Acosadores y acosadas

5 de diciembre de 2025 22:04 h

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Ante el acoso, hay que partir de la evidencia de que en todas las organizaciones pasa: hay violencia contra las mujeres en las empresas, universidades, institutos, colegios, centros de trabajo, federaciones deportivas, en las iglesias y en todos los partidos políticos. 

Porque venimos de y vivimos aún en una sociedad machista donde el poder se demuestra con las mujeres, a costa de las mujeres y, demasiado a menudo, con violencia sobre las mujeres.

Desconfíen de las organizaciones donde no haya oficialmente casos, porque son aquellas en las que aún impera el silenciamiento. El tradicional pacto entre caballeros en sus dos versiones: la básica, que cierra filas con el agresor, abona el silencio de las víctimas, y con ello se hace cómplice y encubridor de la violencia machista. Y la versión más depurada, que reacciona contra ellas, a menudo utilizando a la justicia como campo propio para querellas o demandas que no solo acallan a la que se atrevió a hablar, sino que es disuasoria para las demás. Que ha permitido la perversión de convertir a acosadores y acosadas en acusadores y acusadas.

La pregunta no es si tienes casos de acoso: es cómo reaccionas y cuándo. La respuesta correcta es protegiendo a las víctimas y de forma inmediata.

La violencia contra las mujeres, incluida la sexual, no es una cuestión privada, ni íntima, ni pasional, como esgrimen los negacionistas. Es siempre una cuestión de poder. Todas las violencias machistas son producto de la subordinación y la discriminación, desde la más normalizada y leve -esa agresión verbal y gestual que “te pone en tu lugar”-, a la más sangrante.  

Pues bien, si comprendes que es una situación de poder, y has de actuar, demuestra con quién estás. Con ellas o con él. Eso es lo esencial. Apoya a las víctimas, escucha sin juzgar, proporciona un espacio seguro donde pueda aflorar la verdad. La verdad es el primer escalón para la justicia, reparación y garantía de no repetición, como en toda violación de derechos humanos. Para que eso sea posible y el espacio sea seguro, el poder no puede estar con el agresor, y el agresor no puede seguir ostentando poder. Por eso los protocolos eficaces prevén como primera medida apartar al presunto agresor. No como castigo anticipado y carente de garantías, sino como una medida provisional imprescindible para conocer la verdad, una condición de posibilidad de una investigación interna eficaz y funcional a la verdad. Además de prevenir y evitar más casos. Y, en caso de que sea un hecho delictivo, también será lo que permita denunciar. 

En eso consisten los famosos protocolos, que en materia de violencia sexual son obligatorios desde la Ley Orgánica 10/2022, conocida como la ley “solo sí es sí”. La protección integral es esencial para tomar la decisión de denunciar con garantías y con muchas más posibilidades de prosperar, frente al sistema de la impunidad que aislaba a las agredidas.

En un estado de Derecho, la Justicia tiene la exclusiva de juzgar y penar al agresor (más allá de medidas disciplinarias si es trabajador o funcionario público), si en un proceso con todas las garantías procesales y penales se consigue desvirtuar su presunción de inocencia. Incluso desde la ley “solo sí es sí” pueden ser penadas por acoso las personas jurídicas; como responsables penales, no solo civiles. Pero la justicia no tiene la exclusiva de proteger a las víctimas, ni de reconocerles oficialmente tal condición. Afortunadamente, porque, por definición, el sistema penal siempre llega tarde, cuando el hecho dañoso ya se ha cometido. 

Es la administración civil, mediante sus recursos especializados, la que tiene en sus manos tejer una red de prevención, atención, protección integral y reparación que salva vidas. De las supervivientes de violencias que pueden denunciar, y las que no. 

Tampoco tiene la justicia penal la exclusiva de la verdad: existe una verdad judicial plasmada en sentencias condenatorias, condicionada por todo un sistema de límites materiales y procesales. Es obvio que agresor lo es aunque posteriormente se suicide y jamás sea juzgado, y que una pediatra puede certificar que una niña es víctima de violación. Hay más verdad sobre las violencias machistas en los testimonios que se forjan en las redes seguras que tejen las mujeres que en las sentencias; los datos oficiales rigurosos nos lo recuerdan periódicamente, en tiempos donde parece necesario demostrar lo evidente.

Las organizaciones, empresas, la sociedad en su conjunto, tienen en sus manos muchas vidas que salvar. Y como todo gran poder, su reverso es una gran responsabilidad. 

Esta sociedad ya no soporta más reacciones como la que desplegó la RFEF ante una agresión sexual que vimos millones de personas en directo. Frente al tradicional sistema de poder que arropó y aplaudió al agresor, las campeonas del mundo dijeron: se acabó. Y ese mensaje llegó a más hombres, mujeres y sobre todo a más niñas que todos los anteriores. No las defraudemos. 

Cuando flojeen porque el agresor es un padre, un hijo, un compañero, recuerden que se lo debemos a nuestras abuelas, madres e hijas, y al feminismo contra el que se dirigen, de forma prioritaria, todos los movimientos reaccionarios. Ni un paso atrás. Se acabó.