¿Quién abandona la escuela y por qué? “Quería seguir formándome, pero acabé trabajando en un súper con 16 años”
El paciente mejora, pero sigue en observación. Aunque el abandono educativo temprano (AET) en España ha caído a casi la mitad en la última década, todavía hoy 13 de cada cien jóvenes dejan los estudios tras obtener el título de Secundaria Obligatoria (ESO), una decisión que sobre todo tiene un alto coste personal –corren más riesgo de exclusión social–, pero también para el país, y que suelen sufrir jóvenes con un perfil determinado: la situación socioeconómica y el entorno familiar de los alumnos, incluido el nivel educativo de los progenitores, el género, el origen inmigrante, el grupo étnico y el conocimiento del idioma de enseñanza influyen en el abandono temprano, dice la literatura científica sobre el tema.
Específicamente para España, “el abandono educativo temprano es mucho más elevado entre los jóvenes que viven en hogares correspondientes a los dos quintiles de ingresos más bajos” (el 40% más pobre), explica el informe Propuestas para un plan de acción para reducir el abandono escolar temprano en España, elaborado por la OCDE junto al Ministerio de Educación. “En 2021, los alumnos con madres cuyo nivel educativo máximo era la educación primaria tenían diez veces más probabilidades de abandonar los estudios de forma temprana, en comparación con los alumnos cuyas madres habían finalizado la educación terciaria”, añade.
Es el caso, a medias, de Adrián, de 24 años. De familia obrera, su padre no pasó de EGB (la antigua Primaria) aunque su madre sí tiene el título de Bachillerato. Él es carnicero; ella, administrativa en una empresa. Adrián lo dejó en 4º de la ESO, por lo que su caso no cataloga como abandono temprano, es un escalón más: fracaso escolar. “Dejé los estudios porque no tenía ganas de estudiar más, no me interesaba lo que me estaban enseñando y tampoco le veía utilidad a la mayoría de lo que nos hacían estudiar para lo que yo tenía pensado hacer en un futuro. Siempre me ha gustado más lo práctico que sentarme en una silla a estudiar”, explica.
Razones similares esgrimen Bruno o Nache, aunque sus situaciones particulares son diferentes. El primero, de 18 años, responde exactamente a la definición de persona que abandonó la educación temprano: cumpliendo la parte obligatoria, pero sin ir más allá. Se graduó en Secundaria y probó en el Bachillerato. No resultó: “Ya el primer año me di cuenta de que no me gustaba porque no quería estudiar algo tan teórico. Las clases online –durante el confinamiento por la pandemia– tampoco ayudaron a que tuviera el interés para hacer otro año más”.
El segundo, de 20 años, relata que fue avanzando por el sistema a trompicones hasta que en 3º de la ESO se cambió a una Formación Profesional Básica, una modalidad de FP relativamente reciente ideada precisamente para intentar rescatar a este tipo de perfil al que la enseñanza más teórica se le atraganta. Tampoco resultó y la acabó dejando antes de graduarse.
Repeticiones y momentos críticos
Casi como si hubiera sido hecho pensando en ellos, el informe de la OCDE asegura que “la repetición de curso y el absentismo suelen considerarse factores que predicen el abandono escolar temprano”. Y España es campeona europea en repetición: el 31% del estudiantado de 15 años no está en el curso que por edad le correspondería.
“El primer año me gustó y lo saqué con buenas notas, pero en el segundo había asignaturas más teóricas y las prácticas se quedaron en nada y se juntó con que estábamos confinados por la pandemia. Al final repetí ese segundo año y, como no me parecía viable repetir algo que no me gustaba, decidí dejar esa FP también”, cuenta Nache. La OCDE lo describe así: “Se ha constatado que la repetición de curso reduce la motivación y las expectativas de los alumnos, menoscaba el rendimiento escolar, da lugar al AET y aumenta los costes educativos”. En este momento Nache no estudia ni trabaja.
Bruno dejó los estudios entre 1º y 2º de Bachillerato, uno de los momentos que la OCDE estipula que son de mayor riesgo para abandonar la escuela. “Los datos disponibles sugieren varios 'momentos críticos' en los que los alumnos corren mayor riesgo de abandonar la educación de forma temprana”, explica la organización: “Los momentos críticos tienden a situarse hacia el final de la educación secundaria obligatoria, cuando los alumnos cumplen los 16 años y la educación deja de ser obligatoria”. Otro punto clave es entre cursos, al cambiar de etapa –cuando, como Bruno, el estudiante decide probar el siguiente nivel pero tras un año cree que no es lo suyo por razones diversas–.
Otro de los elementos que influye en que la juventud deje los estudios antes de tiempo es la falta de información respecto a sus opciones de futuro, destaca la OCDE. Que se les ofrezcan alternativas a la considerada vía académica estándar (del instituto a la Universidad pasando por la Selectividad) cuando el estudiante ya tiene claro que no es lo suyo.
“Yo quería seguir formándome en algo que fuese más práctico como un grado, pero en mi instituto no me informaron de lo que podía hacer, así que me puse a trabajar en un supermercado con 16 años, que es en realidad lo que quería”, ilustra Adrián esta realidad.
