Zendaya, Mia Goth, Rihanna, Megan Fox, Léa Seydoux, Madison Beer y Claudia Arenas, Téyou y Olivia, concursantes de Operación Triunfo 2025, tienen algo en común: a todas ellas Internet les ha atribuido face card. Este concepto, popularizado en TikTok por la generación Z, se usa para referirse a un tipo de belleza —sobre todo femenina, aunque no exclusivamente— que genera un impacto inmediato. El término implica que, quien la posee, acumula un tipo de capital social que facilita ciertos accesos, desde validación hasta mayores oportunidades.
Aunque los criterios para otorgar el privilegio de la face card no son uniformes, todas estas figuras comparten atributos vinculados con las nociones clásicas de belleza: simetría, proporción y armonía. Rasgos estructurales que el cerebro humano tiende a leer como “agradables”, tal y como ha estudiado la psicóloga Nancy Etcoff. En su ensayo, Survival of the prettiest: the science of beauty [La supervivencia de los más guapos: la ciencia de la belleza], Etfcoff escribe: “El juicio de la belleza humana puede ser influenciado por la cultura y la historia individual, pero las características geométricas generales de una cara que da lugar a la percepción de belleza pueden ser universales”.
Sin embargo, a pesar de que se hayan estudiado estas nociones clásicas de belleza, ¿cómo coexisten con un canon profundamente cultural y cambiante? ¿Qué significa que sigamos elevando un tipo de rostro tan específico? ¿A qué identidades y cuerpos beneficia esta idea de la face card? ¿Y cómo se transforma nuestra percepción de lo deseable cuando los algoritmos nos exponen a este tipo de belleza una y otra vez?
La popularización musical de la face card
Aunque el término face card se ha popularizado en redes sociales, varias artistas llevan tiempo integrándolo en sus canciones como una forma de sintetizar el poder social que adquiere la belleza. Por ejemplo, la cantante urbana Young Miko adapta en español la expresión tu face card no declina —otra manera de decir que una persona es excepcionalmente bella— en su canción WASSUP, lanzada este mismo año. En ella, la face card opera como otra forma de divisa simbólica dentro de un imaginario de rich lifestyle [estilo de vida rico], fama y joyería personalizada. La belleza como capital que abre puertas.
En 2023, el cantante Troye Sivan también incorporó el término en One of Your Girls, una canción que explora la homofobia interiorizada en hombres que se identifican como heterosexuales, pero muestran interés en chicos gay como él —especialmente identidades twink más feminizadas—. En el videoclip, Sivan utiliza el drag para construir una “versión fantasiosa” de sí mismo: una mujer hermosa —con face card— que esos mismos hombres sí mostrarían públicamente con orgullo. Aquí la face card actúa como una forma de validación estética que se niega a las masculinidades queer.
Sin embargo, el verdadero aterrizaje del término en el panorama musical contemporáneo llegó en 2022 de la mano de Beyoncé con HEATED. En esta canción, la artista despliega una expresión teatralizada del yo —a través de las joyas, marcas caras y mucha actitud— que se utiliza como una herramienta para reforzar el valor en una misma. La cantante utiliza los términos your face card never declines y give me face dentro de un registro que evoca —en la canción y en el disco al completo— la escena ballroom: una subcultura queer, trans, negra y latina nacida en Nueva York, donde “casas” y comunidades compiten en balls a través de categorías de baile, moda y performance como una forma de resistencia, familia elegida y expresión identitaria. Pero, aunque Beyoncé busca —presuntamente— homenajear esta genealogía histórica queer, su inclusión en la cultura mainstream termina desplazando su significado.
Julieta Vartabedian, profesora de Antropología Social en la Universidad Complutense de Madrid, e investigadora en cuerpos, belleza e identidades trans, explica que en la escena ballroom the category is… face no era simplemente una celebración de la belleza, sino una forma de resistencia cultural: un espacio donde personas excluidas por el racismo, la transfobia, la pobreza y la homofobia podían reclamar dignidad y prestigio a través del cuerpo. En ese contexto, posar, caminar o give face (“dar cara”) era un acto profundamente político. Sin embargo, cuando estas tendencias terminan siendo asimiladas por lo mainstream, “suelen desprenderse de ese contexto histórico. Se convierten en gestos estéticos, en tendencias virales y carecen de la memoria del mundo que las creó. Esa apropiación sin anclaje puede tener un efecto de despolitización”, explica Vartabedian.
