Vinuesa, en bicicleta: un paseo por la corte de Pinares

A caballo entre las castellanas provincias de Burgos y Soria se encuentra la Comarca de Pinares, marco incomparable de una masa forestal de las mayores de Europa y que recoge las primeras aguas del Duero niño. No se trata de un espacio solo físico, sino que sus tradiciones, costumbres, artesanía y fiestas definen un espacio humano de enorme atractivo.

La gran cantidad de pinos que pueblan esta región la convierten en una de las más verdes y exuberantes de la Meseta Norte, completando un paisaje natural en el que sus impresionantes montañas, las lagunas y embalses, las hoces y cañones de los ríos, sus rebaños de ovejas y vacas y los abundantes corzos que campan a sus anchas por el bosque ofrecen un entorno de extraordinaria belleza e inestimable valor ecológico. 

El hombre y la historia han dejado una huella imperecedera ya desde la Prehistoria, con restos celtas y romanos, necrópolis e iglesias medievales, palacios renacentistas y barrocos, hasta llegar a nuestros días en que el turismo, precisamente apoyado en esa riqueza cultural y paisajística, se ha convertido en la principal fuente económica de la comarca. 

La posesión comunal de los bosques es el vestigio aún vivo de un pasado dedicado a la explotación forestal de los majestuosos pinos que dieron origen a flotas enteras de barcos, tras ser transportados por los insignes carreteros de esta comarca pinariega.

Esta armónica conjunción de Naturaleza y tarea humana es la que llevó al genial Bécquer a escribir: “En las plateadas hojas de los álamos, en los huecos de las peñas, en las ondas del agua, parece que nos hablan los invisibles espíritus de la Naturaleza, que reconocen un hermano en el inmortal espíritu del hombre”.

Tal conjunto de atractivos brinda además al cicloturista unas inmensas posibilidades de practicar su inagotable afición, sea en bici de carretera o de montaña, por rutas sombrías o soleadas, con recorridos llanos o de pendientes inhumanas: siempre una oferta única e inolvidable. Y ahora os dejamos con el ciclista más popular de todo Pinares que con sus 98 años todavía puede presentarnos mejor que nadie los secretos de su amada Tierra de Pinares.

¿Queréis conocer la Corte de los Pinares?, por Pascual Nieto

Creo que me va a costar. No, no creo: estoy seguro de que lo va a hacer. Me han liado mis amigos para que sea yo quien os presente mi tierra, estos pueblos en los que he nacido y vivido y estas carreteras que me han visto dar pedales a lo largo de toda mi ya larga vida. Y no me resulta nada fácil, ni mucho menos. Es que una cosa es contar a los colegas de la bici anécdotas de mis años mozos y otra bien distinta es someterme a un guion casi turístico para invitaros a que os acerquéis a conocer y pedalear en esta Comarca de Pinares. La culpa ha sido mía por aceptar el reto, aunque he de reconocer que siempre he sido un poco “tirao p’alante”. Y he tenido que dedicar varios ratos a ojear diversas revistas para ver cómo se hace esto de describir una región y sus encantos cicloturistas. La lupa ha sido mi gran ayuda en esta tarea, porque ya la vista me flojea bastante y tampoco es que el tamaño de la letra de las publicaciones actuales esté pensado para viejos como yo. Pero… ¡vamos allá!; no me voy a echar atrás ahora y… que sea lo que Dios quiera.

Si habéis seguido mis andanzas durante estos años que compartí mi vida –más que mi afición a la bicicleta- en la revista PEDALIER (hoy ZIKLO), ya estaréis al tanto de que soy pinariego. Así se nos llama a los que vivimos en esta comarca en la que el pino es el amo y señor de la naturaleza que nos rodea. Pinos verdes, pinos altos, pinos hermosos, pinos extraños… siempre pinos, por todos lados. Nací en Vinuesa, la capital –dicen- de la región, a la que llaman los libros de turismo “la Corte de los Pinares”. Y, si no os parece mal, voy a empezar mi descripción de esta tierra pinariega partiendo de mi propio hogar para guiaros por las orillas del Duero, siempre al cobijo de los Picos de Urbión: que sea el propio río y algunos de los autores que sobre él o esta Comarca de Pinares han escrito, quienes me acompañen en el difícil empeño de hablaros de los encantos de “La hermosa tierra de España, adusta, fina y guerrera; Castilla, de largos ríos, tiene un puñado de sierras, entre Soria y Burgos como reductos de fortaleza, como yelmos crestonados, y Urbión es una cimera”. Siempre llevo estas hermosas palabras de Antonio Machado grabadas en mi memoria cuando quiero referirme a estos Pinares de mis amores. Y una nueva sugerencia: ¿queréis acompañarme en un sencillo paseo literario por mi tierra?

