“El terremoto de Lorca provocó que todas las iglesias colapsaran. Algunas se habían caído y fue brutal ver a gente que se acercaba recordando el día en que hicieron la comunión o se casaron. En una de ellas entramos para ayudar a sacar imágenes de una devoción especialmente importante para ese barrio. Para sus vidas”. Así recuerda Ángeles Albert, Directora General de Patrimonio Cultural y Bellas Artes, el impacto que le causó comprobar el apego de los vecinos a los espacios y obras que habían sido completamente destruidos por el seísmo del 11 de mayo de 2011.
Aquella no sería la última catástrofe a la que tendría que reaccionar desde su cargo dentro del Ministerio que, tras ejercerlo entre 2009 y 2011, retomó en octubre de 2024. La erupción del volcán de La Palma, la dana que devastó la provincia de Valencia y el incendio de la Mezquita de Córdoba el verano pasado son algunas de los desastres que, además de las irreparables vidas humanas, se llevaron por delante museos, archivos, bibliotecas, basílicas, libros y otros tantos bienes culturales.
La preocupación por el patrimonio en riesgo como consecuencia del cambio climático, las catástrofes y los conflictos armados ha sido uno de los temas de discusión de Mondiacult, la Conferencia Mundial de la UNESCO sobre Políticas Culturales y el Desarrollo Sostenible, celebrada esta semana en Barcelona. En el caso de España, Ángeles Albert explica a elDiario.es que desde el Ministerio lo primero que hacen es ofrecer su ayuda a las comunidades autónomas, dado que son estas las que tienen las competencias en materia de Patrimonio. A partir de ahí, ponen en marcha el Plan Nacional de Gestión del Riesgo y Emergencias en Patrimonio Cultural.
“Es muy importante que uno sepa qué tiene y qué no tiene que hacer. Y cómo ordenar las distintas tareas, que es lo que hacen estos planes”, indica la directora, que afirma que desde el terremoto de Lorca han ido aprendiendo sobre la marcha para desarrollar la mejor metodología posible. El trabajo de estos documentos parte desde el análisis y diagnóstico de la situación que se haya producido. En el caso del terremoto, indagando en los efectos que el seísmo había tenido sobre los edificios, así como fichas de los más singulares. Con todos estos datos desarrollaron las estrategias de recuperación del patrimonio cultural.
Estos planes cuentan con presupuestos asignados directamente desde el Ministerio, de la mano de otros planes nacionales, que abordan temáticas como las catedrales, abadías, monasterios y conventos, paisaje cultural o arquitectura tradicional. Partidas que la directora lamenta que no sean “especialmente grandes”, y a las que se suman fondos del Gobierno que se asignan directamente a contextos de crisis o cuando se declara una zona como catástrofe. También se pueden reordenar las partidas presupuestarias de cada dirección general y ministerios, en caso se precisen para atender necesidades no previstas.
Protocolos propios y simulacros
Más allá de los Planes Nacionales, Ángeles Albert aclara que sobre todo en el caso de monumentos históricos, museos, archivos, bibliotecas y otros sitios de patrimonio, cuentan con sus propios planes de acción, que están concebidos para saber cómo actuar específicamente en ellos. Guías que contemplan desde cómo llevar a cabo las evacuaciones de personas a qué hacer con determinados bienes y cómo tratarles. La Mezquita de Córdoba es uno de ellos, y gracias a su plan de autoprotección, los bomberos lograron controlar rápidamente el fuego el pasado 8 de agosto.
La responsable incide en que estos planes deben ir mejorándose, ya que los mecanismos son “cada vez más sofisticados” e implican la coordinación de las diferentes fuerzas de seguridad, la Policía Nacional, la UME (Unidad Militar de Emergencias) y Protección Civil. “Continuamente participamos en cursos de formación y simulacros con ellos, para ir introduciendo los conceptos de patrimonio, explicar qué tipos de acciones se tienen que hacer. El agua puede ser terrible para los documentos o el papel, pero el fuego mucho peor”, comenta, “lo primero son la vida de las personas y luego ir jerarquizando para ver por dónde entrar”.
