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La derecha se reorganiza: el voto útil es Vox

23 de diciembre de 2025 21:53 h

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La política española vuelve a encontrar en el territorio autonómico el espacio donde se anticipan los cambios de fondo. Las elecciones celebradas en Extremadura no son solo una cita regional más, sino un termómetro avanzado de la derechización del clima político y del agotamiento de algunos marcos discursivos que habían sido eficaces hasta hace poco. Entre ellos, el recurso al miedo a Vox como elemento central de movilización del electorado progresista y, en parte, también del votante moderado del Partido Popular.

Los datos del último estudio preelectoral del Centro de Investigaciones Sociológicas permiten sostener este diagnóstico con bastante claridad. La media de autoposicionamiento ideológico de los extremeños en la escala 0-10 se sitúa ya en 5,37, casi dos décimas por encima del centro y, lo que es más relevante, casi dos puntos más que en el estudio preelectoral de 2023, donde se registraba en torno al 5,07. Este desplazamiento no es neutro ni homogéneo: la subida se concentra de forma muy clara en el electorado de derechas y, especialmente, en los votantes del PP y de Vox.

Entre quienes declaran votar al PP, la media ideológica pasa del 7,49 al 7,55, mientras que entre los votantes de Vox asciende del 7,55 al 7,62. No son variaciones espectaculares en términos absolutos, pero sí muy significativas cuando se observan como tendencia: indican una consolidación y radicalización suave pero constante de las posiciones ideológicas en el espacio de la derecha. No se trata solo de que Vox crezca electoralmente, sino de que el conjunto del bloque conservador se desplaza hacia coordenadas más duras.

Los resultados de ayer confirman esta lectura. Vox obtuvo en torno al 17% de los votos y 11 escaños, prácticamente duplicando su representación respecto a 2023 y convirtiéndose, de nuevo, en actor imprescindible para la formación de gobierno. El PP ganó las elecciones, pero quedó lejos de la mayoría absoluta y depende de Vox para gobernar. El PSOE, en cambio, sufrió una caída notable, incapaz de frenar una dinámica que las encuestas ya venían anunciando. El voto a Vox no solo no se castigó tras su salida de los gobiernos autonómicos en julio de 2024, sino que se vio reforzado.

Este punto es clave para entender el agotamiento del discurso del miedo. Estas son las primeras elecciones autonómicas celebradas después de la ruptura de Vox con los ejecutivos regionales, una decisión que fue presentada por la izquierda como la prueba definitiva de la inestabilidad y el radicalismo del partido. Sin embargo, lejos de provocar rechazo, esa estrategia parece haber reforzado su perfil ante una parte del electorado conservador, que percibe a Vox como una fuerza coherente, capaz de imponer condiciones y marcar límites a sus socios.

A ello se suma un segundo fenómeno decisivo: la normalización de Vox como opción política legítima y deseable dentro del espacio de la derecha. Los datos del CIS son muy elocuentes en este sentido. En 2023, solo el 15% de los votantes del PP señalaban a Vox como su segunda opción preferida. En 2025, esa cifra se duplica hasta el 32%. Es decir, uno de cada tres votantes populares ve ya a Vox como la alternativa natural a su propio partido. En el caso inverso, entre los votantes de Vox también crece la aceptación del PP como segunda opción, aunque de forma más moderada: se pasa del 25% al 31%. La asimetría es clara: la normalización de Vox avanza más rápido entre los votantes del PP que la del PP entre los de Vox.

Este dato explica por qué el voto útil ha cambiado de significado. Ya no se trata únicamente de concentrar apoyos en el partido mayoritario de la derecha para evitar que gobierne la izquierda, sino de reforzar al conjunto del bloque, incluso cuando eso implica dar más peso a la extrema derecha. En este contexto, el mensaje socialista de alerta frente a Vox pierde capacidad movilizadora. Cuando una parte significativa del electorado conservador no solo no teme a Vox, sino que lo considera un socio legítimo y preferente, el miedo deja de funcionar como incentivo electoral.

Extremadura muestra así una dinámica que trasciende lo regional. El poder territorial vuelve a marcar el ritmo del cambio político en España y lo hace planteando una pregunta de fondo: qué modelo de relación entre PP y Vox se consolidará tras los nuevos pactos autonómicos. Si España se encamina hacia un pragmatismo conservador de corte iliberal, similar al que encarna Meloni en Italia, o si opta por una fórmula más radical, como la que practica Orbán en Hungría. 

Las elecciones extremeñas no ofrecen aún una respuesta definitiva, pero sí una señal inequívoca: la derechización es real, la normalización de Vox avanza y el viejo discurso del miedo ha dejado de ser suficiente para contenerla. La cuestión ya no es si este cambio existe, sino qué coalición de gobierno acabará adoptando y con qué consecuencias para la democracia española.