Los tratamientos que fracasaron contra la COVID-19 tras un año de pandemia

Esther Samper

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A lo largo de la pandemia se han puesto en marcha miles de ensayos clínicos para evaluar la eficacia de tratamientos terapéuticos y preventivos contra la COVID-19. Muchos de ellos han comenzado recientemente y aún no han finalizado. Desafortunadamente, más allá del éxito de las vacunas, los resultados de los estudios completados sobre terapias han causado muchas decepciones y pocas alegrías.

Por ahora, los tratamientos de eficacia claramente demostrada contra la enfermedad provocada por el virus SARS-CoV-2 se cuentan con los dedos de una mano. La urgencia de la pandemia llevó a utilizar e investigar fármacos ya comercializados frente a otras enfermedades, con pocas garantías de éxito para la COVID-19. En cualquier caso, es posible que en los próximos meses se confirme la eficacia de algún que otro fármaco, entre los múltiples medicamentos prometedores que aún siguen evaluándose.

Dentro del conjunto de fármacos que han fracasado frente a la COVID-19, han destacado especialmente los siguientes tratamientos:

La hidroxicloroquina y los peligros de lanzar las campanas al vuelo

Los fármacos contra la malaria hidroxicloroquina y cloroquina fueron unos de los cinco tratamientos más prometedores contra el coronavirus al inicio de la pandemia. La apuesta de varios políticos por este compuesto fue decidida, a pesar de que apenas había datos sobre su supuesta eficacia. Especialmente llamativas fueron las declaraciones del expresidente de EEUU, Donald Trump, que afirmó ante los medios en marzo de 2020 que la hidroxicloroquina combinada con el antibiótico azitromicina tenía una oportunidad real de convertirse en “una de las grandes revoluciones de la historia de la medicina”. El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, también infló las expectativas hacia este medicamento antimalárico, hasta el punto de recomendar la hidroxicloroquina a los ciudadanos afectados por la COVID-19 incluso con síntomas leves.

El furor irracional de la hidroxicloroquina tuvo un claro punto de partida: un pequeño estudio clínico publicado el 20 de marzo, en el que parecía que este fármaco ofrecía beneficios en los pacientes con COVID-19 al reducir o eliminar su carga viral. A pesar de que este ensayo recibió numerosas críticas por parte de científicos en cuanto a su baja calidad científica, recibió una gran atención mediática en todo el mundo. El optimismo internacional hacia este fármaco se disparó y llevó a desabastecimientos y a la automedicación por parte de múltiples personas de diversos países. En España, la hidroxicloroquina fue uno de los principales fármacos usados por los médicos para tratar la COVID-19. Alrededor del 86% de los pacientes hospitalizados por la COVID-19 a lo largo de la primera ola recibieron este fármaco sin tener realmente certeza de su utilidad bajo el concepto de uso compasivo.

Aunque algunos pequeños ensayos clínicos ya sugerían que la hidroxicloroquina no tenía utilidad para tratar la COVID-19, la puntilla definitiva llegó con los resultados del ensayo Solidarity de la OMS en junio. Esta institución sanitaria informó de que el fármaco no ofrecía ningún beneficio a los pacientes y que se suspendía definitivamente los ensayos con este medicamento. En la actualidad, decenas de ensayos clínicos confirman las conclusiones de la OMS sobre la hidroxicloroquina/cloroquina. Dicha institución recomendó no aplicar estos fármacos a ningún paciente con COVID-19, independientemente de la gravedad de la enfermedad, ni tampoco usarlas para prevenir la infección.

Antibióticos, antivirales contra el VIH, terapia de plasma de convalecientes, interferón beta-1a

Aunque no recibieron tanta atención mediática como la hidroxicloroquina, se depositaron muchas esperanzas en diversos tratamientos para tratar la enfermedad provocada por el coronavirus. No solo se evaluaron en múltiples ensayos clínicos, sino que también algunos de ellos (como el antibiótico azitromicina o los antivirales contra el VIH lopinavir y ritonavir) se aplicaron a muchos pacientes de forma compasiva cuando aún no había datos sobre su utilidad. 

Grandes ensayos clínicos como Solidarity de la OMS o RECOVERY de la Universidad de Oxford han resultado esenciales para aclarar el verdadero papel de varios fármacos. Estos estudios han demostrado la importancia de realizar grandes y robustos ensayos clínicos por parte de entidades independientes y sin conflictos de interés para obtener información fiable.

A lo largo de 2020, los grandes estudios anteriores, junto a otros menos ambiciosos, fueron aclarando que el antibiótico azitromicina, los fármacos contra el VIH lopinavir y ritonavir, el interferón beta-1a y el plasma de convalecientes no tenían efectos beneficiosos en el tratamiento de la COVID-19. No reducían la mortalidad ni tampoco los tiempos de hospitalización o el riesgo de ventilación mecánica. Es posible que algún subgrupo concreto de pacientes pueda beneficiarse de alguna de estas terapias (como el plasma), pero no hay grandes expectativas en ello. En los próximos meses sabremos si a este grupo de tratamientos habrá que añadir más fármacos que aún siguen evaluándose.