La labor de estos planes, que se suelen acompañar de acciones más pequeñas porque “el ejercicio de lo micro es importante para ir tejiendo y poder ir actuando en paralelo”. Ejemplo de ello es el Plan de salvaguarda del Museo de la Seda de La Palma tras la erupción del volcán, presentado a principios de año. Este centro custodia los procesos de elaboración de la seda de palmera, un patrimonio material e inmaterial único, que aglutina desde la cría de los gusanos a todos los procesos intermedios de preparación de la fibra, incluido el teñido y, finalmente, el tejido. El documento reúne los elementos claves para reducir los posibles daños que las emergencias, sea cual sea su naturaleza y alcance, pueda ocasiones sobre las colecciones y el inmueble que las alberga.
Cómo cuantificar el patrimonio destruido
A la hora de valorar el alcance de las catástrofes, uno de los retos es poder cuantificar qué se ha perdido o destruido. Ángeles Albert explica que dentro del ámbito público todo está inventariado, ahora a nivel digital. El problema, por lo tanto, radica al valorar lo que viene del las posesiones privadas. Esta fue una de las complicaciones con las que se toparon con la dana: “Muchos autores de cómic, ilustradores y artistas tenían obras en sus almacenes sin documentar, ni aseguradas”.
El patrimonio está en riesgo por las consecuencias del cambio climático, pero también por los conflictos bélicos, para los que también hay que estar preparados. “Si alguien nos invade, los planes son los mismos, tienen que ver con emergencias de cualquier tipo, no solo naturales”, aclara la directora. En el caso de las contiendas armadas, recuerda que España fue pionera en la salvaguarda de obras durante la Guerra Civil a través de la Junta de Incautación y Protección del Tesoro Artístico.
“Rápidamente hubo brigadas de voluntarios y profesionales, arquitectos, arqueólogos, historiadores de arte y museólogos que se movilizaron para proteger los museos”, explica, “se ayudó a que algunas obras salieran fuera, y se protegió muchísimo material gráfico con sacos. Se enterraron en búnker, se hizo de todo”. También se señalaron los edificios con el 'escudo azul', el símbolo internacional establecido por la Convención de la Haya de 1954, que identifica los edificios, museos y otros espacios culturales de patrimonio de los países frente a ataques en conflictos armados.
El valor de reconstruir, recomponer y 'resanar'
Ángeles Albert insiste en que estas actuaciones deben llevarse a cabo lo antes posible, porque “la recuperación del patrimonio forma parte del tejido económico del pueblo”. La directora señala que estos procesos son largos en todos los casos, incluidas las viviendas y los colegios, pero funciona igual con el patrimonio: “La vida cotidiana es un puzzle en el que hay muchas piezas. Recomponer la del patrimonio es fundamental porque forma parte de la actividad de las propias ciudades, del turismo, de la identidad, de la formación de niños y jóvenes, del autoestima de las personas que viven en la ciudad”.
La urgencia de la restauración evidencia el uso de la cultura como arma bélica. En el mismo marco del Mondiacult advirtió sobre ello Husni Abdel Wahed, embajador de Palestina en España, afirmando que “en el centro del genocidio de Israel está también el genocidio cultural”. No es casualidad que hayan destruido todos los museos, bibliotecas, centros culturales, restos arqueológicos y escuelas en Gaza. Estos son espacios con los que los pueblos se identifican y, al aniquilarlos, se ataca directamente a la identidad.
“El patrimonio es lo primero con lo que se quiere acabar porque es el valor más emocional y propio de los ciudadanos. En lo que nos diferenciamos y podemos encontrar puntos en común, pero desde el respeto. La agresión directa a la cultura y los valores patrimoniales, también es un ejercicio de destrucción de un pueblo”, advierte Ángeles Albert.
La responsable define las consecuencias de las catástrofes naturales o bombardeos a monumentos como “atentados contra la vida”, porque dejan “cicatrices”. A partir de ahí, hay que ver “cómo suturar esa herida y trabajar para que no vuelva a haber otras”, pero sin tapar las cicatrices: “Queremos que no se olvide para que no se vuelva a repetir. Si lo que vamos haciendo es acumulaciones de olvidos, no vamos a aprender”. Y aprender sin concebirlo como si solo formara parte del pasado: “El patrimonio se va construyendo, hoy estamos generando el del futuro”.