“Prefiero morir antes que regresar a Turquía”, dice Alí (nombre ficticio). “Pero la vida aquí también está empeorando, en los últimos tiempos veo a nuestros vecinos japoneses mucho más fríos con nosotros, algunos hasta se niegan a saludarnos”.
Tras más de una década en Japón junto a su esposa y a sus dos hijos mayores, Alí está librando una batalla de dos frentes: el trámite de su solicitud de asilo y la creciente hostilidad que en el país sufre su familia y otros miembros de la comunidad kurda. “A nuestros hijos les insultan en la escuela y otros niños se niegan a jugar con ellos... Creo que es un reflejo de la situación general”, dice.
En julio, los hijos de Alí estaban jugando en un parque próximo a su hogar en Kawaguchi (en las cercanías de Tokio) cuando un hombre se les acercó. Según la denuncia policial de Alí, el hombre golpeó en la cara y tiró al suelo al más pequeño, que está en primaria. “¡Extranjeros, regresad a vuestro país!”, les gritó luego en japonés.
Con sus aliados en los medios, [los grupos de extrema derecha] transformaron esto en un problema de seguridad pública, pero no hicieron ningún intento de hablar con nosotros
Semanas más tarde, Alí se enfrentó al hombre cuando reapareció en el parque. Le exigió una explicación por haber agredido a su hijo. “Si no fuera por la ley, os mataría a todos”, dijo el hombre, que negaba haber golpeado deliberadamente al niño.
La presunta agresión es el último incidente conocido contra los residentes kurdos de Kawaguchi y Warabi. Estas ciudades dormitorio de Tokio donde los kebabs y las tiendas halal comparten el espacio con las tiendas de conveniencia y los restaurantes de ramen se han convertido en el epicentro de un tenso debate sobre la llegada de población extranjera a Japón.
La hostilidad hacia comunidades de inmigrantes que ya existe en el Reino Unido, la Unión Europea y Estados Unidos parece estar extendiéndose también a Japón. Aunque siguen representando menos del 3% de la población, los extranjeros residentes en Japón llegaron a un récord de 3,8 millones a principios de 2025. Según las estimaciones del Instituto Nacional de Investigación sobre Población y Seguridad Social, para 2070 podrían llegar a representar el 10%.
El PLD, partido en el Gobierno, ha endurecido sus posturas en materia de inmigración. Entre sus promesas figuran lograr la “inmigración ilegal cero”, limitar las nuevas llegadas y garantizar una mejor “integración social”.
“Se llevaron bien durante mucho tiempo”
Alí y su familia forman parte del grupo de kurdos que desde mediados de los noventa huyeron de la persecución en Turquía, Irán y otros países de la zona, para establecerse en Kawaguchi y Warabi, donde al principio se integraron bien entre sus vecinos japoneses.
“Durante mucho tiempo se llevaron bien”, dice Vakkas Colak, secretario general de la Asociación Cultural Kurda de Japón. “Se organizaban actividades divertidas y se hacía un esfuerzo por aprender sobre la cultura del otro”.
“Había varias diferencias culturales que superar, como la separación de residuos para el reciclaje y la gente decía que éramos ruidosos”, explica Colak durante el almuerzo en un popular restaurante de kebabs de Warabi. “Pero el gobierno local nos apoyó y se esforzó por facilitarle la vida a todos, publicando por ejemplo guías sobre la eliminación de residuos en muchas lenguas”.
El panorama se nubló en 2023, cuando el Gobierno de Japón modificó la ley de control de inmigración para que las autoridades pudieran deportar a los migrantes que esperaban una decisión sobre su solicitud de asilo, siempre y cuando ese fuera su tercer intento de conseguir refugio.
Detrás del cambio en la ley estaba la idea de que Japón se había convertido en un imán para inmigrantes ilegales y que su presencia había aumentado la delincuencia y los comportamientos antisociales. Una serie de afirmaciones que los periódicos conservadores y las redes sociales amplificaron.
Aquello coincidió con un aumento en el número de trabajadores extranjeros tras la pandemia de la COVID. Con Japón enfrentado a un futuro de descenso demográfico aparentemente irreversible, se trataba en su mayor parte de jóvenes, hombres y mujeres, de otros países asiáticos que acudían para cubrir el enorme vacío de mano de obra.
