Alerta en el BCE ante la pérdida de valor del euro frente al dólar

“Si no es ahora, ¿cuándo?” Con esta elocuente afirmación Michael Mussa (Los Ángeles, 1944- Washington DC, 2012) detonó una de las acciones concertadas de mayor éxito de los principales bancos centrales del planeta. Era finales de septiembre del 2000 y, por entonces, Mussa ejercía como economista jefe del FMI. Con sus palabras se sucedieron operaciones de compras masivas de dólares ordenadas por la Reserva Federal, el Banco de Inglaterra e instituciones hermanas como las de Japón, Australia o Canadá para contener la caída libre del euro.

La divisa europea apenas tenía un año y nueve meses de vida, pero desde su puesta de largo en los mercados cambiarios, despertó dudas y envidias; especialmente, en la doctrina neoliberal del otro lado del Atlántico, aunque con algún que otro contrapunto, como el del Premio Nobel de 1999, el canadiense Robert Mundell, que siempre la catalogó como un “éxito rotundo” de ingeniería monetaria. La cita otoñal del Fondo -en Praga- se inauguró con el euro en su fosa más profunda, hundido en los 0,86 dólares, demasiados inversores en actitud de castigo y no pocas incógnitas por despejar. Entre otras, que ni siquiera circulaba todavía físicamente por su espacio económico y ya se había dejado arrebatar holgadamente todo el superávit sobre la paridad con el billete verde.

Más de dos decenios después, la historia parece estar a punto de repetirse. Los analistas juzgan que el intercambio actual (1,05) supone que el euro está bajo la fuerza centrífuga del mercado y que la propia inercia de los acontecimientos impulsará el dominio del dólar. En pleno baile de divisas, con el rublo en el punto de mira de la weaponización o militarización de medidas financieras que Occidente ha decretado contra Rusia por la invasión de Ucrania, la moneda estadounidense se ha convertido en un arma más para debilitar a Vladimir Putin.

La decisión de Putin, a instancias de la cada vez más prestigiada gobernadora del Banco de Rusia, Elvira Nabiullina, de imponer a sus clientes europeos la compra en rublos del gas de su territorio ha agitado la mano invisible que mece, también, los mercados cambiarios. La divisa del Kremlin ha irrumpido como la más revalorizada en 2022, pese a las represalias, con casi un 30% por encima del valor con el dólar en comparación con su cotización del 7 de marzo, cuando registró su nivel más bajo (143 rublos por dólar) tras dos semanas después de la ocupación de Ucrania.

Los pagos europeos a Moscú están jugando un papel determinante en el dominio del rublo, avisa María Demertzis, subdirectora de Bruegel, think-tank paneuropeísta con sede en Bruselas. Moscú sortea las draconianas sanciones de Occidente por la habilidad de su banco central para utilizar sus reservas de divisas extranjeras y eludir en varios momentos los riesgos de default que auguraban agencias de rating e inversores.

Sin embargo, William Jackson, economista jefe para mercados emergentes en Capital Economics, alerta de que el valor del rublo “no es el mejor barómetro” de los efectos de las represalias que se han decretado contra Rusia porque, a su juicio, “están dañando a una economía autárquica en la que la inflación se ha disparado y los bancos empiezan a mostrar signos de falta de liquidez y de endurecimiento dramático de sus condiciones crediticias”. Jackson recuerda que los tipos de interés se situaron a los cuatro días de la invasión, en un movimiento urgente, en el 20%, una cota que, necesariamente, refuerza el valor de las monedas. Aunque también, y sobre todo, la obligación a las empresas energéticas rusas de convertir a rublos el 80% de sus ingresos por sus ventas internacionales en divisas extranjeras.

Todo este castillo de naipes podría desmoronarse e iniciar otro reparto de cartas en los mercados cambiarios si, como baraja el Tesoro de EEUU, se inicia un bloqueo de los pagos de deuda rusa en dólares, hasta ahora permitido por la Casa Blanca, lo que tensaría de nuevo la opción del impago.

El empeoramiento económico en Europa

Ucrania es, sin embargo, sólo una pica entre los motivos que han debilitado el euro. La zona monetaria “es un cóctel de malas noticias”, con una inflación en tasas históricas, señales de inseguridad energética y tambores de recesión, avisa Valentin Marinov, de Crédit Agricole. El analista señala que el euro “es la válvula de escape de todos estos temores”, de ahí la pérdida del 6% de su valor frente al dólar.

El PIB del euro, a diferencia del estadounidense que retrocedió un 0,4% en el primer trimestre, todavía no está en contracción, pero las perspectivas son peores en cuanto a beneficios empresariales y empleo. De ahí que en servicios de estudios como el de HSBC no encuentren la línea de flotación del euro frente al dólar en los próximos meses, lo que traerá inflación añadida a través de importaciones estratégicas que, como el gas y el petróleo, se denominan en la divisa norteamericana.

El dólar sigue siendo la opción favorita de los inversores frente a otras monedas. De hecho, el franco suizo, el valor refugio por excelencia en divisas, también navega en el horizonte de la paridad con el dólar por primera vez en dos años y el yen está en su nivel más bajo desde 2022 aunque, en este caso, con una espiral inflacionista importada. En Bank of America creen que el adelanto de las subidas de tipos por parte de la Fed y su ultimo encarecimiento de medio punto -con el que el precio del dinero ha dejado atrás su proximidad a cero-, han agudizado la fortaleza del dólar, que conservará un valor por encima de la paridad con el euro este año y el siguiente.

Por contra, los mercados han reforzado sus dudas sobre una maniobra “demasiado tardía” del BCE para parar el descenso del euro hacia la paridad, explica Marinov. La presidenta del BCE, Christine Lagarde, anunció que la subida de tipos llegará en julio y que en septiembre se abandonaran terrenos negativos.

Quizás el más preciso en su diagnóstico de situación entre las autoridades monetarias europeas haya sido el gobernador del Banco de Francia, Francois Villeroy de Galhau, quien, sin mencionar expresamente acciones concretas de la institución sobre el valor de la divisa -un asunto tabú en los organismos de supervisión- reveló su preocupación por una excesiva debilidad que llevaría a modificar la hoja de ruta de Fráncfort. En especial, para frenar “presiones inflacionistas externas y contribuir así a la estabilidad de los precios, el objetivo esencial del BCE”, recordó.