José Rizal en Madrid: cuando el héroe filipino fusilado vivía en la capital de la metrópoli

A propósito de la reciente colocación de una estatua en honor a Los últimos de Filipinas en Chamberí, hemos querido recordar hoy el paso de José Rizal, héroe de la independencia filipina, por nuestra ciudad, donde vivió una etapa de su vida en la que estudió, escribió parte de su obra y participó de la vida cultural y el activismo de la comunidad filipina en la capital.

José Rizal nació en Calamba, provincia de Laguna (Filipinas), en 1861. Tras estudiar con los jesuitas en Manila y empezar sus estudios universitarios en Filipinas, marchó a la península. Llegó a Barcelona en 1882 y se trasladó a Madrid para estudiar simultáneamente Medicina y Filosofía y Letras.

Miguel de Unamuno le recordaba como compañero en la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central (calle San Bernardo) y hablaba así de Rizal en 1907:

La primera pensión donde se alojó en Madrid estaba en la calle Amor de Dios número 13, relativamente cerca del Hospital de San Carlos, que era en la época facultad de medicina. Vivió también en otros sitios cercanos junto a estudiantes filipinos.

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En 1884 se trasladó al número 15 de la calle Pizarro, cerca esta vez de la facultad de Filosofía y Letras, tras pasar por la calle de San Miguel (hoy desaparecida por la construcción de la Gran Vía) y la de Barquillo. En esta casa, donde vivió con sus compañeros Ceferino de León y Julio Llorente, empezó la escritura de su novela Noli Me Tangere.

En 1885 siguió formándose en París y Alemania, donde se dedicó a la oftalmología y publicó su primera novela, que había empezado a escribir en Madrid. En estos tiempos viajó por diferentes partes de Europa antes de regresar a Filipinas en 1887 donde, tras solo siete meses, emprendió de nuevo su periplo internacional, recalando en Londres en 1888.

El 9 de diciembre de 1889 se reunió en Madrid por primera vez la logia masónica de filipinos La Solidaridad. La reunión fue en el domicilio de Marcelo H. del Pilar, en la calle Atocha. Entre la quincena de personas que compondrían aquella logia pronto estaría José Rizal con el cargo de Arquitecto.

En paralelo a la logia funcionó una publicación quincenal también llamada Solidaridad, cuya administración estaba en su primera época en el número 7 de la calle Monteleón (después en la calle Atocha). Doce páginas a 15 céntimos que pretendían conseguir reformas administrativas para Filipinas, pero que pronto fue señalada como nacionalista. En sus páginas, por su puesto, colaboró Rizal. Él había empezado a escribir para la publicación desde París y en agosto de 1890 regresa a Madrid (aunque en 1891 le volvemos a encontrar en París y Gante).

Este entorno de Rizal en Madrid no era, en este momento, independentista. La realidad era que los ocho millones de filipinos de la época no tenían representación directa en el parlamento español: dependían del Ministro de Ultramar y un Gobernador. Aquellos jóvenes burgueses y masones querían que Filipinas fuera una provincia más. Sin embargo, hacia 1896 la revista Solidaridad ha desaparecido porque la mayoría de sus miembros ha vuelto a Filipinas y abrazado la causa de la independencia, cansados de no encontrar respuesta a sus demandas.

Rizal regresa a Filipinas en 1892 para impulsar La Liga Filipina, organización que pretendía ayudar a sus compatriotas a emprender proyectos comerciales pero que, además, era una organización política de corte progresista que propugnaba la unión del archipiélago en una sociedad igualitaria. Sería la semilla de dos grupos: uno reformista –en la línea del propio Rizal– llamada Cuerpo de Compromisarios, y otro revolucionario, impulsado por Andrés Bonifacio y conocido como Katipunan, que se levantará en armas en agosto del 96.

Rizal fue detenido solo cuatro días después de la fundación de La Liga Filipina por orden del Gobernador, acusado de haber publicado libros contra la religión y España, y desterrado a Dapitán (al sur de Filipinas). En su destierro, además de continuar su actividad política a través de la correspondencia, Rizal fundó un hospital, una escuela, continuó perfeccionando la gramática tagala (en la que ya había comenzado a trabajar antes) y cultivó el estudio de los insectos, llegando a descubrir especies que llevan su nombre.

Posteriormente, se le concedió permiso para ir como médico con el ejército español a la guerra de Cuba. Cuando estaba esperando en Manila embarcar hacia Barcelona para dirigirse al continente americano estalló la revolución, a pesar de lo cual embarcó. Sin embargo, José Rizal fue detenido y devuelto a Filipinas, donde fue responsabilizado de la revolución, encarcelado y condenado a muerte.

Fue ejecutado el 30 de diciembre de 1896 en el lugar donde hoy está el Parque Rizal. Allí hay un monumento que es padre del que el gobierno de Filipinas regaló a España y se colocó en el Parque Santander, en el mismo distrito donde ahora se ha erigido el monumento que recuerda el Sitio de Baler. La propuesta original para honrar a Los últimos de Filipinas, que partió de la Fundación Museo del Ejército y recogió el PP, pretendía situar la figura en bronce del Teniente Martín Cerezo, pistola en mano, junto al monumento a Rizal, cosa que –menos mal– no se ha llevado a cabo. No sabemos si el plan de reconciliación entre bandos de los impulsores de la iniciativa, que se antoja una trasposición de la misma idea aplicada a nuestra Guerra Civil, incluía colocarlo a espaldas del memorial a Rizal. Esperemos que no: entonces se le fusiló de espaldas por considerársele traidor.