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Alma Guillermoprieto en el espejo

La periodista mexicana Alma Guillermoprieto.

Margarita Valencia

Alma Guillermoprieto tiene una voz suave, dulce, con un dejo indefinible que uno calificaría como mexicano solo después de saber que puede ser mexicano. Y tiene un andar ligero, ligerísimo, como si tuviera que evitar el piso a toda costa. Y la una y el otro se confabulan para que uno olvide a veces que Alma es una mujer grande y buena moza, imposible de ignorar. Por eso resulta tan divertida la anécdota que contó durante la clausura del Foro Centroamericano de Periodismo (2011). Guillermoprieto recordó para sus estudiantes su primera visita a El Salvador como periodista, a donde llegó apenas con una lista de nombres. Uno de ellos, tras darle a su vez el nombre de un joven cristiano que podría llevarla a donde ella quería ir, le pidió: “Vestite de una manera decente, vos. Tratá de no llamar la atención.”

Esta primera visita a El Salvador fue el comienzo de una serie de reportajes que aparecieron en The Washington Post entre 1982 y 1984 sobre la guerra allí, “un conflicto más complejo (que el de Nicaragua) y también un laboratorio incomprensible de la crueldad humana”. Este y otros veinticinco textos se pueden leer en Desde el país de nunca jamás, la antología que Claudio López de Lamadrid preparó y publicó en 2011, un recorrido de treinta años por la América Latina que Alma Guillermoprieto describió, reporteó y explicó con la inteligencia de quien sabe preguntar y sabe mirar, y con el amor cada vez más desolado de quien empezó su vida adulta “en una Cuba aún en plena efervescencia revolucionaria”.

Alma no llegó a Cuba como reportera sino como bailarina, tras haber fracasado en su intento de entrar a la compañía de Twyla Tharp. Merce Cunningham, su maestro de danza en Nueva York, le había contado que buscaban a una profesora de danza en Cuba y Tharp, que andaba cerca, intervino en la conversación: “Si fuera usted, yo aceptaría ese puesto. Por estos lados no va a llegar a ninguna parte.”

La historia aparece en La Habana en un espejo, una crónica desencantada y deslumbrante sobre la vida en Cuba en ese momento y que fue publicada primero en inglés, en 2004, a pesar de ser quizás el primer texto de largo aliento que Alma escribía en español en muchos años.

Su carrera de bailarina la llevó a Nueva York, y allá empezó también su carrera periodística, primero en The Guardian y en el Washington Post, después en Newsweek, y después en la New Yorker y en la New York Review of Books. Creo que el descubrimiento de sus crónicas del New Yorker, Cartas desde América Latina, fue un parteaguas para muchos de quienes nos convertimos en sus fieles lectores. Reconocíamos el mundo que Alma describía allí, minuciosa y descarnadamente, en toda su gloriosa complejidad, pero la perspectiva era completamente nueva.

El nuestro era en ese momento (lo es mucho más ahora) un periodismo de afán, que pasaba por encima de las noticias pero no tenía tiempo de detenerse a mirarlas con cuidado. A eso se le sumaba la opinión contundente y en general poco informada de los columnistas. El resultado era (sigue siendo) una conversación política tan apasionada e insulsa, irreflexiva e irresponsable. Alma Guillermoprieto nos ofreció una América Latina poblada de gente con las más diversas inclinaciones y convicciones, gentes de muchas pelambres y de muy variadas ocupaciones, empeñada en la tarea titánica de vivir contra todo pronóstico. Y quienes la leemos tenemos el privilegio de entender un poco mejor una realidad resbaladiza, compleja, opaca, que nos obliga a tomar posiciones a cada minuto sin darnos tiempo para la reflexión.

“¿Para qué hacer periodismo?”, preguntó Alma a sus estudiantes en el Foro. “A falta de militancia y en ausencia de la obligación moral en abstracto, ¿por qué seguir en el oficio? En mi caso personal, para satisfacer una curiosidad inagotable, para entender el mundo, y para vivir una aventura maravillosa. (...) Una parte importante de esa aventura es el placer del asiento de primera fila ante el gran teatro del mundo. Esa mirada es la que le prestamos a nuestros lectores.”

The Heart that Bleeds recoge las crónicas que escribió para la New Yorker. En 1995 edité para Norma la versión en español, con el título Al pie de un volcán te escribo. Encargué la traducción a Hernando Valencia, el mejor traductor colombiano en ese momento, y nunca he visto una cara más desolada que la de Alma tras leer la traducción: no se reconocía a sí misma en esa voz pasada por la cabeza cultísima y muy poco aventurera de Hernando Valencia, y no reconocía a los hombres y mujeres sobre los cuales había escrito, y cuyas voces había registrado minuciosamente en sus notas. Pasamos meses trabajando en esa traducción, reconstruyendo conversaciones, precisando las expresiones particulares de cada país, de cada pueblo, de cada persona con la que había conversado para escribir la crónica.

El libro no se vendió mucho en ese momento, pero creo que ese y los que siguieron se han convertido en referentes fundamentales para quien quiera entender este continente.

Durante los más de treinta años de andar de un lado a otro buscando historias, Alma ha hecho amigos entrañables. Su llegada a Bogotá se anuncia siempre con una invitación a almorzar y se entiende que será ella quien cocine. Escribió durante años una columna de comida para Nexos, y nunca suena tan apasionada como cuando habla del tema. Pero en realidad Alma reportea veinticuatro horas al día, como lo señaló Juanita León: “Incluso mientras tomaba vino y se reía con la gente que quería estaba trabajando”.

Juanita León, directora del periódico digital colombiano La silla vacía, es una de sus muchas discípulas. Su tarea como maestra de cronistas es casi tan relevante como su obra periodística, y se inició gracias a su asociación con la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, a donde fue a parar por invitación de García Márquez desde sus inicios, a mediados de 1995.

La última vez que la vi, hace unos meses, andaba muy entusiasmada con la idea del periodismo científico, y pensaba que esa podía ser una salida a la trampa mortal en la que se ha convertido el periodismo de la violencia con el imparable fenómeno del narcotráfico. Su profundo conocimiento de la situación latinoamericana nos obliga a tomar su preocupación en serio. En Colombia, lo sabemos bien, el verdadero enemigo del proceso de paz no es la derecha sino el narcotráfico, que al perder el territorio colombiano a la democracia perdería su ruta fundamental para llegar a México y a Estados Unidos.

“Ante semejante panorama cuesta trabajo ser optimista o, incluso, no desesperarse”, escribió Guillermoprieto en el prólogo de Desde el país de nunca jamás. Pero remató su desaliento con el más latinoamericano de los corolarios: “Y sin embargo nunca se me ha ocurrido nada mejor que hacer lo que hago.”

Sus lectores esperamos que siga iluminando durante muchos años más este camino culebrero que nos tocó por hogar.

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