De los conciertos por telefonillo a los 'recre' lorquianos: “El teatro tiene que volver al barro”

Felipe G. Gil

0

La mayoría de visitas virtuales en las webs de los principales espacios culturales tienen un planteamiento similar. Accedemos a su espacio con imágenes amplias grabadas con cámaras que captan imágenes en 360º y que nos permiten emular el movimiento que haríamos en persona. Podemos mirar arriba y abajo. A un lado y al otro. Viajamos de una sala a otra y vemos exposiciones a la vez que contemplamos la arquitectura de interiores de la institución. Sin embargo, hay algo en estos paseos digitales que los hace generalmente poco memorables: no hay personas. 

Este punto ciego en la narrativa de las visitas virtuales sumado a su obstinado deseo de cuestionar las normas del teatro hegemónico son las principales raíces de la última obra del creador escénico Alex Peña. El teatro era un no-lugar se estrenó exclusivamente online el pasado 21 de noviembre en la web del Teatro Calderón de Valladolid y es una pieza que, usando la misma tecnología que las visitas virtuales, plantea un drama navegable e interactivo que se pregunta: “¿Es, acaso, el teatro un no-lugar como lo es un aeropuerto por el que pasas para coger un vuelo? ¿Es un teatro un espacio deshabitado cuando no hay representación?”, dice en la web de la obra. 

La pieza cuenta con el morbo de poder ver a José María Viteri, director del teatro, tirarse del paraíso y caer en el patio de butacas. Sin embargo, la mayoría del nutrido elenco de personas que participan en la obra son actores y actrices no profesionales: “La responsable de marketing y comunicación me decía que se sentía insegura actuando. Y yo le decía que era precisamente su relación con lo escénico lo que me interesaba. Tengo interés en que participen quienes habitan el teatro”, comenta Peña. La obra también incorpora a personas que participan en los proyectos escénicos comunitarios del Calderón: La Nave y La Nave Sénior. 

Uno de los momentos técnicos y narrativos más álgidos de la pieza se desarrolla en el patio de butacas. En formato videojuego, el usuario se enfrenta a varias personas sentadas de forma dispersa en los asientos que se van levantando una a una y recitan fragmentos de El público, de Federico García Lorca. Para poder avanzar en la historia, el público debe ejercer su poder de interacción haciendo clic en cada una de las personas que se levantan a recitar su texto. Una vez lo hace, un corazón amarillo que sobrevuela sobre ellas y ellos se rompe, se sientan y se callan. 

“Es un juego un poco violento en el que tienes el poder de acallar al público”, explica Peña sobre el videojuego. Y añade: “Dentro de los teatros el pueblo no suele tener opinión. La tienen los programadores y los responsables políticos. Por eso he rescatado la obra de El público, de Lorca. Porque en ella se defiende el teatro que está bajo la arena, el teatro que vuelve al barro para salir con algo de veracidad. Por eso creo que el teatro tiene que volver al barro”. Preguntado por si en los espacios digitales hay ese 'barro' de cultura popular al que se refiere, Peña asevera: “En internet hay mucho barro, claro. Si podemos emocionarnos con un mensaje de WhatsApp o en una videollamada, ¿por qué no vamos a poder incorporarlo a un proceso de creación escénica?”. 

La trayectoria de Peña se ha alejado a menudo de las convenciones teatrales para poner en el centro la experimentación investigadora, la transgresión cómica o el juego serio. Reconoce incluso que ya en la propia carrera de arte dramático sentía que algunos de estos caminos no eran ofrecidos: “Las artes escénicas se enfocan sobre todo a la interpretación. Y la interpretación lleva un componente de ego tan grande que no creo que sea un vehículo para un desarrollo personal creativo. Y encima en la Escuela de Arte Dramático te sueltan en una cuesta abajo donde casi siempre eres intérprete de las ideas de los demás. Yo he aprendido mucho de otros lenguajes que no eran escénicos y que son clave en los proyectos que he hecho”. 

Peña formó parte durante años del grupo de payasos Teatro Deluxe, donde junto a Fran Torres y Serafín Zapico exploraban el lenguaje payaso y sus conexiones con el humor o el surrealismo. Más tarde, como creador individual ha desarrollado performances como Quejíos para telefonillo, donde realizaba un paseo con público que asistía a miniconciertos flamencos escuchados a través del telefonillo del portero de las casas de los cantaores; instalaciones como Dispensadores de cultura colaborativa, donde produjo templetes cerámicos decorados al estilo tradicional andaluz que servían como punto de recogida (por cable o código QR) de archivos audiovisuales sobre algunos proyectos artísticos de la ciudad de Sevilla; por último, en Recreativos Federico, un total de siete máquina recreativas y de consumo basadas en la obra de Federico García Lorca. Una instalación que se acerca a Lorca por un camino poco transitado.  