Empezaremos, pues, nuestro periplo pinariego en Vinuesa, la Visontium romana, situada dentro del ángulo formado por la desembocadura del Revinuesa en el Duero, cuyas aguas –las de ambos ríos– la ciñen amorosamente por uno y otro lado. Caminemos tranquilos por sus calles para descubrir el Palacio del obispo Pedro de Neyla y el de los Marqueses de Vilueña, la Casa de los Ramos y el simbólico rollo de la Villa, y sobre todo a sus gentes, a las que nos suelen considerar acogedoras y sobrias a un tiempo. La iglesia parroquial de la Virgen del Pino conmemora a sus puertas el enfrentamiento por la posesión de la imagen mariana de los visontinos con sus rivales 'bretones' (gentilicio de Covaleda) en la célebre Pinochada, fiesta de raigambre popular cuando las mozas de la villa hicieron desistir en su intento a sus vecinos de Duero arriba. Es precisamente en este lugar donde la Virgen del Pino os dará su bendición, como lo hace a todos los visontinos en las fiestas de agosto, cuando en su honor se “pinga el mayo”. Es una tradición muy vieja esta de levantar un pino alto y recto en la plaza, que está presente en todos los pueblos de la comarca. Y es que ya os he comentado que el pino es la vida de mi tierra desde hace siglos. Dejadme que os copie unas líneas de Julio Llamazares que hace unos 40 años escribía en “Cuaderno del Duero”: Los pinos son del pueblo. Cada hijo del pueblo (varón o hembra, soltero o casado) tiene derecho a un lote de pinos… Los pinos son la riqueza de todos estos pueblos. Hay sierras y fábricas de muebles. Y un gran respeto a los bosques. Nunca se tala más de lo que se repuebla. Y todos cuidan de que no haya incendios”. ¡Con lo que vemos todos los veranos en la tele en otras zonas de España!

Pero prosigamos nuestro paseo en bicicleta. El solo hecho de callejear por las adoquinadas calles de Vinuesa, subir hasta la Plaza Mayor o acercarse hasta la Ermita de la Soledad, es ya de por sí un auténtico placer. A las afueras del núcleo antiguo nos toparemos con el Lavadero, reflejo del esplendor que tuvo la ganadería lanar trashumante, y al que el río Remonicio proporciona limpio caudal todo el año. Tanto o más gusto nos dará recorrer el corto paseo hasta el Duero que aquí se ensancha para dar origen al embalse que ha llevado la vida a esta comarca. Y, bajo sus aguas, el Puente Romano, que formaba parte de la calzada que unía la localidad de Visontium con la ciudad de Uxama, solo aparece de vez en cuando, cuando el nivel del pantano lo permite. Bueno, no sé si es romano de verdad, pero así lo conocemos por aquí. Apenas a unos centenares de metros la Fuente de El Salobral, ubicada dentro de un refugio recientemente acondicionado, nos regala un manantial que cuenta desde antaño con propiedades idóneas para el cuidado y mantenimiento de la piel: del olor de sus sulfurosas aguas no opinamos.

Y con ese olor aún en nuestras pituitarias, iniciamos la ruta que aquí os propongo para recorrer en bici de montaña o en esas que algunos llaman “gravel” y que a mí me han pillado ya demasiado mayor para probarlas. Lo hacemos tomando la carretera hacia el puerto de Santa Inés (para nosotros “el puerto” a secas) que poco a poco, sin rampas que merezcan tal nombre, va remontando el valle dejando el Revinuesa a nuestra izquierda.

