La Navidad en Logroño ha alcanzado por fin ese punto mágico en el que uno ya no sabe si pasea por una ciudad europea del siglo XXI o por el decorado descartado de una película de terror de bajo presupuesto. Porque este año, más que luces de Navidad, tenemos fenómenos paranormales. Luces que no llegan, luces que llegan tarde, luces que se encienden cuando quieren y otras que, directamente, deciden fundirse como si fuera un acto de rebeldía, como si tampoco ellas estuvieran muy convencidas del proyecto municipal.
El Ayuntamiento, siempre tan diligente, nos vendió la Navidad a bombo y platillo… pero luego se olvidó de colocar el platillo. Así que, a pocos días de la Nochebuena, Logroño sigue esperando que termine la instalación de las luces, como quien espera un tren regional con veinte minutos de retraso y ya ni se enfada porque simplemente asume que esto es lo que hay. Eso sí, cuando por fin aparecen, lo hacen con ese encanto decadente de bombilla fundida que parpadea, como si nos guiñara un ojo para decirnos: “sí, soy una chapuza, pero es lo que hay”.
Pero lo malo es que uno tampoco encuentra consuelo cuando levanta la vista en busca de la iniciativa ciudadana y contempla aterrado que el panorama no mejora. Los balcones y ventanas de Logroño se han convertido en una suerte de exposición colectiva de mal gusto subvencionada por el LED. La eficiencia energética ha obrado el milagro y ahora cualquiera puede iluminar su casa, como si fuera una discoteca poligonera de extrarradio, sin miedo al recibo. El resultado es una competición vecinal no declarada, por ver quién pierde antes cualquier resto de criterio estético. Guirnaldas arrojadas sin piedad, luces que parecen vomitadas desde el interior del salón y combinaciones cromáticas que harían llorar a un semáforo.
Pero si hay una moda que merece capítulo aparte es esta inquietante costumbre de “colgar” muñecos de los balcones: Reyes Magos, Papá Noel y hasta Olentzero… todos suspendidos en el aire con una expresión inquietantemente alegre, como si no fueran conscientes de que parecen protagonistas de un festival de pitufos ahorcados. Hay algo profundamente perturbador en pasear tranquilamente por la ciudad y encontrarte a Melchor descolgado de una cuerda, Baltasar balanceándose al viento o al pobre Olentzero trepando eternamente por una fachada, condenado a no llegar nunca a la ventana. Tradición, dicen. Espíritu navideño, dicen. Yo diría más bien que son escenas dignas de una unidad de intervención psicológica.
Circular en coche por la ciudad tampoco ayuda a mantener la calma. Entre luces municipales que se confunden con semáforos y destellos privados que rebotan por todas partes, conducir por Logroño se ha convertido en un ejercicio de intuición en el que no sabes si lo que ves es una señal de tráfico, un reno con problemas de orientación o la nariz de Rudolf lanzándote un SOS luminoso. Todo brilla, todo parpadea, todo compite por tu atención, menos lo esencial: el sentido común.
Y mientras tanto, el equipo de gobierno del alcalde Conrado Escobar mira satisfecho su obra, como si el simple hecho de haber puesto “luces” -aunque tarde, mal y algunas rotas- bastara para justificar la autocomplacencia y el gasto de más de 600.000 euros de todos los ciudadanos. No importa la planificación, ni el resultado, ni el ridículo. Parece que, para el alcalde y su equipo, la Navidad no va de hacer las cosas bien, sino de poder decir que han hecho algo, aunque sea a medias. Aunque sea con retraso. Aunque sea dejando la ciudad a medio decorar cuando ya casi estamos contando los polvorones que quedan. Todo se desmorona tras la forzada y permanente sonrisa del alcalde entre anuncios grandilocuentes y promesas huecas que no llegan a materializarse.
Y al final uno acaba entendiendo que lo de las luces no es un accidente, ni un despiste puntual, sino la guinda del pastel de la chapuza institucional que representa la gestión municipal de Conrado Escobar y su equipo. A mitad de legislatura, las muestras de incapacidad ya no son anécdotas, son un patrón. Recursos europeos perdidos por pura desidia, carriles bici eliminados como si la modernidad molestara, obras comprometidas y con financiación asegurada que no se ejecutan y cuyo dinero hay que devolver, proyectos empresariales transformadores que se esfuman en el aire y ni siquiera la habilidad mínima para retener inversiones que ya estaban previstas por el anterior gobierno socialista en los polígonos industriales de la ciudad… Si ni siquiera han sido capaces de organizar con solvencia unas Fiestas de San Mateo, ¿qué podemos esperar de un equipo que demuestra tener tan pocas luces -en sentido literal y figurado- y unas capacidades tan escasas para gobernar una ciudad que merece bastante más?
Al fin y al cabo, la Navidad de Logroño solo refleja lo que llevan haciendo durante toda la legislatura: parpadear sin rumbo, prometer sin cumplir y hacernos pagar por su incompetencia.
Así que ¡felicidades, Logroño! Este año no tendremos una Navidad brillante, sino una Navidad titilante. Una Navidad que parpadea y que demuestra que el Ayuntamiento es capaz de hacer oscuro, tarde y mal incluso algo tan simple como poner unas luces. Porque, visto lo visto, ni siquiera eso les queda grande: les queda imposible.