Soy feminista y exijo la liberación de Julian Assange

María Pazos Morán

Escritora sobre economía feminista de forma independiente —

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Las feministas hemos caído en una trampa de la que es preciso salir. El fundador de WikiLeaks, Julian Assange, se está pudriendo en una cárcel de alta seguridad británica desde abril de 2019, pero su destino puede empeorar sustancialmente. Estos días está celebrándose el juicio para su extradición a EEUU, donde se enfrentaría a 175 años de prisión por “revelación de secretos”. Según los informes médicos, su salud está muy deteriorada y su vida corre peligro si no recibe asistencia ahora, mucho más con el trato que le esperaría en EEUU.

El “delito” de Assange ha sido informarnos de los desmanes del gobierno americano. Esta es, hasta ahora, una práctica periodística protegida por el derecho internacional. Por esa razón, el caso Assange es el de la libertad de prensa. Después de 10 años de manipulación y posterior silencio por parte de los principales medios de comunicación, el relator especial de la ONU para casos de tortura, dictamina: “Julian Assange destapó la tortura, él mismo ha sido torturado y podría ser torturado hasta morir en Estados Unidos”.

En esta entrevista le preguntan al relator de la ONU por qué no asumió antes este caso. Él contesta explicando cómo, en el momento en el que Assange estaba en la cima de la popularidad por haber destapado tantos casos de corrupción, se emprendió una estrategia de desprestigio que consiguió desviar el foco hacia su persona. Y declara: “Yo también perdí mi enfoque, a pesar de mi experiencia profesional, que debería haberme hecho estar más alerta”. A muchas feministas también nos hicieron perder el enfoque, y creo que este es el lado más perverso del caso.

La estrategia de EEUU (documentada por el relator) fue la de “inundar a Assange con todo tipo de casos criminales durante los próximos 25 añoscon todo tipo de casos criminales durante los próximos 25 años”. Y lo único que encontraron, lo único de lo que estuvo “acusado” Assange durante mucho tiempo, fue de violación a dos mujeres; o eso es lo que nos hicieron creer.

En efecto, hoy sabemos que ni las mujeres afectadas ni las autoridades suecas formularon nunca una acusación formal. La policía sueca abrió una investigación el 20 de agosto de 2010 y la cerró unos días después, para luego volver a abrirla y llamar a declarar a Assange (siempre sin haber formulado cargos contra él). Finalmente, ante las preguntas formales del relator de la ONU en 2019, Suecia dio por cerrado el caso sin más explicaciones y sin contestar a las preguntas.

Pero para entonces Assange ya estaba en una prisión de alta seguridad, supuestamente por haber violado la libertad condicional en Reino Unido, un país en el que nadie antes había sido metido en prisión por ese delito. Y entonces, conseguido su desprestigio y el silencio de los medios, es cuando EEUU formuló la demanda de extradición.

En la detallada explicación del relator de la ONU queda claro que la policía sueca no encontró indicios de delito de agresión sexual en las declaraciones de las dos mujeres (S.W. y A.A.) y que ellas ni siquiera le acusaron de tal cosa. Estas dos mujeres se habían presentado en comisaría el 20 de agosto de 2010. S.W. estaba preocupada porque no habían usado condón y quería saber si se podía obligar a Assange a hacerse la prueba del VIH. A.A. fue en principio a acompañar a S.W., aunque también había tenido sexo con él, y ese día no declaró ni presentó ninguna queja.

Según el relator, “cuando se informó a S.W. de que Assange sería arrestado bajo sospecha de violación. S.W. se sorprendió y se negó a continuar con el interrogatorio”. Posteriormente modificaron la declaración de S.W., pero ella nunca firmó esa nueva versión.

Suecia, el Estado que más lejos ha llegado en la persecución de la violencia sexual, gozaba de nuestra confianza. Además, Claes Borgstrom, el antiguo defensor del pueblo para asuntos de igualdad de género, fue nombrado representante de estas mujeres. Por primera vez se estaban discutiendo públicamente asuntos que las feministas reclamamos, como una sexualidad igualitaria en la que ambas partes no solo muestren su consentimiento sino su deseo; un sexo en el que los hombres se sientan igualmente responsables que las mujeres de practicar sexo seguro y de la contracepción.

Muchas caímos en la trampa a pesar de que nuestra experiencia podría habernos hecho sospechar. Ciertamente era muy raro (estadísticamente hablando) que un hombre estuviera refugiado en una embajada sólo por no ir a declarar a Suecia en un asunto así. Había muchas preguntas: ¿Por qué Suecia no le aseguraba que si iba a declarar no sería extraditado a EEUU? ¿Por qué se negaba a interrogarlo en la embajada de Ecuador en Londres, físicamente o por videoconferencia? ¿Por qué en este caso se aplicaban criterios y se tomaban medidas que nunca antes ni después se han visto ni de lejos en ningún delito sexual de características similares, ni siquiera en Suecia?

También podríamos habernos preguntado, si lo hubiéramos sabido, por qué Suecia no formulaba cargos contra Assange, mientras que filtraba a la prensa unas declaraciones manipuladas y nunca firmadas por la víctima. Pero estos y otros detalles se nos ocultaban.

Podríamos haber sospechado que ese interés en defender a las mujeres era instrumental, porque además no era la primera vez, ni será la última. La invasión de Afganistán en 2001 se nos vendió por EEUU para “ayudar a las niñas a ir a la escuela y liberar a las mujeres sometidas al yugo talibán”. Las consecuencias de esa y de toda la historia de intervención americana en Afganistán están hoy bien documentadas.

El comportamiento criminal de Suecia en el caso Assange no invalida en absoluto el modelo social sueco, ni contradice el hecho de que este país es pionero en igualdad de género. Sí, Suecia es el país en el que las mujeres tienen mayor independencia económica, mayores derechos, mayor bienestar. Pero las cloacas existen en todas partes y el brazo de los intereses americanos es muy largo.

Este montaje utilizando al feminismo ha sido un ingrediente fundamental en la caída de Assange. ¿Cómo pudimos fiarnos de Suecia? Tendemos a juzgar globalmente a las personas, a los estados, a clasificar entre buenos o malos, a salvar o a condenar. Este caso podría ayudarnos a cambiar de actitud, a realizar en cada caso un análisis concreto de la situación concreta .

En resumen, no se trata de condenar globalmente a Suecia ni de culparnos a nosotras. Pero sí creo que, precisamente como feministas, es nuestro deber impedir la extradición de Assange a EEUU y exigir su liberación antes de que sea demasiado tarde.