Gaza me duele, lleva tiempo doliéndome de una manera profunda y triste, sumándose ese dolor cada día al peso que implica darse cuenta de que el mundo no va a ser nunca justo, de que no hay finales felices…. Lo digo así porque llevo tiempo pensando en lo difícil que a veces es vivir gestionando el peso de la realidad, de las cargas que llevamos a cuestas, de las frustraciones que implica crecer y todo ello hacerlo además adoptando una parte de peso del dolor ajeno... ¿PERO ESTO? ¿cómo podemos enfrentarnos día tras día a esto? ¿Cómo soportar este dolor? ¿Cómo asumir esta franja de 3 minutos de infierno en los informativos y seguir viviendo “como si nada”?
Este año se me hace raro preparar las vacaciones en un verano en el que pesa el dolor lacerante que desde hace más de un año sufre la población palestina de Gaza, catapultada a un genocidio sin freno. Frente al mismo salimos a la calle, -algunos- gritamos, nos enfadamos, demostramos que no estamos de acuerdo con lo que está pasando, y al mismo tiempo asimilamos impertérritos la poca respuesta por parte de los gobiernos y de la comunidad internacional que deberían hacer valer el derecho humanitario si es que nos queda humanidad. Pero incomprensiblemente todo es demasiado lento. Todo menos el horror que avanza descontrolado y sin freno.
Y así vuelta al sin sentido, porque frente a ello, y con agosto a la vuelta de la esquina, planifico las vacaciones de verano “porque necesitamos descansar” sabiendo al mismo tiempo que el peso del dolor de las imágenes que cada vez cuestan más ver, el peso de la vergüenza, dificultarán poder disfrutar de ese mismo descanso en “la normalidad” en la que he tenido la suerte de haber nacido.
Porque el mundo puede ser de todo menos justo, por eso, los que hemos nacido en la cara dulce “de la moneda de la historia” no podemos mirar hacia otro lado.… Tenemos que ser capaces de indignarnos, de empatizar, de decir ¡BASTA! Porque lo que está sufriendo la población palestina no tiene sentido ni perdón, y pasa porque se permite que pase. Un genocidio en el que se está usando el hambre como arma de guerra frente a la población civil, un genocidio en el que han muerto ya más de 17.000 niños y niñas, un genocidio que la historia nos afeará, estoy segura, porque no es de recibo el asistir sin más a esta barbarie.... y no hacer más....
Ya no es posible argumentar desconocimiento, o injerencia, no sirve decir, que no sabíamos hasta que extremo. Lo sabemos y no estamos haciendo lo suficiente. Por todo ello este escrito no es más que una manera de exorcizar los demonios de la indiferencia y del DOLOR frente a una situación que quita el sueño, una situación que provoca lágrimas. Como decía hace poco una persona a la que quiero mucho y muy cercana “ya sé que me pasa, creo que lloro por Gaza y no lo sabía hasta ahora”.
Si, porque por Gaza debemos llorar todos, sufrir todos, gritar todos, porque esas lágrimas de dolor y de impotencia son las que nos hacen humanos, las que nos empujan a seguir diciendo ¡Hasta aquí...! Así, que, pese a todo, seguiremos firmando manifiestos, saliendo a la calle y ejerciendo nuestro poder como consumidores diciendo NO a productos de Israel. No nos queda otra.
Porque nosotros si estamos vivos y mientras nos duela, quiere decir que seguimos teniendo ese ápice de humanidad que el mundo está perdiendo día a día con cada niño que muere en Gaza, con cada familia destrozada, con cada mujer violada y torturada en Sudan… Porque con cada mota de dolor causado a inocentes sin reacción somos menos personas y estamos un pasito más cerca de los monstruos…
- Maite Puertes es responsable de prensa de UGT-PV