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Feria del Libro de Madrid: “Estamos desbordados”

Peio H. Riaño

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Doce de la mañana, primer sábado de la nueva Feria del Libro de Madrid diseñada contra la COVID-19. La fila para acceder al recinto cerrado en el que se controla el limite del aforo llega hasta la calle Alcalá. Casi un kilómetro de cola porque en el espacio reservado a las 320 casetas ya hay 3.900 personas transitando entre ellas. A la entrada, el contador digital con el porcentaje de ocupación no baja del 98% en toda la mañana. Por la tarde se va a mantener ahí, pero la fila para entrar va a ser el doble, con un tiempo medio de espera de hora y media. La organización espera todavía más gente. El público accede pero apenas se marcha. Los organizadores imaginaron que el filtro del acceso limitado dejaría fuera a los mirones, que habría menos paseante y más lector, pero la realidad desmiente las previsiones. “Estamos desbordados”, reconoce Manuel Gil, director de la Feria del Libro, que no se mueve de la entrada y no para quieto. La Feria se ha visto superada por las ganas. Madrid no aguanta dos años sin su cita con los libros. A la librería Lola Larumbe le da “pudor” la espera afuera del recinto. “No estamos acostumbrados a que los libros generen tanta atención”, dice. También hay ventas perdidas, las de aquellos que abandonan la cola, desanimados por el largo tiempo de espera.

Junto a Gil está Pablo Bonet, secretario general del Gremio de Librerías de Madrid, que hace unas semanas aventuraba que lo que pasara el primer fin de semana sería determinante para el resto de los días de este experimento en busca del complicado equilibrio entre salud y sostenibilidad. También esperaba la organización más mesura en la convocatoria de grandes firmas para evitar grandes filas. Tal y como se preveía, las firmas no eran una buena idea. A los libreros no les gustaba la idea, pero las editoriales querían. Así que todo quedó en “autocontrol”. No ha funcionado. Los editores han traído a sus galácticos para que se encuentren con sus lectores. A pesar del aforo limitado, los tapones que se forman frente a Elvira Lindo, María Dueñas, Julia Navarro, Antonio Muñoz Molina, Fernando Aramburu, Santiago Posteguillo, Luis Landero... han hecho muy complicada la circulación.

Gil lo reconoce y Bonet también reconocen que este es el aspecto más cuestionable del dificultoso montaje. “Al menos no hemos visto ninguna fila de 300 por ahora”, comenta el director de la Feria. De hecho la más concurrida fue la de Raquel Brune (Madrid, 1994), que ha publicado en Nocturna la novela Los dones de la muerte, primera parte de la bilogía Nigromantes, en la que sigue explorando “las posibilidades de la magia en el mundo real”. Algo más de un centenar de personas, en su mayoría jóvenes, aguardan su turno.

“Como estornude un positivo, tenemos un problema”, comenta uno de los policías locales que supervisan la feria. Minutos antes el agente habla con uno de los responsables de seguridad contratados por la organización, que le transmite sus dudas sobre la efectividad del control. El policía le pregunta cuántas personas hacen subir o bajar un punto en el porcentaje del aforo. El vigilante responde que unas cuarenta, pero que tampoco lo tiene muy claro. Las dos puertas se coordinan y poco a poco dan paso. El agente de la local comenta a este periódico que si criticamos a veinte jóvenes de botellón esto también podríamos criticarlo. Pero señala que lo mismo podría decirse del pelotón de paseantes que cruzan la calle Preciados. Se pregunta si esto tendría una solución mejor. “Es difícil porque una solución a la densidad del flujo de personas habría sido dejar las casetas en una fila y con un recorrido mucho más largo y desahogado. Pero, ¿cómo controlas las vallas que cierran el paso? Ahora las casetas hacen de barrera para que no salga ni entre público sin pasar por las puertas. Esto tiene una solución muy compleja”, apunta el agente. Por la tarde, la picardía entra en juego y algunas personas aprovechan los huecos entre las casetas para saltarse las vallas, la cinta de prohibido el paso y los contenedores de basura, y de esta manera colarse sin hacer la espera del control de acceso.

Hay menos gente que los años anteriores y la aglomeración no es tan asfixiante, pero el aforo es alto. La alegría de los libreros y editores, también. Porque el viernes, día de la inauguración, vendieron mucho más de lo que esperaban. “Nos conformamos con recuperar”, dice Lola Larumbe, de la Librería Alberti, que no cree que lleguen a las cifras de venta de la última edición celebrada. Un buen resultado sería hacer una caja de alrededor de 25.000 euros. Los libreros obtienen un 30% 'pelado' del precio de cada libro. Para recuperar los gastos de la inversión necesitan vender los libros necesarios para hacer una caja en 17 días de cerca de 5.000 euros. Al alquiler de la caseta por 1.600 euros hay que incluir salarios y comidas de los trabajadores que atienden al público. Los editores pagan más por cada caseta porque por cada libro vendido de su catálogo obtienen limpio el 80% del PVP.