El aumento de una migración que ha transformado algunas ciudades provinciales también ha sido aprovechado por la extrema derecha. Por fuera de la estación de Warabi se convocaron manifestaciones de extrema derecha a la que acudían más agentes de policía que miembros de grupos de odio, dice Colak. Según él, era una forma de generar la impresión de que los migrantes representaban una amenaza real para el modo de vida japonés. “Con sus aliados en los medios, transformaron esto en un problema de seguridad pública, pero no hicieron ningún intento de hablar con nosotros”.
La explosión del turismo extranjero tras la pandemia (en agosto se llegó al récord de 3,42 millones de visitantes) también ha servido para alimentar la visión distópica de una “invasión silenciosa”.
La agencia de cooperación internacional del Gobierno japonés canceló en septiembre un programa de colaboración entre “ciudades de origen” para estrechar los lazos entre cuatro ciudades japonesas y cuatro países africanos. Lo hicieron tras una reacción xenófoba de los residentes: exigían saber si sus comunidades iban a ser invadidas por trabajadores extranjeros de Mozambique, Nigeria, Ghana y Tanzania.
Según los datos de diciembre del Ministerio de Justicia, hay unos 7.700 residentes turcos viviendo de manera legal en Japón. En situación irregular hay otros 1.372 ciudadanos turcos, una cifra por la que el ministro de Justicia expresó su “grave preocupación”.
“Ahora son los kurdos; los siguientes serán otros”
Entre los 670.000 habitantes de Kawaguchi y de Warabi, hay en torno a 3.000 kurdos, una cantidad lo suficientemente grande como para que en Internet haya gente que se refiera a Warabi con el nombre despectivo de ‘Warabistán’. Muchos de los hombres kurdos tienen trabajos ocasionales en la construcción y en la demolición, con un número menor trabajando en el sector de la restauración.
Las agresiones a la comunidad kurda local han aumentado notablemente en los últimos meses, según Tatsuhiro Nukui, que dirige la ONG Zainichi Kurudojin to Tomoni (“Juntos con los kurdos en Japón”), donde hay clases de japonés impartidas por voluntarios, intercambios culturales y consultas médicas.
Lo mismo puede pasarle a otras comunidades extranjeras en Japón, ahora son los kurdos, pero los siguientes podrían ser otros grupos
El catalizador fue un incidente de 2023, cuando una disputa privada entre dos varones kurdos terminó con una pelea fuera de un hospital y un apuñalamiento. “Aquelló desató más odio”, dice Nukui, cuya ONG suele recibir mensajes anónimos de voz en los que se exhorta a los inmigrantes kurdos a “morir” o “irse a casa”.
Sobre negocios relacionados con los kurdos han aparecido escritos mensajes racistas. En las redes sociales, algunos usuarios sacan fotos de residentes extranjeros sin que ellos se den cuenta y luego las publican en Internet acusándolos erróneamente de robar en tiendas.
“Los youtubers solo tienen un objetivo cuando vienen aquí: provocar a la gente”, dice Nukui. “Lo mismo puede pasarle a otras comunidades extranjeras en Japón, ahora son los kurdos, pero los siguientes podrían ser otros grupos”.
Los activistas contra la discriminación han logrado varias victorias menores. En noviembre de 2024, un tribunal regional prohibió de manera indefinida las protestas de grupos de odio en Kawaguchi, así como la distribución de folletos con mensajes “insultantes o difamatorios”.
Alí está esperando una decisión sobre su tercera solicitud de asilo alegando que él y su familia ya no pueden vivir con seguridad en Turquía. Pero solo un migrante kurdo ha obtenido el estatus de refugiado en Japón, que el año pasado reconoció a un total de 190 refugiados, en su mayoría procedentes de Afganistán.
El hecho de que su hijo menor haya nacido en Japón podría ayudar, pero Alí no puede ocultar su preocupación. En cualquier caso, su prioridad ahora es tranquilizar a su hijo de 11 años, traumatizado tras la presunta agresión (Alí grabó con el teléfono móvil la confrontación verbal que tuvo después con el presunto agresor). “Le sangraba el labio después del ataque y ahora se despierta por la noche convencido de que el hombre va a venir a matarlo… todos mis hijos tienen demasiado miedo como para salir a la calle”.
Traducción de Francisco de Zárate