Nuestro presente futurista distópico

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He escuchado que los millenials somos la última generación que nació analógica. Yo añadiría también que fuimos lo bastante jóvenes como para asimilar la revolución digital cuando comenzó. Como cuando migras de niño a otro país, aprendes su idioma y acaba siendo olvidando tu idioma en país de origen (¿os imagináis volver a la era pre internet?). Mis padres, en su infancia, no tenían ni agua corriente ni electricidad, mi madre me cuenta cómo algunas noches se reunían en el salón a escuchar la radio. Eso fue en los 70, en un pueblo remoto en la China rural. Ahora usan apps de karaoke y el wechat para comunicarse con su iphone, pero a un nivel básico. Y China es referente en progreso tecnológico.

Para hablar de tecnología y de sus usos, de la sensación de tecnología y apocalipsis (que pueden ser antagónicas o no) y de lo que está por venir, tuve una charla con Juanjo Rubio, ingeniero biomédico y director de la Unidad de Innovación Social de Navarra, con una larga carrera en la salud a sus espaldas, y colaborador habitual de universidades como Boston o MIT. 

Juanjo habla mucho, habla de forma entusiasta y salta de una temática a otra. Temas que aparentemente no tienen conexión, pero sí la tienen, son temáticas que atañen al progreso humano como especie. Opina que la fascinación de los gobiernos y empresas por la AI (Inteligencia Artificial, por sus siglas en inglés) es exagerada, ya que es otra piedra más en el camino. Cuando le pregunté sobre la carta abierta para parar los experimentos con AI durante seis meses, firmada por Elon Musk entre otros, Juanjo contesta: “La carta ‘Pause Giant AI Experiments’ es muy genérica y no ofrece soluciones concretas accionables; (...) puede servir para que algún gobierno o multinacional tome decisiones interesadas o para que parte de la sociedad y sus representantes empiecen a ser conscientes de la responsabilidad colectiva de las tecnologías exponenciales”.  Vamos, un ejercicio de visibilidad más que soluciones a posibles problemas. También opina que “las oportunidades y riesgos de la biología sintética para la humanidad son aún mayores”.

¿Y qué es esto de la biología sintética?  La definición súper simple sería combinar nuevas tecnologías (como la mencionada AI) con organismos/sistemas vivos para obtener funciones que no se encuentran en la naturaleza. Juanjo pone un ejemplo: “Antes pudimos empezar a crear la insulina sintética, ahora, quizás podamos crear una impresora de ADN, hongos u organismos superiores”. ¿Por qué es importante? “Porque la forma de crear tecnología actual está obsoleta, consumen demasiados recursos y no es sostenible. Las granjas de servidores donde almacenamos datos, consumen mucha energía y solo se lo pueden permitir grandes corporaciones como Google o Microsoft. Los sistemas vivos almacenan y procesan información de forma mucho más eficiente y gastando menos recursos. En una botella con pocos litros de ADN podríamos almacenar toda la información que está por venir en la siguiente década. Una neurona procesa mejor la información y de forma más eficiente que todo lo que hemos inventado hasta ahora. El futuro pasa por mimetizar la naturaleza”. Para el director de innovación, las empresas también se tienen que dar cuenta de esta disrupción, o se quedarán atrás, como cuando la digitalización.

Gestión de recursos de granjas de servidores, uso energético sostenible, neuroderechos (sí, derecho a la intimidad en nuestro cerebro, por ejemplo), industria 4.0, bioética, neurotecnología, neurociencia (me cuenta también que pronto podremos ver nuestros sueños por diversión, y que ahora, a través de las arterias, se pueden insertar unos chips que permitan a las personas con ELA comunicarse cuando ya los ojos no les sirven) y un largo etcétera... Suena, cuanto menos, futurista, y, cuanto más, apocalíptico.

Pero, para calmar mis nervios -me veo sin trabajo, jugando todos los días a videojuegos en un mundo virtual porque ya las máquinas hacen todo y estamos en Matrix-, Juanjo prosigue: “El ser humano siempre piensa que está en el summum de la evolución, pero no es así. En 100.000 años, si nuestra especie sigue existiendo, me gustaría que fuera mucho mejor que ahora”. Pero no todo viene dado, ni gratis. El científico prosigue: “Los gobiernos y las empresas europeas están muy atrás en cuanto a legislación y educación sobre todas estas cuestiones”. Otro ejemplo cercano: los ciudadanos damos alegremente nuestros datos sin saber para qué se utilizan; pueden vendernos zapatillas, pero también pueden manipular elecciones. “Si tuviéramos educación y conciencia, podríamos decidir que a quien se diesen nuestros datos no traficara con ellos para enriquecerse, que los datos se usaran para el avance de la ciencia, e incluso, si las reglas se vulneraran, pedir responsabilidades penales. Si los neuroderechos figuraran en los derechos humanos, podríamos legislar sobre ellos, llevar los debates a la ONU o al foro de Davos y perseguir crímenes, pero si ello no está regulado, no se puede hacer justicia”. La tecnología y el saber avanzan, queramos formar parte de ello o no. “Podríamos ir a vivir con los Amish, pero el saber y la ciencia seguirán avanzando. El quid es cómo esto nos va a encontrar. Si preparados o no”. Y la triste realidad es que Europa no está haciendo nada. Los países pioneros son China y EEUU, pero no tanto en cuanto a educación y legislación para la población. ¿De qué sirven los derechos si no sabes que los tienes?.

Juanjo tiene mucha fe en los jóvenes, opina que los políticos les escuchan más (yo creo que no escuchan a nadie). Por eso, en uno de sus proyectos, trabaja en formar a jóvenes de la comunidad de Navarra y en conectarles con universidades pioneras en tecnología como el MIT, y me comenta que ya nota el cambio generacional, en la forma de los jóvenes de ver las cosas. Yo creo, como millenial migrada digital (porque no nací con un smartphone debajo del brazo), que cuando nos hagamos mayores no estaremos tan perdidos como nuestros padres (o este señor del congreso de EEUU que preguntó al CEO de TikTok si se conectaba al wifi).

Mucho está por venir. Ojalá los cambios no nos pillen en bragas.