Entrevista exclusiva a un duende de Papá Noel

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Wilbert Carafeliz (nombre supuesto) tiene 452 años y lleva más de 300 trabajando para Papá Noel. Ha sufrido el síndrome de burnout y actualmente padece ansiedad y trastorno del sueño.

Usted trabaja en la empresa más conocida del mundo, que es, paradójicamente, una de las más opacas. ¿A qué cree que se debe esa falta de transparencia?

Las multinacionales son muy celosas de sus procesos, y en Papá Noel Inc. el celo es particularmente enfermizo. Hay mucha paranoia, sobre todo en el departamento de innovación. Los duendes tenemos cláusulas de confidencialidad de más de 4.000 páginas por las dos caras. Lo que más les preocupa es que se filtre el asunto de los renos.

¿Qué pasa con los renos?

Prefiero no hablar de eso. 

Hay un hecho incontestable, y es que Papá Noel Inc. lleva más de un siglo liderando el sector sin el menor asomo de competencia.

¿Liderando? Yo diría monopolizando. Digan lo que digan las autoridades regulatorias, para mí está clarísimo que es un monopolio.

¿Qué alegan esas autoridades?

Según ellas, Papá Noel compite con empresas de ámbito geográfico más reducido, como los Reyes Magos, el Olentzero o lo que sea, pero eso no es más que una excusa. La verdad es que todo el mundo tiene hijos y sobrinos, y nadie quiere ser responsable de la caída de Papá Noel. ¿Quién quiere pasar a la historia como el que se cargó la Navidad? Nadie. Y lo acabamos pagando los de siempre: los duendes.

¿Han acudido a algún sindicato?

A cientos. Desde que nacieron prácticamente.

¿Y?

Buenas palabras y poco más. Lo llaman espíritu navideño, pero yo lo llamo impunidad capitalista. ¿Nunca se ha preguntado por qué la sede de Papá Noel está en el Polo Norte?

La verdad es que no.

Piénselo. No hay sitio más aislado y peor comunicado que ese. ¿Por qué montar la mayor empresa de producción y distribución del planeta precisamente ahí? Yo se lo digo: por la desregularización. Allí no hay ninguna ley, solo pingüinos y nosotros. Una vez un compañero se congeló volviendo del comedor y ahí sigue. Lo usamos de rotonda.

Hábleme de las condiciones laborales de los duendes.

No sé ni por dónde empezar.

¿Son fijos?

¡Ya nos gustaría! Somos autónomos. Este es un trabajo muy estacionario. Nos suelen llamar a principios de octubre, y a mediados de enero, en cuanto cerramos la contabilidad, ya estamos otra vez en la calle.

¿Y el resto del año?

La gente sobrevive como puede. Hay quien encanta casas, quien aterroriza villas… Últimamente algunos compañeros hemos empezado a decorar jardines, pero el sindicato de gnomos tiene mucha fuerza. Es todo muy precario.

Usted es el primer duende que se atreve a alzar la voz contra la explotación de Papá Noel. ¿Qué le llevó a dar el paso?

Estos últimos dos años han sido durísimos. La crisis de los chips ha hecho que los niños y las niñas se inclinen por juegos tradicionales, de madera. Eso supone muchísimo más trabajo para nosotros. Tenemos que talar, pintar, ensamblar… Estamos hablando de turnos rotativos de 20 horas, con descansos de cinco minutos. Somos duendes, pero también somos personas.

¿No se han planteado ir a la huelga?

Ya lo hicimos, en el 73. Paramos el 45% de la plantilla. Suficiente para que los pedidos no pudiesen salir a tiempo. ¿Y sabe lo que hizo Papá Noel? Llamó a los Reyes Magos, que mandaron siete millones de pajes para hacer nuestro trabajo. Al final se protegen entre ellos.

¿Por qué no se ha filtrado nada de esto hasta ahora?

En Papá Noel Inc. impera la política del miedo. Nadie quiere hablar. La gente prefiere marcharse antes que denunciar, pero ¿adónde te vas? En otros sitios están incluso peor. Para que se haga una idea, el tió de Nadal paga con ramas.

Para terminar, una curiosidad. ¿Tienen un protocolo COVID en la empresa?

No. Papá Noel es antivacunas. Él, por razones obvias, es muy dado al pensamiento mágico.