El tratado

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En una sala con frescos en el techo, paredes de mármol rojizo y mucho dorado en el palacio del Belvedere de Viena, un libro reposa abierto en una vitrina. En la página visible, blanca y sin ornamentos, hay cinco sellos rojos en relieve junto a las firmas de los representantes de las que fueron potencias ocupadoras del país -la Unión Soviética, el Reino Unido, Estados Unidos y Francia-, y del ministro de Exteriores de Austria, Leopold Figl, con su rúbrica en verde en último lugar. Es el Tratado de Estado austriaco de 1955, que devolvió la independencia y la democracia a Austria después de la ocupación nazi y la batalla en su territorio con la división en zonas entre ejércitos desconfiados. 

Cuando se firmó el tratado en esta sala, el palacio y museo que guarda tesoros de Gustav Klimt, Edvard Munch o Marc Chagall todavía estaba intentando reparar los daños causados por los bombardeos en la guerra. El destino de Austria se había quedado en el limbo tras el final de la Segunda Guerra Mundial y su futuro podía caer entonces de cualquier lado del Telón de Acero. Tras la firma, Figl salió al balcón y mostró a la muchedumbre de vieneses congregados en los jardines el tratado que reconocía su autonomía y abría un nuevo camino tal vez de paz. Una fila de cabinas telefónicas que se construyó para la ocasión sirvió para que los periodistas retransmitieran lo más rápido posible la noticia. El Ministerio de Educación encargó un cuadro a un pintor y profesor especializado en retratos. El lienzo de trazos rápidos muestra la firma en la sala con políticos no reconocibles porque tienen una mancha blanca por cara. Eso no gustó a la cancillería, que encargó a un ilustrador un esbozo más realista. 

Ver esas reliquias, en una ciudad plagada de banderas ucranianas y campañas para recoger dinero para apoyar a los vecinos del Este, hace hoy pensar en el mérito de esos acuerdos. La paz, al menos para los países que cayeron del lado occidental del telón, llegó tras una guerra sangrienta cuyos horrores solo se documentaron de manera más completa con el paso del tiempo y a menudo con los obstáculos de los tiranos todavía en el poder. Austria tuvo la suerte de caer en el lado bueno del telón y es hoy una democracia inclusiva donde los tranvías ondean estos días banderas LGTBI, los precios de los alquileres son asequibles y diplomáticos del mundo se encuentran para negociaciones difíciles sobre la energía atómica y el petróleo. También es un país que ha conservado desde 1955 su principio de neutralidad como beneficiaria de un compromiso claro de no agresión de antiguos ocupadores y la protección que da estar dentro de la Unión Europea y estar rodeado de países que son parte de la OTAN. A diferencia del caso de Finlandia y Suecia, en Austria, gobernada ahora por una coalición entre conservadores y verdes, no se ha abierto un debate sobre la adhesión a la OTAN. Karl Nehammer, el canciller, dijo justo después de la invasión rusa de Ucrania: “Austria era, es y será neutral”.

Por su posición, riqueza y protección indirecta, Austria tiene una situación privilegiada que Ucrania nunca ha tenido, pero su modelo se mencionó esta primavera cuando parecía que Putin estaba dispuesto a negociar algo para salir del lío en el que se había metido. Y, como bien recuerda en esta entrevista Anne Applebaum, historiadora y periodista especialista en Ucrania y Europa del Este, la lección de la Segunda Guerra Mundial es un recordatorio del riesgo de contemporizar con el tirano y no interesarse por lo que les hace a otros países. Aun así, la otra lección de aquella guerra, como muestra esa página en una vitrina del Belvedere, es que hasta los pactos entre las personas más improbables son posibles y que difícilmente un país en guerra o bajo la ocupación de un agresor puede salir adelante sin un acuerdo diplomático. La cuestión es qué tipo de acuerdo. Austria tuvo suerte, y eso no siempre pasa.

El ejemplar del Tratado de Estado expuesto hoy en Viena es una donación que hizo la embajada rusa en 2021.