En el kilómetro 7 nos desviaremos para conocer El Quintanarejo, aldea de apenas una docena de vecinos que conforma un espacio natural al amparo de la Sierra del Portillo de Pinochos y luce su arquitectura tradicional y popular, entre la que destaca la ermita de Santa Catalina. Una fuente, un restaurante y algún alojamiento rural nos ofrecen la posibilidad de gozar del sosiego de un entorno apacible. Luego, volvemos sobre nuestros pasos para tomar, a la salida del caserío, una pista de tierra que nos devuelve a la SO-830 en dirección al puerto citado.

Y pasado el kilómetro 10, en una larga recta en que la carretera se empina, nos desviamos a la izquierda por una nueva pista de tierra que atraviesa un paraje en el Revinuesa de un encanto especial, las Gargantillas, conduciéndonos al caserío de Santa Inés, que deja su nombre al puerto que acabamos de dejar atrás. Solo encontraremos vacas, una ubérrima y gélida fuente y una ermita que da nombre a una cofradía visontina. Y junto a ese puñado de casas deberemos optar por subir al paraje más emblemático de todo Pinares o dejarnos caer hacia “la corte”. El duro ascenso a la Laguna Negra no lo incluimos en la ruta, pero dejamos su altigrafía para los valientes que quieran enfrentarse a sus duras rampas.

“Ese círculo negruzco, esa mota o esa mancha, es la laguna que el pueblo Laguna Negra la llama”, como cantaba Pío Baroja, otro enamorado de estas tierras, cuando yo andaba por mis 20 años. Mis amigos suelen decir que la primera vez que contemplas la laguna, y más si es en invierno, su poderoso misterio y grandeza te envuelven y penetran en ti hasta los huesos. Igual sí que hay algo de eso en la contemplación serena de su “agua pura y silenciosa que copia cosas eternas; agua impasible que guarda en su seno las estrellas”.  Porque casi todos los que aquí vivimos hemos leído alguna vez la “Tierra de Alvargonzález” de Machado, quien vivió aquí una temporada y se casó con una soriana de apenas 15 abriles cuyo nombre ha pasado a la historia de la Literatura: Leonor. Es una trágica historia, pero que quizás resuma como ninguna la rudeza de estas tierras y de sus gentes, como yo mismo. Al propio poeta andaluz le costó dejar atrás sus tristes recuerdos de los pocos años que pudo compartir con el que fue el gran amor de su vida.

También yo guardo en mi corazón añoranzas de mis numerosas ascensiones en bici a la Laguna, aunque hace sólo unos años que se puede acceder hasta su final actual. Antes el tramo final era de tierra y aún se nos hacía más penoso llegar a culminar lo que para todos los mozos era una gran hazaña. Pero, por favor, si habéis llegado hasta aquí, que nadie se quede sin dar el paseo final hasta asomarse a la roca que sirve de mirador de la Laguna Negra. Buscad el calzado adecuado para hacerlo, porque, si no lo hacéis, no digáis que conocéis la comarca de Pinares. Al amparo del pico de Urbión (2228 m), entre pinos, aureolada de sombras y leyendas, descansa la Laguna Negra. La primera vez que la contemplas, y más si es en invierno, su poderoso misterio y grandeza te envuelven y penetran en ti hasta los huesos: su imagen permanecerá viva en el archivo de las imágenes imborrables de tu recuerdo.

Hayamos subido o no a la célebre laguna, para regresar a “la Corte de los Pinares” solo deberéis dejaros caer junto a la otra ribera del Revinuesa, por la aquí conocemos como carretera de El Cordel, para arribar a Vinuesa por su parte alta. Luego podremos ir en busca del Puente Romano y tomar la pista de tierra que nos llevará en paralelo al río hasta Molinos de Duero. Pedalearéis por la Calzada Romana, que en este caso sí, tiene una inscripción romana tallada en una roca a la izquierda del camino. Pero quienes no dispongan de BTT también podrán acercarse al pueblo donde se halla el cruce principal de carreteras por la SO-820. De Molinos cuentan que en el siglo XVIII tenía más de 2600 bueyes para arrastrar por toda España casi 900 carretas al amparo de la Cabaña Real de Carreteros. Merece la pena que os adentréis con la bici por sus calles visitando su ayuntamiento, la Plaza Mayor con su iglesia de San Martín y el Monumento a la Carretería porque son una maravilla, de verdad. 

