CARNAVAL

El Entierro de la Sardina, la madrileña tradición recuperada por anticuarios de El Rastro que mantiene la Alegre Cofradía

Como cada Miércoles de Ceniza, el Entierro de la Sardina dará por concluida la celebración del Carnaval. Este cerrojazo festivo, que ha prosperado en muchos lugares de la geografía española, tuvo origen capitalino, concretamente en 1768, en el Madrid de Carlos III, y una nueva vida a partir de 1962 gracias a Serafín Villén y otros cuatro amigos, anticuarios y guitarreros de El Rastro, que rescataron este acto del ostracismo al que lo había enviado el franquismo cuando todavía estaba prohibida en España la fiesta de don Carnal.

Actualmente, la Alegre Cofradía del Entierro de la Sardina, una laica hermandad con sede en el edificio del mismo número en el que estuvo la antigua almoneda de Villén (calle Rodrigo de Guevara, 4), se encarga de la organización anual de la ceremonia, lo cual explica por qué la jornada arranca en la popular plaza de Cascorro para finalizar por la tarde junto a la Fuente de los Pajaritos de la Casa de Campo -no sin antes haber hecho distintas paradas en el centro de la ciudad, entre las que destaca la oficial en la plaza de la Villa-, con el acto en sí del entierro, que parte a las 18 horas desde el número 5 del Paseo de la Florida, frente a la ermita de San Antonio.

Siendo la Alegre Cofradía del Entierro de la Sardina una hermandad a la que sólo pueden pertenecer hombres, desde los años 80 en este acto también participan mujeres agrupadas en la Alegre Cofradía del Boquerón.

En la actualidad son 90 los cofrades que la componen, estando abierta a nuevas incorporaciones, para lo que los candidatos tan sólo necesitarán llegar apadrinados por tres miembros actuales de la cofradía, algo fácil de conseguir, según Jesús Hidalgo, actual presidente e hijo de uno de los cinco originales fundadores de la cofradía.

Como curiosidad, cabe añadir que todos los alcaldes y alcaldesas de Madrid son nombrados cofrades honoríficos por el hecho de ser los primeros ediles de la ciudad.

“El Príncipe de El Rastro”

Como ya hemos apuntado, fue a Serafín Villén, bautizado por González Ruano y Ramón Gómez de la Serna -habitual de los encuentros que se organizaban en el encierre que tuvo en la calle de Santa Ana- con el sobrenombre de “Príncipe de El Rastro”, a quien se le puso entre ceja y ceja rescatar esta tradición y así lo hizo.

Cuando le dio por recuperar la mascarada llevaba ya este hombre a sus espaldas una amplia trayectoria como miembro, animador e instigador de periódicas y variopintas reuniones de amigos y tertulias, en las que el comer y el beber eran santo y seña, algo que sabemos gracias a un artículo que sobre él publicó José Luis Pécker en 1973, en la extinta revista municipal Villa de Madrid: miembro de la “Sociedad de los Lupandas”, formada por panaderos; de la peña de Casa Paco (calle del Humilladero), donde jugaban a cartas semanalmente; de la peña “Los Marcianos”, que se juntaba en la Taberna de Antonio Sánchez (calle Mesón de Paredes); director del grupo “Exploradores”, que organizaba anualmente safaris fotográficos en la Casa de Campo y una suelta de caracoles; y alma máter de las reuniones que en su propia casa juntaba a escultores, pintores, escritores y periodistas, médicos, matadores de toros...

Ese mismo artículo también nos sirve para confeccionar una breve semblanza del personaje: nacido casi con el siglo XX en Torrelacárcel, Teruel, Serafín Villén llegó de niño a Madrid para trabajar muchos años repartiendo pan hasta que quedó atrapado por las pinturas que hallaba en El Rastro y revendía delante del Museo del Prado y, poco después, por todo tipo de antigüedades que encontraba recorriendo los pueblos de España y que acabó ofreciendo primero en la calle de Santa Ana y finalmente en la de la Chopa, actual calle Rodrigo de Guevara.

En tiempos de prohibición

Serafín Villén fue el primer presidente de la Alegre Cofradía del Entierro de la Sardina, que no pudo ser inscrita como asociación hasta años después de su fundación, una vez que la celebración del Carnaval, prohibida en España entre 1937 y 1977, volvió a ser tolerada por las autoridades.

