presidencia encarga sobre los comentarios que Mazón y su gestión generan en los medios. Tarde y para nada, porque, escuchado su discurso de dimisión sin dimitir, no han entendido nada en el último año, tan representado en la entrevista en la que el President ahora en funciones relataba su itinerario al salir de la comida en El Ventorro como si fuera la voz de un gps. Horas después nos enteramos de que el relato volvía a recalcularse. Lo que había dicho el navegador, sin que nadie se lo pidiera, no era verdad. Como tampoco lo fue estar sin cobertura o llegar pasadas las siete. Al igual que se han demostrado falsas las teorías del apagón.
Esa tarde urgía firmar los papeles de los deportistas de élite pero no ir al Cecopi. Lástima que no hubiera más excelencia alrededor del President. Ese gobierno que se nos vendió como “el de los mejores”, en el que nadie entendió que la situación merecía interrumpir la comida y ponerse a trabajar en algo más que el siguiente plato del menú o la negativa de Mazón a hablar en valenciano. Una vez más, y van muchas, la explicación empeora la situación. En ocasiones, porque se comprueba la mentira anterior y, a veces, porque conocer la realidad demuestra una negligencia impropia de alguien que gestiona. La verdad nos lleva a ampliar la mirada y el riesgo mucho más allá de los dimitidos Pradas, Argüeso o Mazón. Sabemos dónde estaban los imputados y lo que hacía el President, a falta de algunos minutos que pueden ser jugosos, vistos los precedentes y el esfuerzo por ocultarlos. Lo que, cara al futuro, urge conocer también es dónde estaban y qué hacían los demás. Todos los que no consideraron que tenían que avisar a su jefe. La jueza sigue tirando del hilo de un comportamiento incomprensible. Veremos si algo más.
La autonomía que frenó la emergencia nacional no sirve ahora para elegir al nuevo inquilino del Palau de la Generalitat. Abascal y Feijóo deciden quién gobernará a los valencianos. El líder de los populares españoles vuelve a subcontratar sus decisiones y no confía lo suficiente en su gente. Externaliza en Vox una elección de la que puede depender su futuro. No le han gustado los movimientos en Benidorm entre los presidentes de las diputaciones y el secretario general. Las prisas que tenían les han hecho estrellarse. El acelerón para repartir la herencia, con el dimisionario vivo y la preferida de viaje, ha sido feo pero, en cualquier caso, es la fealdad autóctona, siempre mejor que la imposición centralista.
Feijóo no ha demostrado ser fuente de saber en este proceso. Le ha faltado mucho tino en el último año. Casi tanto como sinceridad y estrategia. Tardó en hablar para después contradecir a Mazón públicamente con la declaración de la emergencia. Mintió cuando dijo estar informado por el presidente valenciano. Por momentos, jugó a ser exigente pero abrazó y aplaudió de inmediato a quien no querían en su puesto el ochenta por ciento de los valencianos, según las encuestas. Y ahora, en los momentos finales, no ha sido capaz de imponer una solución. Ni ha hecho prevalecer su criterio con Mazón, ni con Pérez Llorca o Mompó, dos que, además, después de su confabulación, ya están marcados. Difícilmente alguien puede creer que el líder estatal será resolutivo y saldrá victorioso de la negociación con Abascal. Tampoco hay que olvidar que Mazón fue el primero que se saltó sus directrices al comienzo de la legislatura cuando regaló un pacto de gobierno a los ultraderechistas que el ex pensó que le servía pero que Génova consideró precipitado y fuera de la estrategia marcada para los acuerdos que sus compañeros negociaban en otras administraciones.
Más de dos años después, Vox está mucho más fuerte, tanto para ir a elecciones como para negociar, pese a que Mompó diga que no les van decir qué tienen que hacer. Sí lo van a hacer y la cuestión es trascendental. Lo que hay que decidir estos días va mucho más alla de colocar un interino en el despacho. Trasciende a la Comunitat Valenciana. Si el PP continúa cediendo ante la ultraderecha corren el riesgo de ser cada día más prescindibles. Van a jugar con ellos, los van a exprimir y, en cualquier momento, los pueden dejar caer. Lo que acuerden estos días no durará hasta mayo del 27, como se rompió con una excusa el acuerdo y la composición del Consell que Mazón cerró en una cuartilla. Jugadas del destino. Las derechas, que consideran agotado y rechazado en la calle el gobierno de Pedro Sánchez, sin fuerza la propuesta de Diana Morant y que se jactan de la división en Compromís, no se atreven a ir a las urnas. Les da miedo votar, pese a las bravuconadas de Abascal, que ha demostrado que es mucho más enérgico hablando que actuando. Los populares, además, tampoco quieren dar voz internamente. Aunque en este punto, convendría que quien en el PPCV quiera hablar, si los hay y se atreven, busquen un portavoz que no represente un insulto histórico a la inteligencia como Francisco Camps cuando abandera la democracia interna.
Si llegan a un acuerdo en Madrid y se refrenda en València, están en su derecho de agotar la legislatura porque recibieron los votos, pero deberían pensar cuánto valor tienen hoy después de todo lo vivido. De la decisión que se tome en las próximas semanas depende el ocupante del Palau o la foto del cartel electoral autonómico y municipal. Y sobre todo, depende cómo y quién gestiona, entre otros muchos asuntos, la siguiente emergencia.