También en este apartado España tiene deberes. La UNESCO recomienda que los sistemas educativos tengan un orientador por cada 250 estudiantes. En España, aunque no existe una cifra oficial, la asociación de orientadores Copoe calcula que esta ratio está en un profesional por cada 700 u 800 alumnos. Los 10.000 orientadores que pueblan el sistema deberían ser 30.000 para alcanzar la cifra ideal.
Un buen servicio de orientación también podría haber encaminado a Nache hacia algún tipo de formación en la que hubiera tenido más éxito. Cuando, aburrido de las clases teóricas, dejó la Secundaria en 3º se apuntó a una FP Básica de Informática. Al principio fue bien: “Esas clases me gustaban mucho más. Pero, con el confinamiento, el segundo curso se complicó y al final repetí. Como no me parecía viable repetir algo que no me había gustado dejé esa FP también”. Para él acabaron siendo dos años perdidos y quizá la puntilla a lo que le quedara de motivación para seguir en el sistema.
Menos jornada continua
Para seguir tirando del abandono temprano hacia abajo, la OCDE propone a España una serie de medidas que incidan en mantener al estudiantado vinculado a la escuela. Una de ellas, quizá la más controvertida, es reducir la jornada continua en los centros, un elemento que se ha convertido en motivo de fuertes disputas entre las familias y el profesorado en los claustros. La jornada continua está bastante extendida por el país pese a que no hay evidencia científica que avale sus supuestas virtudes educativas: la literatura dice que es peor para el rendimiento escolar, para la economía del país y que además sus consecuencias, en términos de conciliación, las sufren sobre todo las madres.
“Varios países de la OCDE, como Dinamarca y Portugal, han pasado a sistemas flexibles de jornada completa, con un aumento de la prestación de comedores escolares y actividades extraescolares”, sostiene la organización. “España podría considerar la posibilidad de adoptar un enfoque similar por las ventajas que podría aportar. Se ha demostrado que pasar más tiempo en el centro educativo permite elevar las tasas de graduación y mejorar el aprendizaje y otros indicadores sociales y conductuales. Las investigaciones tienden a corroborar que estas ventajas son más notables en el caso de los alumnos desfavorecidos”, añade.
También propone crear un sistema estandarizado para identificar los “centros vulnerables” y dedicar recursos específicos a ellos. Lo mismo con el alumnado, de manera que cuando un estudiante en riesgo de dejar los estudios de manera temprana cambie de centro o comunidad autónoma en su nuevo destino se pueda abordar su situación con conocimiento.
¿Eliminar el título de Secundaria?
Por otra parte, más orientado a evitar el fracaso que el abandono, pero en la misma línea de mantener a los jóvenes en el sistema educativo, los directores de instituto llevan un tiempo pidiendo que el título de la ESO deje de existir porque supone una barrera para ciertos estudiantes y proponen cambiarlo por un certificado que especifique qué ha conseguido y qué no el estudiante en la Secundaria y recomiende las vías que más se adapten a su perfil para continuar formándose. Además, que la Educación obligatoria otorgue un título es una anomalía a nivel europeo: la mayoría de los países no lo tienen, como recuerda este informe del Ministerio de Educación.
Laboralmente, estar diplomado en la ESO por sí mismo no habilita para casi nada, pero a nivel de estudios es un papel imprescindible para continuar en el sistema, sea hacia al Bachillerato o una FP de grado medio. Sin él no se puede avanzar, por lo que estudiantes como Nache o Adrián, que tomaron una decisión con 15 o 16 años de la que pueden arrepentirse más tarde, se quedan prácticamente sin opciones si en algún momento pretenden volver.
Toni González, presidente de Fedadi, lo explicaba así en esta entrevista: “Nos encontramos con tesituras sorprendentes. El título de graduado en ESO equivale a la antigua EGB (Primaria) y 1º y 2º del antiguo BUP aprobados. Quiere esto decir que yo tengo casos de personas que tienen la EGB, 1º de Bachillerato aprobado pero en 2º una asignatura suspendida. Por tanto, no pueden entrar en una FP de grado medio, que les daría acceso al mercado laboral. Si hablamos de un certificado de estudios de Secundaria obligatoria, en él figuraría el expediente, qué ha superado y qué no un estudiante. Y después, el alumno toma la decisión de seguir en Bachillerato o una FP. Pero me estoy encontrando con gente válida de ciertas edades en las que hay dificultad de contratación que no puede estudiar un ciclo formativo de grado medio y no va a encontrar un puesto de trabajo. Hay ciertas barreras académicas que hay que cambiar para dar oportunidades y que todo el mundo pueda plantearse llegar al objetivo”.
Tampoco esta va a ser la solución para todos. Hay quien, como Bruno, lo ha intentado: se sacó el título de Secundaria, pero sus intereses están en otros sitios. “Decidí dejar Bachillerato y estudiar un Grado Medio de Informática porque quería probar cosas nuevas y tenía buenas recomendaciones de otros amigos que habían ido por este camino. Era una opción más práctica y más adaptada a lo que yo quería hacer en el futuro, más adaptada a los tiempos que corren. Pero, en unos meses, me di cuenta de que tampoco quería seguir estudiando algo así porque cuando vi lo que era realmente, no me interesaba tanto. Desde entonces, me ofrecí como aprendiz en un taller de coches y allí estoy aprendiendo. Ahí me di cuenta de que prefería trabajar a sacarme cualquier título o seguir estudiando”, reflexiona.
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