Como padres o cuidadores es posible que muchas personas se sientan abrumadas por la creciente cantidad de información sobre las últimas tendencias en nutrición y bienestar para los hijos. Y esto incluye los probióticos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) los define como microorganismos vivos que, cuando se administran en cantidades adecuadas, confieren unos beneficios para la salud.
Estos microorganismos viven en simbiosis con el huésped humano y juegan un papel importante en el mantenimiento de un equilibrio saludable en nuestro intestino. Se encuentran en ciertos alimentos fermentados como el yogur o el kéfir, o en forma de suplementos dietéticos.
Son los “buenos” de la película, a los que se les atribuyen beneficios porque permiten a nuestro cuerpo llevar a cabo distintas funciones, como la digestión, por lo que no es de extrañar que los padres tengan cada vez más preguntas sobre su administración a niños. Pero, ¿son seguros? ¿Realmente marcan la diferencia? ¿En qué casos sí pueden ser beneficiosos?
Mapi Herrero, dietista-nutricionista pediátrica, especializada en crecimiento y desarrollo, nos ayuda a explorar el papel de los probióticos en la salud infantil, en qué afecciones pueden ofrecer beneficios potenciales, qué debemos tener en cuenta y en qué casos no están recomendados.
Probióticos y niños, no todos son útiles y eficaces
“Hoy en día existe un amplio mercado de probióticos pensados para la población infantil con distintas presentaciones como gotas, sobres, polvos, cápsulas, incluso en formato gominola”, explica Herrero. Pero esto no significa, sin embargo, que “todos sean necesarios, útiles o eficaces”.
Como aclara Herrero, no todos los probióticos comerciales son iguales. “Los beneficios que muestran los estudios científicos se observan solo en cepas y dosis muy concretas, y muchas veces los productos del mercado no reproducen exactamente esas fórmulas”, advierte la especialista.
Por tanto, no es suficiente con el hecho de que un envase nos diga “contiene probióticos” para que tenga los mismos efectos que los que se han probado en ensayos clínicos. Pese a cierta evidencia que respalda el uso de probióticos en niños, estos beneficios dependen, como explica Herrero, de factores como la cepa —una cepa que ayuda con una afección puede ser inútil contra otra—, la dosis y la calidad del producto. Para Herrero, “antes de recomendar o consumir un probiótico infantil es importante que estos tres aspectos estén respaldados por evidencia científica y cuenten con un control adecuado de fabricación”.
Entonces, ¿qué debemos tener en cuenta para dar probióticos a los niños? “Lo primero y más importante es que se base en la evidencia científica, no en la publicidad ni en la moda porque no todos sirven para lo mismo, por lo que es fundamental elegir el producto adecuado para cada situación, evitando formulaciones genéricas que ‘valen para todo”, afirma Herrero.
La Asociación Americana de Pediatría, frente al creciente interés por añadir probióticos a los productos nutricionales para optimizar la microflora intestinal, también sostiene que el uso de estos suplementos debería estar avalado y apoyado por la medicina basada en la evidencia.
Al administrar probióticos a los niños, por tanto, es clave “seguir las dosis y la duración que han demostrado ser eficaces en los estudios”, sostiene Herrero, que además recomienda fijarnos en que el producto indique en la etiqueta la cepa específica —por ejemplo Lactobacillus rhamnosus GG, y no solo Lactobacillus— así como la cantidad de microorganismos viables por dosis, que se mide en Unidades Formadoras de Colonias (UFC).
Probióticos y niños: en qué casos están recomendados
Ya hemos visto que la administración de probióticos en niños no siempre está justificada. Como explica Herrero, pueden ser útiles en situaciones específicas de la infancia, aunque debemos tener en cuenta que “no son una solución para todo”. Sí se ha demostrado que pueden ser útiles en determinadas circunstancias, que Herrero enumera en las siguientes:
- Durante o después de un tratamiento con antibióticos: ciertos probióticos han demostrado que pueden ayudar a prevenir o reducir la diarrea asociada, “aunque no todos funcionan igual; el beneficio dependerá de la cepa y la dosis usada”, advierte Herrero.
- En casos de diarrea aguda infecciosa: algunos probióticos pueden acortar ligeramente la duración de los síntomas y el número y volumen de las deposiciones.
- En bebés prematuros ingresados: el uso de probióticos concretos puede ayudar a disminuir “el riesgo de Enterocolitis Necrotizante, una complicación grave en esta etapa”, afirma la especialista.
- Para el alivio de los cólicos del lactante: en estos casos, la efectividad depende según el tipo de alimentación que reciben, si es leche materna o fórmula para lactantes.
¿A partir de qué edad pueden tomar probióticos? Según Herrero, no hay una edad concreta a partir de la cual se puedan tomar. “En teoría, los probióticos se pueden usar desde el nacimiento, siempre que se elijan las cepas adecuadas y haya un motivo clínico claro, lo que no significa que deban darse de forma rutinaria o sin supervisión”.
No todos los niños necesitan tomar probióticos
Si bien los probióticos se consideran seguros para su uso en pediatría, siempre que se haga teniendo en cuenta todos los condicionantes que hemos enumerado anteriormente, en determinados casos pueden no estar libres de riesgo y su utilización requiere una especial mesura. Como explica Herrero, “no se recomienda en niños con las defensas muy bajas, ni en los que tienen catéteres vasculares centrales o ciertas cardiopatías que aumentan el riesgo de infecciones”.
Tampoco están indicados, excepto si existe una valoración médica, en el caso de “bebés extremadamente prematuros o muy frágiles porque su sistema inmune y digestivo aún están en desarrollo”, advierte Herrero.
Otra precaución que no debemos pasar por alto cuando se trata de administrar probióticos a los niños es la de asegurarnos de elegir productos de calidad garantizada. “El uso de probióticos de baja calidad, o con escaso control sanitario, pueden suponer un riesgo añadido, ya que se han descrito casos de contaminación o infecciones asociadas a cepas mal controladas”, indica Herrero.
La experta concluye que, antes de administrar un probiótico a un niño, es fundamental consultar con el pediatra o especialista, especialmente si se trata de bebés prematuros o niños con alguna enfermedad de base.