Las implicaciones históricas y políticas de la face card
Además de la despolitización que atraviesa al término, y de las nociones clásicas de belleza que lo integran, lo cierto es que la forma de entender la face card como tendencia digital está profundamente marcada por los significados culturales de lo hegemónico. Incluso cuando la face card se atribuye a mujeres trans como Hunter Schafer o Indya Moore —que son celebradas por su belleza y éxito profesional—, Vartabedian explica que “sus trayectorias están atravesadas por privilegios que no aparecen en la experiencia cotidiana de la mayoría de las travestis” con las que ella ha trabajado durante sus estancias en Brasil: “Mujeres negras, pobres, con muy poca escolarización, expulsadas tempranamente de sus hogares, trabajando en el mercado sexual y con dificultades para acceder a derechos básicos”.
Cuando los usuarios ven ejemplos repetidos de belleza face card, tienden a escrutar sus propios rasgos con mayor dureza
La belleza para estas mujeres —al igual que lo fue para las mujeres de la escena del ballroom de los 80— actúa como una forma de reconocimiento estético por parte de la sociedad cuanto más se aproximan al canon hegemónico tradicional. Sin embargo, “sus encarnaciones, precisamente por surgir desde posiciones marginalizadas y sexualizadas, son profundamente subversivas: redefinen lo que se entiende por 'ser bella', desafían los marcos dominantes de la feminidad y desestabilizan las normas heteronormativas desde su propia existencia encarnada”, afirma la antropóloga.
En el contexto actual, por el contrario, la face card actúa más como un recordatorio de belleza aspiracional. Si hace unos años se popularizana el concepto del pretty privilege, que, precisamente, cuestionaba las ventajas sociales que recibían las personas consideradas físicamente atractivas por los estándares de belleza dominantes, la face card nos lleva a volver a otorgar todavía más poder simbólico a aquellas personas que entran dentro de ese canon. Vartabedian habla sobre la importancia de “cuestionar qué rostros y qué tipos de belleza son celebrados masivamente en plataformas como TikTok. No suelen ser cuerpos gordos o diversos, ni belleza negra, ni expresiones no binarias o corporalidades fuera de la norma”. Por ejemplo, a la actriz Barbie Ferreira se le empezó a atribuir face card en el imaginario popular mainstream únicamente después de haber adelgazado, a pesar de que su rostro también respondía a esos mismos ideales cuando encarnaba una corporalidad gorda.
Para una generación como la Z, que vive atravesada por la autoevaluación, los filtros y la imagen visual, estar expuesta continuamente a estos impactos de belleza puede tener un “efecto dual”, explica Janella Eshiet, doctora en Comunicación por la Universidad de Chapman en California, cuyo trabajo se centra en las redes sociales y la percepción de la belleza. Eshiet, autora de la tesis Más que un espejo: investigando el papel de las redes sociales en la configuración de las comparaciones sociales y la identidad en torno a las percepciones de la belleza, asegura que no hay que criminalizar por completo las comparaciones a las que incitan las redes sociales ya que, en ellas, también es posible encontrar contenido que empuje a “abrazar tu pelo natural, mejorar tu rutina de cuidado de la piel o aprender nuevas técnicas y estilos de peinado y maquillaje”. Sin embargo, el problema se encuentra en el contenido que se vuelve “relevante” para los algoritmos. Por ejemplo, “una mujer negra debe escribir específicamente en el buscador 'maquillaje para chicas negras' o 'belleza de piel oscura', porque si no, la plataforma le muestra contenido de creadoras con tonos de piel más claros”.
Esta también es la razón por la que mujeres como Zendaya o Rihanna sí entran en la categoría aceptada como face card, “ambas son mujeres de tez más clara e, históricamente, en los medios y la cultura, —especialmente en contextos occidentales— la piel clara se ha centrado como ideal de belleza”, explica Eshiet. Cuando la exposición se centra constantemente en un tipo determinado de belleza —aquel que más se viraliza—, esto termina por generar un sentimiento de infelicidad e inadecuación. “Cuando los usuarios ven ejemplos repetidos de belleza face card, tienden a escrutar sus propios rasgos con mayor dureza. Hacen zoom mental —o literalmente— en las partes de su apariencia que perciben como imperfectas. Con el tiempo, esta exposición puede moldear y estrechar lo que el usuario considera 'bello', especialmente si no se ve reflejado en ese contenido”, concluye Eshiet.
De esta forma, mientras la face card circula como halago aparentemente inofensivo, no debemos olvidar que actúa también como frontera: define quién puede ser visto como deseable y quién sigue siendo expulsado de la imagen de belleza dominante.