Peña también ha hecho incursiones en espacios educativos. LENTO. Laboratorio de experimentación escénica transmedia es un taller diseñado con Benito Jiménez y especialmente hecho para creadores escénicos interesados en explorar herramientas y tecnologías con las que contar historias en entornos digitales. Una de las enseñanzas estrella es el OBS, la popular tecnología que usan la mayoría de creadores de contenidos profesionales que llevan a cabo emisiones en directo. OBS es muy popular y a la vez cuenta con muchas posibilidades narrativas inexploradas, ya que el estándar de emisión tiene un planteamiento narrativo bastante convencional y muy cercano al formato televisivo. 

En PLANEA, una red de arte y escuela financiada que se despliega por colegios e institutos públicos de Andalucía, Madrid, Comunidad Valenciana y La Rioja, Peña ha desarrollado un proyecto en el IES Cartima titulado Invisibility Vending Machine: una máquina expendedora que estuvo expuesta en el pueblo de Cartama, dentro de la cual se alojaban objetos artísticos y piezas sonoras que el alumnado de 4º de ESO del IES Cartima diseñó y produjo en colaboración con Peña para honrar la memoria del colectivo de mujeres artistas de la generación del 27, las conocidas como Las Sin Sombrero. Martina Andrade, una de las estudiantes que participaron en el proyecto, decía en un vídeo explicativo del proyecto: “Yo creo que estos objetos son arte. Y estos objetos somos nosotros”.

La inmersión completa en lo digital de Peña no se produjo hasta el inicio del confinamiento, cuando se interesó más específicamente por las posibilidades escénicas de los entornos exclusivamente digitales. En Estación Espacial, promovido por La Abadía de Madrid en su ciclo de Teatro Confinado y cocreado con Alberto Cortés y Rosa Romero, planteaban una obra que transcurría a través de Zoom y que usaba herramientas para SpiedLife, Google Earth o Skyline a través de las que reflexionar sobre cuestiones profundas como las nociones de hogar o intimidad o cuestiones mundanas tales como “tanto en el cielo más alto (la Estación Espacial Internacional) como en el más bajo (los techos de nuestras casas), comparten la misma bayeta de microfibra azul de Mercadona”, tal y como describe la sinopsis de la obra. 

Para Peña no es fácil transitar estos caminos más alejados de la ruta principal del teatro: “Las artes escénicas para mí son ante todo un 90% de sufrimiento y un 10% de satisfacción”, dice de forma tragicómica. “Yo tengo una lucha con las instituciones, con algunos compañeros de oficio y a veces incluso con espectadores. ¿Por qué el teatro tiene que ser solo la representación carnal sobre un escenario? ¿Por qué tiene menos valor si se hace en una videollamada? O incluso más allá: la representación puede ser un acto al que despojamos de lo irrepetible. Y la representación se puede hacer sin intérpretes, donde el contexto importe más que la propia representación”. 

Gran parte de los trabajos de Peña tienen un fuerte componente de investigación. Y esto supone también un motivo de reclamación para el creador: “El final de un trabajo escénico casi siempre es una representación. Así que todo lo que sean investigaciones que no terminan con un final representador o los experimentos que te introducen en lenguajes inexplorados son bastante denostados por parte de las artes escénicas normativas. Y se sufre bastante, porque para mí producir investigación también es producir”, matiza Peña con resignación y firmeza. 

Alex Peña es un creador que transita entre disciplinas y cuya experimentación parece esencial para explorar 'el más allá' desde el que parte. El prejuicio que se le otorga a la lengua ajena es a menudo el que se aplica a Peña cuando viaja por los mercadillos digitales o analógicos y trae cacharros con los que jugar y contar historias de maneras distintas a las que ocupan los púlpitos habituales. A pesar del sufrimiento, Peña es consciente de que se enfrenta a problemas estructurales y tiene claro su viaje: “El sistema capitalista no está preparado para absorber todas las vocaciones. Y por eso se abandonan. Yo, que no soy capaz de abandonarla, sufro por ello. Y a la vez disfruto, claro”.