Carmen y Begoña no se sueltan de la mano. Se hacen caricias y sonríen sin parar. “Estamos desbordadas. No esperábamos que una noticia tan sencilla, algo tan simple como querernos, pudiera tener tanta importancia”, explica Carmen. Esa noticia para ellas sencilla es su boda, la boda entre dos mujeres de más de 70 años que se conocieron en una residencia para personas mayores de La Rioja; la muestra de que el amor más intenso puede surgir en esa etapa de la vida en la que a menudo tendemos a pensar que no quedan oportunidades.
Begoña y Carmen acaban de casarse en el Juzgado y la próxima semana lo celebrarán con una fiesta en la residencia de Logroño en la que conviven. Su historia comenzó hace siete años en otra residencia de Lardero. Carmen vivía allí desde hacía tiempo, había luchado mucho para conseguir una habitación individual. Un día, en el desayuno, vio que había una nueva residente. “La miré y vi que llevaba una alianza, pensé que igual tenía novio o estaba casada”, cuenta Carmen, “pero desde ese día no dejábamos de mirarnos. Yo fumaba mucho y cada vez que salía la veía. Ahora he dejado de fumar porque a Begoña no le gusta”.
Así pasaron las semanas, entre miradas y sin mediar palabra, hasta que un día el conserje llamó a Carmen para decirle que alguien le esperaba en recepción. Era Begoña que había decidido tomar la iniciativa. Pasaron dos horas hablando y nunca más volvieron a separarse. “Begoña es sorda pero lee muy bien los labios así que empezamos a hablar sin parar, luego yo ya aprendí lenguaje de signos para poder comunicarnos mejor”, continúa Carmen mientras explica que su vida cambió para siempre aquel día. “Begoña ha sido mi más bonita casualidad. Cada noche venía a mi habitación y se sentaba en el suelo, dándome la mano, hablábamos o veíamos la tele hasta que nos mandaban a dormir”.
Llegó el COVID y Carmen estuvo muy enferma. Pasó tiempo sin poder andar y Begoña le llevaba a todas partes en su silla de ruedas. “Luego empecé con el andador, me curé del amor que nos teníamos”, dice con una sonrisa. Fue en ese momento cuando a Carmen le valoraron con un grado dos de dependencia y eso le obligó a tener que cambiar de residencia. “Le dije a Begoña que me tenía que ir y ella me dijo: 'Tranquila, nosotras somos eternas'. Y llevaba razón”. Así es como les buscaron su actual residencia, Seniors La Estrella, en Logroño. “Aquí admitían parejas y pudimos venirnos las dos. Nos pusieron una habitación doble con dos camitas . Todas las noches yo le doy unas palmaditas y ella me señala la cama para que me tumbe con ella. Nos quedamos así juntitas hasta que las señoritas que nos cuidan nos mandan a dormir”, cuenta Carmen, “a veces Begoña se queda dormida en mi hombro, yo le quito el audífono, la arropo y me voy a mi cama. Si tose me levanto, le abrazo y lo coloco las almohadas. Tenemos una vida muy sencilla, nos queremos y ya está, por eso no entendemos el revuelo”.
Aquí no hay prejuicios, sólo libertad. En la residencia siempre hemos sido la parejita, sin importar a nadie que seamos dos mujeres que se han enamorado ya viejitas
Fue la propia dirección de la residencia la que les ofreció contarlo a los medios cuando ellas decidieron casarse. A ellas les pareció bien, pero no calcularon la dimensión. “Pensábamos que iba a ser una notita en el periódico de aquí y resulta que hasta nos han llamado de la tele de Madrid”; dice Carmen entre carcajadas, “lo vemos todas las tardes en la residencia y la gente va muy bien vestida pero nosotras vamos siempre con camisa de cuadros. Los viejecitos de nuestra planta lloran y todo de la ilusión que les hace”.
No entienden el revuelo porque en su entorno, en la residencia, su relación siempre se ha visto como algo totalmente normal. “Aquí siempre hemos sido la parejita, sin importarle a nadie que seamos dos mujeres”, explica Carmen. Ella estuvo casada de joven. Con un hombre. “Me dejó por una más joven y pensé: si el mío que era muy bueno me hizo eso, no quiero saber nada de ninguno”, recuerda. Nunca se había enamorado de una mujer, hasta que conoció a Begoña. Ella tampoco había sentido nunca algo así. Pero las dos lo han vivido desde el primer día de la forma más natural. “No nos planteamos nada, sólo nos queremos, nos cuidamos, nos acompañamos”, dice Carmen mientras Begoña dibuja un corazón con sus manos, “somos libres, nos expresamos el cariño sin ninguna vergüenza, sin ocultarnos. ¿Por qué debería ser de otra forma?”.
Sin saberlo, ambas están rompiendo muchos tabúes, empezando por el del amor entre personas mayores. Y por eso su propia residencia ha querido regalarles la celebración de su boda. “Será una cosa sencilla, en el salón de actos”; explica la subdirectora del centro, Nuria Pérez Corominas, “pero algo había que hacer porque la suya es una historia que no se vive todos los días, encontrar una pareja para compartir el resto de su vida merece una celebración”.
Ellas siguen sin entender el revuelo pero lo agradecen. Aseguran que nunca habían sentido tanto cariño y, más allá de todo, se aferran a su promesa inicial: “Nosotras somos eternas y este amor, no sé qué pasa, pero crece cada día más”, dicen cogiéndose las manos y mirándose a los ojos.