“Confía en mí aunque no pare de equivocarme. No me compares con nadie porque me hace sentir pequeño. No dejes de abrazarme aunque parezca que me moleste que lo hagas”. Así comienza el prólogo de Cuando la adolescencia duele (Destino, 2025), escrito por el hijo de la autora, Sonia López Iglesias, psicopedagoga y especialista en acompañar a jóvenes y familias. Un texto breve pero exhaustivo que da voz a quienes rara vez la tienen en los manuales de crianza: los adolescentes.
López eligió que fuera su hijo quien abriera el libro porque, según explica, “siempre he pensado que quién mejor que un adolescente para explicar lo que siente o necesita un joven en esta etapa de la vida”. Y añade: “A las familias nos cuesta mucho escuchar a nuestros hijos porque a menudo piensan o necesitan cosas diferentes a las que nos gustaría, y sobre todo porque toman decisiones contrarias a lo que nosotros queremos. Eso nos da miedo, porque conlleva darles la libertad y autonomía que necesitan a partir de ese momento de su vida”.
Esa tensión constante entre lo que los adolescentes reclaman y lo que los padres temen constituye una de las columnas vertebrales del libro y de la conversación que mantuvimos con la autora.
A las familias nos cuesta mucho escuchar a nuestros hijos porque a menudo piensan o necesitan cosas diferentes a las que nos gustaría
Un duelo compartido
López Iglesias sostiene que la adolescencia “es un momento de duelo tanto para el adolescente como para las familias. Para los primeros, porque supone el inicio de una vorágine de cambios físicos, psicológicos, cognitivos, sociales y emocionales que les crean inestabilidad e inseguridad. Y para los padres, porque tienen que aceptar que su hijo empieza a emprender su propio vuelo, y en ese proceso se va a equivocar a menudo. Eso cuesta mucho de aceptar”.
En el libro, la autora lo resume con una metáfora muy ilustrativa: educar no debería parecerse a dirigir el tráfico de una gran ciudad, en el que priman las reglas, las prohibiciones, los gritos y las multas, sino que debería asemejarse a cuidar un huerto, donde se respeta el ritmo de crecimiento, se abona y se acompaña con paciencia.
Padres presentes, no perfectos
Uno de los mensajes más reiterados por la autora a lo largo de su texto es que los hijos no necesitan héroes, sino una presencia real por parte de los padres. “Debemos acompañar al adolescente estando muy presentes y disponibles en su vida, mostrando interés por todo lo que le pasa, le ilusiona o necesita, y ofreciéndole sobre todo nuestro apoyo, sin pasarnos el día de mal humor o juzgando todas sus decisiones”, explica.
Según sus palabras, no se trata de construir un modelo imposible de madre o padre ejemplar, sino de cultivar la conexión diaria: “El adolescente necesita sentir que le queremos tal y como es, de forma incondicional, que aceptamos tanto sus virtudes como sus defectos. A menudo establecemos expectativas poco acertadas y les hacemos sentir que nunca dan la talla. Eso es lo más difícil de gestionar para las familias”.
El adolescente necesita sentir que le queremos tal y como es, de forma incondicional, que aceptamos tanto sus virtudes como sus defectos
Las redes sociales y su cordón umbilical
Otra de las cuestiones importantes en el tema que nos ocupa, inevitable si hablamos de la adolescencia actual (y prácticamente de todos los segmentos de la sociedad), son las pantallas y el uso que se hace de ellas. López Iglesias lo aborda sin rodeos, si queremos que nuestros hijos no estén enganchados todo el día a las redes sociales, deberíamos ser los primeros en dar ejemplo. “Si el adulto se pasa el día con el teléfono en la mano, el adolescente hará lo mismo”, afirma. “Deberíamos ser un buen ejemplo en el uso de dispositivos y redes sociales”.
Pero quizá todavía más importante es que los padres ayuden a sus hijos “a identificar por qué consumen un determinado contenido o usan las redes de una forma concreta. No es lo mismo hacerlo para relacionarse con sus iguales, como un canal de comunicación, que usarlas para buscar constantemente validación externa a través de ‘me gustas”. En el segundo caso, las redes se convierten en algo más peligroso que pondrá a prueba su autoestima.