Cuenta Jesús Hidalgo que estaban Villén y otros cuatro amigos de El Rastro tomando algo en Casa Mingo (Paseo de la Florida, 34) cuando vieron pasar por la calle a una persona que llevaba ensartada una sardina en un palo y que fue entonces cuando decidieron recuperar el Entierro: “En sus primeras reuniones para recuperar la tradición se veían rodeados por la policía armada, que les pedía la documentación, pero uno de esos años los descubrió el general Guerra, quien tras interesarse por lo que hacían pidió unirse a la cofradía. A partir de entonces la policía consideró que habiendo un militar de alto rango del ejército español entre los celebrantes no podían estar tramando nada malo”.

Con capa y chistera

La capa española con la que siempre vestía Villén es también el atuendo oficial de los miembros de la Alegre Cofradía: capistas con traje oscuro, chistera y lazo madrileño alrededor del cuello. No es que adoptaran esta indumentaria por influencia de Serafín Villén sino que “era la vestimenta de los enterradores y no hemos de olvidar que lo que celebramos es un sepelio”, recuerda el actual presidente de la cofradía.

Con ese atuendo no es de extrañar que cada año la comitiva epate a cuanto ciudadano de a pie y visitante se cruce en tan señalada fecha, algo a lo que ayudan los cánticos, estandartes, cadenas y el ataúd artístico-sardinero propios de este singular cortejo fúnebre.

El rastro del actual Entierro de la Sardina se encuentra, como tantas otras cosas del ayer, en el Rastro de Madrid, donde tiene además museo propio que se muestra bajo demanda y en el que, entre otras cosas, se exhibe la colección de ataúdes en los que cada año se transporta a la sardina de turno hacia su sepelio.

Exposición

Actualmente, y hasta el 30 de marzo, una muestra en la sala de exposiciones Quinta del Sordo, en el número 17 de la calle del Rosario, hace un recorrido por la historia de la cofradía y por el de la tradición del Entierro de la Sardina.

Titulada Sardina: De Goya al Arte urbano, la muestra puede visitarse gratis, de lunes a viernes, entre las 10:00 y las 19:30 horas.

Esta exposición nos acerca a la tradición del Entierro de la Sardina de Madrid a través de una mirada contemporánea en la que el arte urbano y la etnografía se entrelazan. Pyramid, artista urbano, integrante de Puppetmindz y actual cofrade, ha trabajado conjuntamente con la Alegre Cofradía del Entierro de la Sardina y con otros artistas que intervendrán en la exhibición. 

En la muestra se pueden ver por primera vez muchas fotografías y elementos históricos que la Alegre Cofradía del Entierro de la Sardina ha ido recopilando desde 1967, con el deseo de conmemorar esta tradición madrileña y otorgarle una revisión contemporánea. 

A la vez, se podrá disfrutar del trabajo de más de 20 artistas urbanos y contemporáneos con murales, obras, acciones y el proyecto Sardina Paste Up, un proyecto específico en el que se ha invitado a artistas urbanos de primer nivel a que reinterpreten la sardina de carnaval.

El origen del Entierro

Sobre el verdadero origen de la celebración de El Entierro de la Sardina, celebración que arraigaría posteriormente en distintos lugares de España, lo que se da por cierto es que se inició en Madrid. Goya, en un cuadro del mismo nombre, ya dio cuenta de su popularidad, si bien se cree que se celebra desde el año 1768.

Lo que la originó, sin embargo, no está tan claro. Dos son los porqués que más han prosperado y que se suelen dar por buenos. El primero cuenta que Carlos III, en previsión de que en la Villa y Corte escaseara el pescado en puertas de la Cuaresma, ordenó traer del Cantábrico un cargamento de sardinas, el cual tardó tanto en hacer el camino hacia la capital que llegó en mal estado, oliendo a podrido, por lo que su único destino posible fue enterrarlo en la ribera del Manzanares.

La otra explicación habla de que lo que se enterró en la misma época y en el mismo lugar no fue una partida de sardinas sino una de cerdos contaminados con la peste. Cuentan desde la Alegre Cofradía que, por aquel entonces, asalariados de distintos oficios tenían un almuerzo de 10 minutos consistente en un trozo de pan con tocino o panceta, una tira de cerdo a la que popularmente se le llamaba Sardina, que fue el 'pez' que se enterró.