Desde Molinos, por la ribera derecha del Duero y pasando por la ermita del Santo Cristo, llegaréis en dos minutos al puente que os introducirá en Salduero, que me trae a la cabeza las palabras que le dedica Gerardo Diego en su “Balada del Duero infante” y que se pueden leer en un monumento junto a la coqueta plaza: “¿Cuántos años, meses, días? Horas sólo cumple el Duero a su paso por Salduero”. También tiene su aquel el atravesar las aguas del río en bicicleta o portándola al hombro caminando por la pasarela de piedras. 

Desde esta sugerente población podéis retornar a Vinuesa, aunque yo os voy a brindar una sugerencia para los días de mucho calor: si tomáis dirección a la capital provincial, ¿por qué no os acercáis a la Playa Pita para daros un buen remojón en dicha área recreativa consistente fundamentalmente en una playa fluvial enmarcada por un cuidado bosque de pino albar cercano a la confluencia del río Ebrillos con el embalse de la Cuerda del Pozo que conforman el río Duero y sus diversos afluentes. El origen del topónimo es curioso. Todo comenzó hacia 1954 cuando, el entonces director del Instituto Nacional de Previsión, Ramón Pita Las Santas, decidió un verano instalarse con una tienda en la orilla de lo que hoy conocemos como Playa Pita. Con el paso de los años él y su familia fueron apreciando cada vez más aquel lugar y difundieron entre las amistades y vecinos aquella forma tan económica y ecológica de disfrutar del verano y algunos fines de semana. ¡Y cuántos han sido los que han seguido su ejemplo! Hoy es un paraje ideal para la práctica de deportes acuáticos en el corazón de la provincia soriana, que considera a la Playa Pita como su playa oficial.

Si alguno dispone de más tiempo, es el momento de adentrarse en el llamado Pinar Grande y dirigirse a Sotolengo, donde se ubica un campamento muy utilizado en verano, especialmente por los aprendices de música rock. Y si todavía os quedan fuerzas para una corta ascensión no os perdáis las maravillosas vistas que se pueden contemplar desde el mirador de Peña Gorda: espectáculo visual sobre el que dicen que es el pinar más extenso de Europa.

Para regresar a Vinuesa podéis hacerlo por la carretera general o, mejor aún si vais en BTT, por la pista forestal que aquí llamamos “carretera cortada” que se dirige el paraje mágico de El Bardo antes de desparecer bajo el pantano. Y poco antes podremos desviarnos a la izquierda por una irregular pista de tierra para visitar el pueblo de La Muedra que, tragado por sus aguas, ha dejado su nombre al citado embalse inaugurado en 1941. El cementerio, situado a un nivel superior, aún sobrevive abandonado en estado ruinoso. Podréis también observar la sobrecogedora e impactante imagen de cómo emerge el campanario de la iglesia de San Antonio Abad bajo las aguas. Había asimismo una ferrería, ‘La Numantina’, cuya chimenea de 25 metros de alto se derrumbó hace 20 años. Y, tras detenernos en el nuevo mirador sobre el valle del Revinuesa para admirar mi querida Vinuesa, ya solo os resta descender hasta el puente nuevo que sustituye al antiguo “romano”, tantas veces oculto bajo las aguas. Al atravesarlo ya estaremos de nuevo en Vinuesa tras un recorrido de 64 kilómetros y unos 800 metros de desnivel total, a no ser que os hayáis animado a alargarlo hacia la Laguna Negra o el Pinar Grande.

Pues bien, amigos, este es mi pueblo y sus alrededores. Y para acabar este largo trabajo de descripción que espero no os haya aburrido, recomendaros que no os vengáis sin ropa de abrigo, ni os vayáis sin probar el embutido soriano, las setas o las trufas, el paté Malvasía que se elabora en la vecina Abejar (la Puerta de Pinares), la caza o las concurridas calderetas, que os saldrán gratis si nos acompañáis en las fiestas de cualquiera de nuestros pueblos pinariegos. Y si, sorprendidos, habéis visto saltar ante vosotros algún corzo, que tanto abundan en esta comarca, estad seguros de que volveréis a repetir lo que confío haya sido una estancia inolvidable en “la Corte de los Pinares”. Una última cosa: si venís a visitarme, seré feliz de seguir contándoos muchas más cosas. A los viejos ya no nos queda más que eso: los recuerdos de toda una vida en bicicleta.

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