Si el adulto se pasa el día con el teléfono en la mano, el adolescente hará lo mismo
Con este tema, López se pone seria, y en su libro lo expresa de forma clara: “El impacto de las redes sociales en la salud mental de un adolescente puede ser devastador si el chico o la chica sustituye la identidad propia por la que le otorga la mirada ajena”.
El cuerpo y la mente bajo presión
La adolescencia no solo transforma la manera en que los hijos se relacionan con sus padres, también sacude su salud física y mental. El cuerpo crece a un ritmo vertiginoso, las hormonas desatan cambios inesperados y la presión académica y social se intensifica. “Para el adolescente es un momento de vorágine de cambios físicos, psicológicos, cognitivos, sociales y emocionales que le crean mucha inestabilidad e inseguridad”, explica Sonia López Iglesias. Esa sensación de desajuste se refleja tanto en el espejo como en el estado de ánimo, y puede llevarles a perder confianza en sí mismos.
En Cuando la adolescencia duele, la autora recuerda que el sedentarismo, la falta de sueño y el estrés actúan como la gasolina sobre esa vulnerabilidad. “Adquirir buenos hábitos saludables en la adolescencia es esencial para un desarrollo equilibrado del adolescente. La mejor forma de conseguirlo es a través de nuestro propio ejemplo”, señala. El mensaje es claro: si los adultos cuidan su alimentación, respetan sus horas de descanso y practican ejercicio, es más probable que sus hijos hagan lo mismo.
Necesitamos ser muy conscientes de que la salud mental no es únicamente una cuestión sanitaria, sino que apela a toda la sociedad: a las familias, a los docentes, a las administraciones
Pero el bienestar no depende solo del cuerpo. La salud mental requiere la misma atención cuando, según estudios citados en el libro, uno de cada siete adolescentes sufre algún tipo de problema de este tipo. López Iglesias insiste además en que no se puede delegar únicamente en los profesionales sanitarios. “Necesitamos ser muy conscientes de que la salud mental no es únicamente una cuestión sanitaria, sino que apela a toda la sociedad: a las familias, a los docentes, a las administraciones”. Por eso propone reforzar los vínculos cotidianos, abrir espacios de conversación en casa y detectar a tiempo las señales de alarma, desde el aislamiento hasta los cambios bruscos de humor.
El papel de madres y padres es decisivo: ofrecer cercanía sin invadir, transmitir confianza sin sobreproteger y recordar que la mente también necesita descanso. “Si yo como adulto no estoy bien, los de mi alrededor tampoco lo estarán. Cuidarse es esencial primero para uno mismo, para cuidar nuestra propia autoestima y conseguir un equilibrio físico, mental y emocional. Si siento ese equilibrio, será mucho más fácil acompañar la adolescencia desde la calma y la empatía”, resume la autora.
Una oportunidad, no una condena
Pese a la visión negativa que suele acompañar a la adolescencia, la autora insiste en darle la vuelta al relato: “La adolescencia no es una etapa a la que haya que sobrevivir. Es un tiempo para transitar con empatía, comprensión y apertura”, asegura.
Por eso, más que hablar de la adolescencia como “un problema”, López Iglesias la plantea como una oportunidad: la de ensayar una relación más madura, basada en la confianza y en la conexión, donde padres e hijos aprenden a crecer juntos.
“La adolescencia es una etapa maravillosa para acompañar”, señala convencida. “Puede ser incluso la última oportunidad de crear un buen vínculo con nuestros hijos que dure toda la vida, antes de que vuelen del nido. Es la etapa en la que nuestro adolescente necesita más que nunca nuestra presencia, nuestra mejor versión. Que le acompañemos con grandes dosis de amor, comprensión, apoyo y empatía. Tu hijo nunca va a tener una madre o un padre mejor que tú, aunque muchos días dudes de si lo estás haciendo bien”, concluye.