A contracorriente

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Ahora que está tan de moda el tema de la España vaciada, permítanme que les hable de Solana de Ávila, un municipio abulense enclavado en el parque regional de la Sierra de Gredos donde paso la mayor parte de mi tiempo. Solana tiene 104 personas censadas, pero casi todas residen afuera, primordialmente en Madrid, y vienen en verano, puentes y fiestas locales o para labores de siembra y cosecha en sus terrenos. En las vacaciones estivales y el día de la matanza se llegan a congregar unas 400 personas con raíces familiares en el pueblo. Los que viven aquí de manera permanente no pasan de la quincena. A veces, cuando salgo a caminar y me encuentro con Asun, Hilario o María José, repasamos por distraernos la lista de los que están. En lo más crudo del invierno puedo pasar días enteros sin ver un alma en las calles; el hijo de Pedro Páramo al menos se cruzaba con difuntos en Comala.

Solana tiene tres calles principales –la de Arriba, la del Medio y la de Abajo–, una ermita del siglo XV consagrada a Nuestra Señora de la Nueva a la que su mayordomo, Ángel Castro, ha convertido en un vergel y un hostal de titularidad municipal que funciona en el inmueble que durante décadas albergó a la escuela. Una de las primeras cosas que me llamaron la atención tras adquirir las ruinas donde hoy se levanta mi casa fue el tamaño de la entonces abandonada escuela, que me pareció desproporcionadamente grande para un pueblo de las dimensiones de Solana. Los lugareños me explicaron con orgullo que la educación fue siempre una obsesión para los solaneros, y con el tiempo vi los frutos: buena parte de los hijos y nietos de la generación que erigió o se educó en aquella escuela son hoy profesionales, muchos en carreras de ciencias, que trabajan mayoritariamente en Madrid.

Manolo y Ventura, ancianos de envidiable memoria, me han contado que Solana llegó a tener un millar de habitantes y que el pueblo fue en su día uno de los mayores productores de patata de la zona. Sin embargo, la vida se tornó difícil y, en los años sesenta, como sucediera en muchos otros pueblos de España, comenzó el éxodo hacia las grandes ciudades. Hoy Solana encajaría en eso que llaman la España vaciada, pero de ningún modo es un pueblo abandonado, a diferencia de muchos otros en Castilla y León. Las casas están por lo general bien conservadas, incluso se han construido algunas viviendas nuevas, y en los prados que rodean al pueblo suelen pacer pequeños hatos de ovejas y vacas, propiedad del par de ganaderos locales o de otros de las inmediaciones que pagan un canon por utilizar los pastizales.

La vida social de Solana se desarrolla primordialmente en el bar del hostal. Las conversaciones giran en torno a temas próximos: que si fulano encontró un yacimiento de boletus, que si hay o no suficientes sacos de sal para derretir el hielo de las calles, que si el nivel de la laguna del Duque está bajo o alto. A propósito, Solana cuenta en su jurisdicción con tres hermosas lagunas en la cresta de la sierra, y causó mucho malestar en el pueblo un reciente reportaje de Televisión Española que las adjudicaba a Béjar. También ha sido motivo de debate –o más bien de mofa– que las autoridades sanitarias provinciales pusieran en varias fuentes del pueblo unos avisos que siembran dudas sobre la calidad del agua. Los solaneros, orgullosamente longevos, han bebido durante generaciones de esos manantiales y, en un acto espontáneo de rebeldía, siguen acudiendo fielmente a ellos para abastecerse de agua. En estos días el tema central de conversación es el clima. Lo que los meteorólogos madrileños califican entusiastas de “buen tiempo”, aquí es motivo de preocupación, por las consecuencias nefastas que pueda tener para la naturaleza la falta de lluvia y el desarrollo errático de las estaciones. Es obvio que no son normales estos días primaverales en pleno febrero, un mes en que la nieve suele cubrir las calles y las techumbres.

Dicen que “pueblo pequeño, infierno grande”, y la verdad es que ignoro si ese refrán puede aplicarse a Solana. Supongo que habrá afectos y rencores, pero en los 15 años que llevo vinculado al pueblo no he percibido esos enfrentamientos atávicos que según dicen caracterizan a los colectivos humanos rurales y se perpetúan por generaciones. O no existen, o he desarrollado un mecanismo instintivo de protección para no enterarme de ellos.

En las elecciones del domingo pasado me correspondió ser suplente del suplente del vocal segundo de la mesa electoral. Mis servicios no resultaron necesarios, de modo que volví a casa. Pero verme por primera vez implicado en un proceso electoral en Solana me despertó la curiosidad sobre el comportamiento político del municipio. Por la noche consulté los resultados. Participación: 61,54%. Votos: 64. Nulos: 2. Por partidos: PSOE, 20 votos. PP, 13. Unidas Podemos y Vox, 9 cada uno. Por Ávila, 7. Ciudadanos, 3. Partido Castellano, 1. Me sorprendí: en una provincia como Ávila donde predomina con fuerza el voto conservador, y en contra de la tendencia en los municipios de menos de 500 habitantes en el conjunto de Castilla y León, el bloque PSOE-UP había ganado al de PP-Vox. Busqué los resultados de las elecciones autonómicas de 2019, y la ventaja de la izquierda fue aun mayor. Consulté el resultado de las últimas elecciones generales y me encontré con que el PSOE ganó con 22 votos, seguido de Unidas Podemos, con 20, muy por delante del PP (14) y Vox (5). En los comicios municipales, en que se vota más por la persona que por el partido, la lista del PP ganó las dos últimas consultas, mientras que en las dos previas habían ganado los socialistas.

Así que a la excepcionalidad de Solana por sus parajes naturales se sumaba ahora la de su comportamiento electoral. Solo por comparar, busqué los datos de Umbrías, municipio vecino que representa el 'yang' lumínico de Solana, y me llevé la sorpresa de que su singularidad es aun mayor: allí venció el domingo el PSOE, seguido por Unidas Podemos, que a su vez había ganado holgadamente en los comicios autonómicos anteriores. El partido morado fue el más votado en las últimas elecciones generales, mientras que en las municipales ganó la lista socialista. Y ya puestos a destacar rarezas, ninguna como la de San Esteban de los Patos, el único municipio abulense donde el PP y Vox no obtuvieron ningún voto: de las ocho papeletas válidas, cinco fueron al PSOE, dos a Ciudadanos y una a Por Ávila.

Saciada mi curiosidad sobre las vicisitudes electorales de Solana, y mientras en la lejana Madrid Casado intenta resolver sus líos, y mientras mucho más lejos se habla de una guerra en Ucrania, me dispongo a seguir disfrutando como lo he hecho durante tres lustros de este pedazo del paraíso que me tocó en suerte descubrir. En esta nota tan solo quería compartir unas curiosidades de la España vaciada que seguramente nunca saldrán en los informativos nacionales.