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Este 6 de diciembre volvemos a conmemorar el Día de la Constitución Española. Hace 47 años, el 88,5 % de quienes votamos dijimos sí a la reconciliación, sí a la libertad y sí a un futuro compartido. Fue el mayor ejercicio de inteligencia colectiva de nuestra historia reciente y permitió dejar atrás definitivamente la dictadura, construir un Estado del bienestar sólido y situar a España como uno de los países más igualitarios de Europa.
Hoy, sin embargo, no basta con recordar aquel logro. Celebrar la Constitución significa, sobre todo, exigir que se cumpla. Porque nuestra Carta Magna está en peligro, no por quienes proponen reformarla con lealtad y dentro de sus propios cauces, sino por quienes la bloquean y la vacían de contenido desde las instituciones que deben protegerla. Llevamos más de siete años, exactamente 2.556 días, con el Consejo General del Poder Judicial caducado. España es el único país de la Unión Europea que sigue sin cumplir las recomendaciones del Grupo de Estados contra la Corrupción (GRECO) para evitar la politización de la justicia. El Tribunal Constitucional ha tenido que hacer de suplente en más de 1.200 nombramientos clave, algo que nunca estuvo previsto. Además, según el último CIS, el 73% de la ciudadanía considera que los partidos utilizan las instituciones en su propio beneficio.
La igualdad que proclama con rotundidad el artículo 14 sigue siendo papel mojado en demasiados órganos de poder. La violencia machista continúa cobrándose vidas. Las mujeres mayores sufren una doble invisibilidad por razón de género y de edad. La emergencia climática, la brecha digital y la falta de vivienda dignamente agravan las desigualdades que la Constitución prometió combatir.
Como defensora de los derechos humanos, sostengo que una Constitución solo es viva cuando protege de verdad a las personas más vulnerables: a la niña que necesita una escuela pública de calidad, a la persona mayor que no quiere sentirse olvidada, a la mujer que reclama vivir sin miedo, a quien migra y busca respeto, a las familias que aspiran a un hogar digno.
Este 6 de diciembre no podemos quedarnos en actos protocolarios ni discursos nostálgicos. Exijamos la renovación inmediata del Poder Judicial sin más excusas ni tacticismos y con mecanismos antibloqueo automático que garantizan su independencia real, un pacto educativo de Estado que blinde la escuela pública e inclusiva como verdadero ascensor social, la actualización de los derechos sociales frente a los nuevos retos ecológicos y tecnológicos, y el reconocimiento explícito de la violencia de género y de la dignidad de las personas mayores como principios irrenunciables.
La Constitución no es un museo ni un texto intocable: es un contrato vivo que nos obliga a todos. A los partidos, a dialogar en lugar de bloquear; a los jueces, a ser independientes; a la ciudadanía, a participar y a exigir sus derechos.
En tiempos marcados por tensiones políticas, incertidumbre económica y creciente desconfianza institucional, volver a la Constitución es volver a un lenguaje común. Ella recoge principios que son también la base de los derechos humanos: igualdad, libertad, participación, justicia, dignidad y pluralismo. Recordarlo hoy es esencial, porque estos principios no pertenecen a un partido ni a una ideología; pertenecen a la ciudadanía.
En tiempos marcados por tensiones políticas, incertidumbre económica y creciente desconfianza institucional, volver a la Constitución es volver a un lenguaje común
Celebrar la Constitución no significa conformarnos; significa asumir la responsabilidad de mejorar. La Constitución es un marco que debe dialogar con su tiempo. Las sociedades cambian, las necesidades también, y un texto fundamental tiene que ser lo suficientemente sólido para sostenernos, y lo bastante flexible para adaptarse. La verdadera fidelidad constitucional consiste en garantizar que ninguna persona quede atrás.
Necesitamos instituciones fuertes, transparentes y responsables; necesitamos políticas públicas basadas en evidencia, no en ruido; necesitamos un debate público que no confunda diversidad con confrontación. La Constitución nos ofrece un terreno común desde el que avanzar: no como adversarios, sino como ciudadanos que comparten destino.
En este 6 de diciembre, reivindiquemos la Constitución como lo que es: un punto de partida para construir futuro. Renovemos el pacto de respeto, dignidad y convivencia. No celebremos solo lo que fuimos, sino lo que todavía podemos llegar a ser.
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